Un árbol, un hermoso paisaje escondido en cualquier esquina del mundo, existe si alguien no lo mira? Quiero decir, si no lo miramos nosotros, los humanos. Supongo que para una sensibilidad naturalista se verá como un disparate humanamente supremacista esto que digo, o sea, que ... sólo un ser humano es capaz de mirar a las cosas; de mirarlas y de verlas de verdad.
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Es cierto que hoy se sabe que determinados animales pueden tener un cierto grado de consciencia parecida a la humana (por eso es todavía más grave, siempre lo es, infligir daño y dolor a los animales), sin embargo, hasta donde sabemos ningún animal, salvo el humano, es capaz al conmoverse ante el paisaje o ante cualquier cosa bella, de pintar un cuadro atrapando esa belleza, o de escribir un poema o de captar el momento en una fotografía, aunque sea con el móvil.
¿Las cosas existen si no son miradas? Miradas y vistas. Estas preguntas parecen ociosas y bobas, y tal vez lo sean. No obstante, esta tontería ha ocupado muchas páginas entre los filósofos del conocimiento. Tal vez no se trate más que de juegos ociosos de filósofos. Quienes le damos al tema de la filosofía somos un poco neuróticos y somos capaces de mirar mil veces a la misma piedra para asegurarnos de que sigue en el mismo sitio, porque el hecho de que, por ejemplo, unas tijeras hayan estado siempre en el mismo cajón no nos asegura que la próxima vez vayan a seguir estando allí (cosas de Hume).
Todas estas ocurrencias me vinieron al pensiero hace unos días al leer el libro de poemas 'La teoría de las cosas' (Premio Jaén de poesía, ediciones Hiperión) de la lorquina Inmaculada Pelegrín, y de ella quiero hablar ahora brevemente, hasta donde alcancen las cuatrocientas palabras de este artículo.
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De Pelegrín había escuchado, por casualidad, dos o tres poemas hace unos meses, y me sorprendieron gratamente. Y quiso la casualidad que en un reciente viaje a Lorca la conociese. Hablamos un rato y tuvo la amabilidad de regalarme el libro citado. Quiero decir que en estos momentos es la poeta (mujer u hombre) que más me interesa, y me apresuro a leer el resto de su obra, que, lamentablemente, aún no conozco. Las cosas adquieren en sus versos inusitada vida. Una camisa en un armario nos recuerda un amor... sus palabras, a veces comunes, galopan con ritmo y precisión. Sí, las cosas tienen vida, pero aguardan una mirada extremadamente sensible como la de Inmaculada. Se me agota el espacio de este artículo. Léanla. Y después hablamos.
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