La escena ocurrió hace ya unos años en una de mis clases. Habíamos abierto un debate que poco tenía que ver con la materia en ... curso. Hablábamos sobre la importancia de la universidad y la forma en la que les preparaba para su futuro. Corría el turno de intervenciones cuando uno de aquellos muchachos levantó la mano y, con una sonrisa orgullosa, expuso al grupo: «Yo estoy acabando la carrera y no he leído un solo libro en mi vida». No contento con semejante afirmación, hizo una pausa y espetó: «He burlado al sistema educativo». La confesión fue coronada por unas cuantas risas cómplices y algún aplauso tímido de la clase.

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Aquella afirmación suicida ha vuelto a mi cabeza en muchas ocasiones. Pero ahora retorna con fuerza, espoleada por los detalles que vamos conociendo sobre la Ley de Educación (Lomloe), aprobada hace casi un año, y cuyo desarrollo normativo se va conociendo en estos últimos meses. Me quedaré con un par de aspectos.

El primero: «repetir» se considerará algo «excepcional». Solo se permitirá repetir una vez en Primaria y otra más en la ESO, y solo en los cursos finales de los ciclos. En los demás, la promoción será automática. Aclara, además, que se limitará el número de materias en 1º y 2º de la ESO «para facilitar el tránsito desde Primaria».

Con una sonrisa orgullosa, expuso al grupo: «Yo estoy acabando la carrera y no ha leído un solo libro en mi vida»

El segundo aspecto tiene que ver con los suspensos. Se dice que «obtendrán el título de la ESO los alumnos que terminen cuarto y hayan adquirido, a juicio del equipo docente, las competencias fijadas (...)». Y también se dice: «podrá titularse en Bachillerato pese a tener una asignatura suspendida». No solo eso. También podrán presentarse a la EBAU estudiantes con una asignatura suspensa.

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Resumiendo: promoción automática, repetición de curso como algo excepcional, superación de etapa con asignaturas suspensas y calificación colegiada del alumno. El espíritu de la norma no parece discutible. Es una reedición algo forzada de aquello de que «nadie se quedará atrás». Pero la norma parece decir en voz baja: «y para ello, se lo pondremos todo lo fácil que nos sea posible».

Visto así, más allá de la noble declaración de intenciones, podría existir la tentación de pensar que esta ley no esté buscando estudiantes preparados, sino estudiantes titulados. No hay que olvidar que, según el informe anual de Eurostat, el 16% de los estudiantes españoles de 18 a 24 años no había completado la ESO, el segundo peor país en la UE. Es decir, podríamos estar asistiendo a un mero atajo académico para maquillar estos datos.

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Atajar es acortar el camino. Es reducir los pasos, limitar los esfuerzos y acortar los tiempos para llegar a un destino. Puede ser útil cuando vamos de viaje, pero no cuando formamos personas. No deberíamos caer en la tentación de acortar los plazos y la exigencia cuando se trata de formar a nuestros jóvenes. La vocación de la enseñanza no es apartar a los estudiantes de los baches del camino cuando sean necesarios. No deberíamos regatear sus disgustos, los sinsabores, como tampoco debemos recortar la necesidad del esfuerzo, de las renuncias personales o de sus posibles frustraciones.

El fin último del proceso educativo no es alcanzar una titulación sino lograr que, durante el tiempo necesario, un estudiante afiance el andamiaje intelectual y emocional que le definirá el resto de su vida. Y, justo por esto, no tienen sentido los atajos que faciliten el progreso de estudiantes que podrían no merecerlo. Aprender es, de alguna forma, entender que casi todo lo que merece la pena en la vida no viene dado, que los estudiantes deben ser los principales responsables de lo que hacen y que formarse requiere un tiempo, una actitud y mucha resistencia. Y que todo lo demás, es un fraude.

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No sé qué habrá sido de aquel alumno que presumía de no haber leído un solo libro en su vida. Pero tengo una certeza: no era él quien se había burlado del sistema educativo; era el sistema educativo quien se había burlado de él, permitiéndole finalizar sus estudios, legitimando su vacía titulación y dejando que se sintiera cómodo mientras alardeaba de aquella gigantesca carencia personal. Confío en que la vida le haya mostrado lo equivocado de su atajo.

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