'Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor', una frase atribuida a San Juan de la Cruz, una frase que enlaza sentido con amor. ¿Y qué es el amor? Más allá del amor carnal, para un cristiano, amar es servir, y servir ... es crear un legado para los demás, una obra que nos trascienda y que nunca desaparecerá.

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Dicen que las personas mueren. Más bien se van. Unos se van y nos olvidamos de ellos, y otros -aunque ya no estén- siguen vivos en sus obras. ¿Qué obra, qué obras nos sobrevivirán? Tu obra es tu hijo, tu hija, lo que creaste con esfuerzo y pasión, con compromiso y dedicación, enfrentándote a dimes, diretes y maledicencias. Tu obra es también lo que has amado a los demás, el respeto que les has tenido como hijos de la creación (tus hermanos), las oportunidades que has puesto en manos de otras personas, oportunidades materiales, pero también posibilidades para que aprovechasen sus talentos y capacidades. El mejor de los legados es ayudar a los demás a ser quienes tienen que ser durante el tiempo que se les ha concedido de vida.

Lo peor de la muerte no es para los que se van, sino para los que nos quedamos. Quien se va, quien se muere, ya está en otra dimensión, distinta, plena, sin agobios ni dolores. Quienes nos quedamos sentimos la responsabilidad y el peso de seguir viviendo e intentar -en la medida de nuestras pobres capacidades- dejar un legado al menos de la misma entidad que el de nuestros antecesores. Legados de padres a hijos, de hijos a nietos… ese es el mejor sentido de cualquier familia humana. Nuestros padres ya no están, no tienen que reconvenirnos ni darnos lecciones porque ya nos han dado la mejor de todas que es su obra. Ahora toca el turno de los vivos, y así seremos juzgados.

En la pared de una iglesia hay un mensaje tallado en pizarra: 'Los que dan consejos ciertos a los vivos son los muertos'. Una persona -de entre millones- se acaba de ir. Un hombre bueno que hizo mucho bien. Ha empezado su atardecer. Merece nuestro afecto y nuestro respeto más profundo, porque pudiendo conformarse en vivir sólo él y para sí mismo, decidió dar vida a otros, y permitió que miles de personas de todo el mundo pudieran cumplir sus sueños de crecimiento y aprendizaje. Pero -sobre todo-, si por algo hay que darle las gracias es porque se arriesgó por lo que creía y nos hizo creer a los demás que en su sueño podíamos participar. Sin riesgo la vida no merece la pena; es bueno aprender de quien se arriesga, con independencia de sus éxitos y fracasos, pues el mayor fracaso es no aprovechar los talentos que tenemos desde que nacemos.

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Todas las historias de vida terminan, y esta no puede ser menos. Esta historia puede acabar recordando la 'Fantasía para un Gentilhombre', del maestro Joaquín Rodrigo, sobre danzas de Gaspar Sanz…, porque todos somos lo que somos gracias a que hemos crecido a hombros de gigantes.

Querido José Luis, disfruta de la vida eterna con libertad y paz. Gracias por tu cariño y tus enseñanzas: 'A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero'.

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