Durante las últimas semanas, la tala de árboles en Cartagena y en Murcia, por diferentes motivos no suficientemente aclarados en algún caso, ha vuelto a suscitar debate ciudadano y, en la antesala electoral, acusaciones cruzadas entre los grupos políticos. Que haya una reacción ciudadana y ... política es buena señal. Sería decepcionante que en unas elecciones municipales no se pusieran sobre la mesa propuestas sobre los espacios verdes urbanos, un asunto que está en la agenda de las principales ciudades europeas para abordar los retos derivados de la subida global de las temperaturas.
Desde hace más de cuarenta años, numerosos estudios evidencian que el contacto con la naturaleza aporta beneficios para la salud física y mental, ya sea favoreciendo el control de la presión arterial o reduciendo el riesgo de estrés y depresión. Son especialmente interesantes, por ejemplo, las investigaciones en el Parque Natural del Montseny de científicos de la Autónoma de Barcelona y la Caixa, que estudian cómo los llamados 'baños de bosque', largos paseos por zonas arbóreas, producen beneficios para nuestro organismo al entrar en contacto con los compuestos orgánicos volátiles que desprenden las plantas. Todas esas evidencias científicas están en el origen del programa 'Aire Limpio' de la Consejería de Educación, cuyo objetivo es llevar las aulas a la naturaleza. Trescientos centros se sumaron en su última convocatoria. Se trata de una iniciativa impulsada por el responsable de la Unidad de Salud Medioambiental Pediátrica del hospital Virgen de la Arrixaca, Juan Antonio Ortega, quien recordaba hace pocos días que la literatura científica muestra cómo los centros educativos más cercanos a áreas verdes tienen mejores resultados académicos.
En efecto, los beneficios de los árboles también se constatan en las ciudades. En los entornos urbanos contribuyen a la mitigación del ruido y las altas temperaturas, así como a la captura de carbono. Unos servicios cruciales para contrarrestar los efectos cada vez más evidentes del cambio climático. Ya en 2015, un conocido estudio concluía en 'The Lancet' que un tercio de las muertes prematuras atribuibles al aumento de las temperaturas en las ciudades europeas durante el verano de 2015 podrían haberse evitado aumentando un 30% la cubierta forestal, que como media reduce las temperaturas urbanas estivales en 0,4 grados.
En estos años han surgido nuevas evidencias de que los árboles urbanos nos regalan años de vida. Son parte esencial de nuestra infraestructura de salud pública y así habrían de ser considerados, a juicio de la comunidad científica. Luego en lugar de talarlos, los dirigentes públicos deberían plantar más árboles en las calles de la Región. Nuestra situación no es mala, comparativamente. Hace un par de semanas contábamos que un estudio del Instituto ISGlobal de Barcelona situaba en un ránking de más de 860 ciudades a Murcia, Cartagena y Lorca en buena posición en índice de vegetación, a diferencia de lo que sucede en términos de prevención de mortalidad por contaminación y ruido. Pero queda mucho por avanzar porque la cuestión no se ciñe al número de árboles plantados en la ciudad. Depende de las especies elegidas, de su tamaño y de dónde crecen. Hasta ahora, los científicos extraían conclusiones cruzando imágenes por satélite de la superficie verde con datos de salud general para inferir cómo los árboles urbanos ayudan a prevenir enfermedades cardiovasculares y respiratorias. Pero eran investigaciones con limitaciones metodológicas. Ahora llegan otras más precisas.
El Servicio Forestal de Estados Unidos acaba de aportar un trabajo relevante en la revista 'Environment International'. Sus científicos utilizaron datos de la ONG 'Friends of Trees', que plantó 49.246 árboles entre 1990 y 2019 en las calles de Portland, una ciudad estadounidense de 600.000 habitantes, no mucho más poblada por tanto que el área metropolitana de Murcia. Esa información disponible de cada árbol y por distrito permitió cotejar mejor la relación entre los robles, cornejos y otras especies con los datos de mortalidad a lo largo del tiempo, barrio a barrio. Los resultados de este estudio apuntan que por cada cien árboles se evita una muerte al año. Cuanto más viejos, más altos y más frondosas son sus ramas, más apreciable es la reducción de las tasas de mortalidad entre las personas cercanas, según revelaba el modelo matemático utilizado para este estudio, muy coincidente con otro realizado casi una década antes en Toronto.
La nueva investigación no puede establecer en términos absolutos una relación causa efecto entre la presencia de árboles y una menor mortalidad, entre otras razones porque no se tiene acceso a los datos personales concretos de cada persona, sino a estadísticas por distrito. No obstante, la conexión observada era muy potente, con independencia del nivel de renta de cada vecindario. Los científicos sospechan que los árboles mejoran la calidad del aire al atrapar partículas contaminantes en sus hojas, contribuyen a reducir el estrés de las personas y cuando nos rodean propician una mayor predisposición a realizar una actividad física. Esos efectos son mayores cuanto más es la proximidad con los árboles, lo que indica que es bueno plantarlos en las aceras en lugar de concentrarlos en grandes parques.
Aunque el acceso a aire limpio y a la posibilidad de hacer ejercicio es un derecho básico, en la mayoría de las ciudades hay menos arbolado en los vecindarios con bajos niveles de renta, lo que interpela a todos los responsables de planificación urbana. Hacen falta aceras anchas y grandes árboles también en nuestros barrios más deprimidos. Si queremos acabar con la desigualdad en materia de salud pública, los ayuntamientos murcianos deben asumir que los árboles son mucho más que un ornamento para el centro urbano. No solo son bellos y nos cobijan con su sombra. Protegen nuestra salud, mejoran nuestro estado de ánimo y probablemente también favorecen las relaciones de vecindad. Hagámoslos crecer con un buen planeamiento que favorezca su expansión y su conexión a través de corredores verdes.