Hoy lunes, cuando usted lea u ojee este artículo, ya habrá regresado casi todo el mundo de sus lugares de veraneo. Pero ya desde mediados de la semana pasada el pulso de la ciudad había cambiado notablemente. De pronto, de un día para otro, por ... calles antes desiertas a determinadas horas, ahora se notaba de nuevo el barullo, el ronroneo de la gente. Eso sí, se veía a personas vestidas con traje muy de veraneo todavía, aunque ya no estuviesen en la playa. También se les veía caminar relajados, porque, aunque estuviesen de vuelta, seguramente todavía gozaban de unos días de vacaciones.

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Y esto ocurre porque hace ya algún tiempo que las costumbres han cambiado. Pasaron a la historia aquellos veranos en que el día uno de agosto los locales bajaban la persiana. Hasta el uno de septiembre, con la Feria ya en marcha, la ciudad se vaciaba, encontrabas aparcamiento por todas partes y para comer sufrías, solo permanecía abierto El Churra (la lucecita permanente que nunca apaga) y el restaurante de El Corte Inglés, lugares donde además estabas fresquito.

También julio, pero sobre todo agosto, era un mes de parálisis total. Recuerdo que hace muchísimos años leí un artículo en el que se recomendaba (en este caso a los madrileños) no apurar para volver hasta el último día de vacaciones, sino el penúltimo, pasear por la ciudad y reencontrarse con ella, porque un mes entero fuera, sin pisarla y lejos de la rutina y del trabajo era mucho tiempo, y luego llegaban las depresiones. De hecho, los psicólogos se apresuraron a 'crear' nuevas enfermedades, como la depresión postvacaciones.

Ahora la gente va y vuelve, pasa unos días en la playa, pero también hace un viaje, o hace el Camino de Santiago, una moda postmoderna muy curiosa: ahora si no has hecho el Camino de Santiago no eres nadie, o sea que yo voy a pasar toda la vida sin ser nadie; en fin, la gente en estos tiempos se fracciona las vacaciones, así siempre le quedará la expectativa de que, aunque se haya terminado un periodo de las mismas, todavía le queda otro por disfrutar.

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Sin embargo, lo que no cambia es esa eterna insatisfacción, a veces estamos deseando regresar y cuando regresamos ya necesitamos más vacaciones. Y es que, como escribió Ortega (y Gasset, los dos), «lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa». Los psicólogos deberían leer a Ortega. Feliz regreso.

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