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En los años 60, La Manga del Mar Menor era como una serpiente amarillenta que se alargaba sinuosa casi hasta San Pedro del Pinatar. Mi padre nos llevaba alguna vez desde la otra orilla a corretear por aquella lengua en la que el paisaje era ... la arena y algunos matorrales. Pero allí ya se iba con la curiosidad del turismo incipiente, ya comenzaba a jalearse aquello tan de Fraga Iribarne de paraíso entre dos mares o de paraíso de recién casados. Ya había a la entrada, a la izquierda, unos primeros edificios elevados sobre pequeños fustes, que ahí siguen, creo.
Ahora, el fotógrafo francés Frédérick Volkringer, afincado en Murcia desde hace décadas, muestra en la sala municipal Glorietauno 'Manga playe' (por cierto, se echa de menos, si no un catálogo, al menos un pequeño folleto explicativo) una serie de fotografías tomadas a lo largo de veinte años entre las que aparecen las también típicas 'pirámides'. Un nuevo Egipto en donde, sin embargo, la momia del Faraón no aparece y si acaso estuviera no harían falta arqueólogos ni un Indiana Jones para encontrarlo.
Es curioso. Como las imágenes están tomadas en invierno, La Manga se ve casi deshabitada, edificios solos, con el fondo marino. ¿Quiere decir el fotógrafo que el ser humano es el que sobra en La Manga después de milenios deshabitada? Bueno, también parecen sobrar, si atendemos a las palabras del propio Volkringer. He visto otras exposiciones de este artista, por ejemplo una relativamente reciente en Los Molinos del Río sobre el barrio del Carmen en la que sus gentes, en sus comercios, mercados, en su vida cotidiana, son protagonistas de una manera viva.
Ahora, en esta muestra sobre La Manga hay silencio. Un desierto, no solo por los recodos en los que aún sobrevive la arena, sino por la ausencia humana que, en cambio, se agolpa en los veranos. Volkringer es irónico y socarrón. En realidad no se sabe del todo si sube o si baja. La Manga le gusta, incluso ahora, pero al tiempo hay una evidente denuncia. O quizás pretende que cada uno saque sus propias conclusiones. Yo no soy hermeneuta. Es más, en asuntos de arte no considero que se deban contar historias con argumento. Me ocurre con la danza, de la que pienso con Valéry que es un lenguaje en sí mismo, sin necesidad de explicar nada, eso, que lo ponga el espectador.
Y en esta muestra hay un trabajo largo, paciente y concienzudo. Un placer para la vista.
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