No me gusta repetirme. Ya hablé de los bancos hace... no sé si un par de años, quizás más. Fue a propósito de la desintegración de la cajas de ahorro murcianas, y de la pena, penita, pena, que me dio. Ya nadie se acuerda de ... aquellas. Quedan restos de fundaciones que apenas transcienden a sus antiguos clientes. Nada. El viento se las llevó.

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Lo de ahora es más gordo. El progresivo deterioro de los servicios que prestan dichas entidades está llegando a extremos sorprendentes. Nos dábamos cuenta del relajo de servicios mínimos de los bancos, pero no imaginábamos que se llegara a tales extremos. Lo que está pasando no tiene nombre, y lo digo de manera literal. Antes, te quejabas al director de una sucursal, al apoderado, al cajero..., a cualquiera que creía que no te suministraba la atención que merecías. Hoy día, ni protestar puedes. Todos tenemos experiencias de un recibo mal cobrado, un apunte que no identificamos, un saldo que no entiendes..., pero ¿a quién puedes quejarte? ¿a un empleado que no tiene la culpa de nada? Esto es el máximo exponente de lo que podríamos definir, si se permite la petulancia, la deshumanización de la banca. Te mandan a hablar con máquinas, con voces virtuales, con dígitos, y, en el mejor de los casos, se pone un propio... tras largas esperas. No insistiré en este punto. Se han cerrado barreras de comunicación entre clientes y gestores.

Está claro que vivimos en el siglo XXI, y este se mueve por ordenadores. ¡Qué sería de nosotros sin esas extraordinarias máquinas! ¡Qué sería de la aviación! ¡Qué sería de la cirugía! ¡Qué sería de los centros de investigación, de las imprentas, de las bibliotecas, de los medios de comunicación! Yo, que tengo un pie en este siglo, y el resto en el anterior, hacía fichas a mano de los libros que leía; llevaba al periódico artículos a máquina de escribir, que alguien pasaba a la linotipia; en máquina de escribir redacté mi tesis doctoral allá en el año de la rana peluda... ¡Claro que estamos contentos con la informática, con las computadoras, con los adelantos de la ciencia!

La máquina sustituye con precisión al hombre, pero es máquina. Carece de sentimientos

¿Y qué me dicen del teléfono? En las series de los años setenta, y antes, el inválido Ironside les decía a sus ayudantes a dónde iba a ir en su silla de ruedas, para que lo llamaran a ese teléfono. A los que amamos el cine americano de los años cincuenta nos maravillan las argucias que tenía que hacer la policía para comunicarse entre ellos. Ahora, y sigo con las series, llegan, hacen fotos con el móvil de la escena del crimen, y a correr. El móvil es el gran invento para estar conectadas familias que viven lejos unas de otras, para recibir avisos de donde sea, para ver el tiempo que va a hacer, leer las noticias que se producen en ese momento... ¡Tremendo! ¡Hasta para pagar en tiendas o bares acercando la pantalla a un dispositivo!

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Para pagar. Con lo que volvemos a los bancos. No es difícil comprender por qué nos quejamos de sus servicios. La máquina sustituye con precisión al hombre de la ventanilla, pero es máquina. Carece de sentimientos. Trabaja 24 horas al día, no como el administrativo. Le importa un rábano si no sabes hacer una operación por internet. No es difícil comprender que cada vez se necesitan menos manos, menos oficinas, menos cajeros. El fin (ganar pasta) justifica los medios (disminuir las prestaciones y echar personal). Ganan pasta los de arriba, los que no sabemos quiénes son, los que a final de año reparten dividendos y, si no lo hacen, a la calle también. ¡Qué demonios les va a importar si el señor Paco quiere seguir con su cartilla de toda la vida, la señora Lola no tiene en su casa internet, o el que va en su andador tiene que hacer kilómetros para sacar perras del cajero! Los números mandan. Todos tenemos un pariente empleado de banca por el que sabemos que, cuando se avisa de una reducción de plantilla, contienen la respiración por unos días hasta conocer si le llega o no le llega el despido. Por eso, benditos los que aún quedan para no enfadarnos con ellos. Enfadémonos con los otros. Pero... ¿con quiénes? ¿quiénes son los otros?

Los bancos son uno de los mejores ejemplos de lo que calificábamos antes como pérdida de humanidad de nuestra sociedad. Aunque no solo se han deshumanizado ellos. Se ha deshumanizado todo.

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