El museo Ramón Gaya muestra estos días la exposición 'De escritor a escritor', que muestra, a través de retratos y diversos documentos, la relación de Gaya («un pintor que escribe») con otros escritores: de Guillén a Bergamín o a Cernuda, María Zambrano, Octavio Paz, Eloy ... Sánchez Rosillo o Pepe Rubio, entre otros. Se ha publicado un pequeño catálogo con un magnífico texto del director del museo, Rafael Fuster.
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Sin embargo, no existe ningún retrato –que se conozca– realizado por Gaya a Octavio Paz. Se sabe que a Gaya le cansaba y aburría la verbalidad intelectualizante de Paz, al que conoció en España durante la República y con el que compartió después tiempo y discusiones durante el exilio del pintor murciano en México. La amistad de Ramón con María Zambrano fue más intensa y verdadera, sobre todo durante los años de exilio de ambos en Roma. Tampoco hay ningún retrato de la filósofa malagueña, al menos en la exposición, pero sí dibujos o viñetas. Precisamente yo he prestado el que se expone: 'Zambrano dando de comer a los gatos en Roma'.
No hay retratos de Gaya a Octavio Paz, pero sí a su primera mujer, la escritora Elena Garro. Sabemos que ese matrimonio fue tormentoso, con extremosos pasajes, con infidelidades recíprocas. Un reciente libro, 'Elena Garro sin censura', evoca bien esa relación e incluye una carta inédita, conmovedora, de Garro a Paz.
El retrato de la esposa de Paz muestra a una mujer bellísima, con un interminable cuello de cisne, un cierto halo misterioso. El retrato, ahora en el museo, tiene su peculiar historia. Cuando Garro se separó de Paz a finales de los años cincuenta, se vio forzada a desprenderse de muchas de sus posesiones. Una de las últimas cosas que vendió, incluidas otras pinturas, fue el retrato de Gaya, pero ante la necesidad y el hecho de que se cotizara bien la obra del pintor, lo acabó vendiendo en Madrid.
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Ante la urgencia, la galerista llamó a toda prisa a un coleccionista muy rico, que al saber que se trataba de un Gaya acudió inmediatamente. Al ver el retrato, el señor exclamó lleno de admiración: «¿Quién es esta mujer tan divina?». La mujer divina, Elena Garro, allí presente, dijo: «Una desconocida». El coleccionista acabó comprando el cuadro, lo que le permitió a la escritora pagar un mes de hotel. Ya todos los protagonistas han muerto. Quedan el misterio del tiempo y el rostro de la mujer divina. En el museo Gaya.
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