La bandera LGTBIQ+, que el Ayuntamiento de Murcia instaló, de forma permanente, en el Jardín Chino, fue arrancada en la madrugada del pasado domingo después ... de que Vox presentara un recurso contencioso administrativo contra la decisión del Consistorio y exigiera su retirada. Durante el Pleno en el que se discutió la moción de la ultraderecha, el portavoz de Podemos en el Ayuntamiento, Ginés Ruiz Maciá, realizó una brillante intervención en la que expuso, con argumentos jurídicos irrefutables, las razones por las que el izado de la enseña no era ilegal ni comprometía el principio de neutralidad que debe guiar el desenvolvimiento de cualquier institución.
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Vox ha convertido a la bandera arcoíris en uno de los grandes objetivos de sus políticas del odio. El feminismo y el colectivo LGTBIQ+ constituyen, para los ultras, dos anomalías históricas que desafían los cimientos del orden heteropatriarcal, de cuyas esencias se han convertido en furibundos guardianes. En concreto, la bandera multicolor conlleva, desde su punto de vista, la 'okupación' del espacio público por parte del denominado «lobby LGTBIQ+» y de sus intereses espurios. Para Vox, la lucha por la diversidad y la conquista de derechos fundamentales persigue exclusivamente réditos económicos y partidistas, y no un desarrollo de las condiciones democráticas de convivencia. Ahí está su primera perversión de la realidad: convencer a la sociedad de que una causa justa y necesaria como la liderada por los colectivos LGTBIQ+ esconde, en verdad, la consolidación de determinados chiringuitos. La noción de 'chiringuito' –como sustituta de la de 'libertad'– encierra la quintaesencia del discurso del odio espoleado por Vox: la diversidad sexual no es sino el trampantojo amable de un grupo de presión que quiere conducir a la sociedad española por el camino del vicio y del adoctrinamiento. De su miedo irracional a los símbolos del colectivo LGTBIQ+ se desprende una concepción de la diversidad sexual como elevadamente contagiosa. De ahí la urgencia de ocultar y prohibir todo el universo de significación que tenga que ver con ella. Un ultraderechista negará tajantemente su homofobia, y añadirá que, en su ideario, está a favor de que cada uno haga en su casa lo que le dé la gana. Los armarios están para contener y disimular a los extraviados que desafían el perímetro de lo normativo. Pero, claro está, un partido de espíritu claramente antidemocrático como Vox no puede comprender que, precisamente, la libertad y la democracia se miden por el derecho de cada diferencia a vivir el espacio público en igualdad de derechos y de condiciones. La diversidad no es una realidad intramuros, sino la evolución democrática de lo público. Y eso es lo que, bajo ningún concepto, están dispuestos a aceptar: la calle es suya porque el espacio compartido es y debe ser la expresión violenta de lo normativo.
Me causa sonrojo la indigencia intelectual de todos aquellos que atacan a la bandera LGTBIQ+ porque solo representa los intereses de un colectivo. Cualquier enseña que simbolice la reivindicación de derechos y libertades fundamentales pertenece a toda la sociedad. Porque quienes no se identifiquen con una causa justa están contra la sociedad. Como brillantemente argumentó Ginés Ruiz Maciá, la denominada bandera arcoíris no es en realidad una bandera –no representa a una nación o territorio, no define unas fronteras y, por tanto, un contorno de exclusión–. El símbolo del colectivo LGTBIQ+ es un espacio de inclusión y de integración; busca sumar, no segregar. En materia de derechos civiles, lo que es bueno para una parte es bueno para la totalidad. Aquí no hay 'lobbies' ni mafias, sino el maravilloso deseo de que cada uno ame y viva su sexualidad como quiera y la sienta. Ningún símbolo que persiga una mejora de las condiciones de convivencia podrá jamás romper la neutralidad institucional. A nadie se le ocurriría decir que la bandera de la Cruz Roja representa una visión sesgada de la realidad. Si Vox y una parte del PP ven en la bandera arcoíris una expresión de las políticas de izquierda es porque ellos se han autoexcluido del movimiento civil que simboliza. Nadie les expulsa; ellos han decidido voluntariamente irse.
Nunca, en la historia de la democracia, se han aireado los discursos del odio con tanta impunidad como en el momento presente. La intervención de Liarte en la Asamblea Regional –trufada de expresiones como «delirio transhomofóbico», «transespecie», etc– es de una gravedad que solo se explica por la normalización de la violencia institucional en la que vivimos. Que la consejera Isabel Franco no haya pronunciado una sola palabra al respecto y que el grupo parlamentario del PP votara contra la prohibición de las llamadas «terapias de reconversión» agrava todavía más los hechos y trasluce un estado de connivencia con las actitudes 'LGTBIQfóbicas' que permea a sectores importantes del centro-derecha. Odien menos y amen más. O como canta Extremoduro en uno de sus grandes temas: «Ama, ama, ama y ensancha el alma».
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