Cuando éramos jóvenes –o quizás demasiado jóvenes, que diría Gil de Biedma– el grupo de amigos aspirantes a escritores que formábamos nos mofábamos en nuestras ingenuas tertulias literarias de las academias y las medallas. Para nosotros era como el mundo de los mayores, un mundo ... demodé. Pero en realidad es posible que despreciáramos las medallas porque intuíamos que nunca nos las colgarían. No lo sé.

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En cambio, seguro que de niño el loco Milei pensaría que alguna vez se las colgarían a él. ¿Y pensaría también la señora Ayuso de jovencita que ella las colgaría nada menos que al presidente de la República Argentina? ¿Pensaría la señora presidenta de la Comunidad de Madrid, cuando era estudiante de Periodismo, que un día su universidad le daría la medalla a la estudiante destacada o algo así? Seguro que sí pensaban en esas cosas. Hay gente que nace destinada, como un príncipe nace con el destino de ser rey, aunque sea un rey derrocado.

Pero uno, aunque fuese porque nadie ha querido concedérselas nunca, jamás ha llevado medallas, ni siquiera la de la Virgen de la Fuensanta o la de Jesús del Gran Poder, como los toreros. Y claro, mucho menos esta medalla, porque le da la gana y porque ella lo vale, que concede Ayuso al león suelto por las avenidas de Buenos Aires, trazadas a modo de cuadrados y de forma racional, lo contrario que Milei, la cabeza un poco cuadrada sí que la tiene el de la motosierra. Y no importa tampoco que la señora presidenta esté atropellando a su teórico jefe, señor Feijóo, como en su día liquidó al pobre Casado.

El turco Menem, a quien conocí y entrevisté cuando era presidente de Argentina, 'dolarizó' la economía para cortar la galopante inflación de la época de Alfonsín. Al menos lo logró, aunque fuese a costa de que los indefensos ancianos pasasen hambre. Pero este de ahora, tal vez asesorado por su perro muerto, ha dolarizado la economía pero ha triplicado la inflación, que ya era intolerable. Y los desesperados jóvenes que lo votaron huyen ahora despavoridos y quisieran poder botarlo (ahora con b). Que se vaya, aunque sea con su medalla puesta.

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Nota: He conseguido terminar este artículo sin hablar de la señora Begoña Gómez ni del novio de la señora Ayuso, con lo difícil que es eso en estos tiempos. Merezco un reconocimiento y tal vez una medalla.

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