Originariamente la palabra azafata viene del cesto o bandeja en el que se servían las cosas a otra persona (hace siglos a las reinas, por ejemplo), es una palabra que etimológicamente procede del árabe. Es decir, azafata era el utensilio, la bandeja, no la persona, ... pero por extensión acabó llamándose azafata a la persona que portaba una azafata, una bandeja.
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Cerca de donde vivo hay una cafetería en la que a veces tomo café, un refresco o cualquier otra cosa. Y en ese local –creo que solo los fines de semana– hay una camarera –en algunos países de Latinoamérica se les llama meseros/as–, es decir, una chica que atiende las mesas en la terraza. La muchacha, joven –no alcanzo a calcular su edad, pero será veinteañera– es sobria y educada, sin excesos en un sentido o en otro, extremadamente correcta.
La chica, sobre todo, es de una elegancia al moverse incomparable, es armoniosa, hasta el punto de que yo no puedo evitar mirarla de soslayo cuando se mueve entre las mesas; evito mirarla de forma descarada u ofensiva, pero, lo siento, no puedo dejar escapar alguna breve mirada cuando se mueve con la bandeja –la azafata– en las manos. No me permito ni la menor broma ni la menor agresión, ni de obra ni siquiera de pensamiento.
Sin embargo, no puedo evitar pensar, cuando la veo, en la plenitud de la vida, en la historia de la belleza y la armonía humanas, en ella resumidas. El esplendor en la hierba. Yo soy un viejo y ella es la cima elegante y de manera natural, sin acentuar nada a propósito. Es porque sí, y punto.
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La poesía de nuestro gran poeta Eloy Sánchez Rosillo está salpicada de poemas que cantan el esplendor de la vida en una muchacha al pasar una tarde cualquiera. Y no me imagino a Eloy como un agresor sexual y sí como alguien sensible, conmovido ante el fulgor de la vida, sea ante un paisaje hermoso o sea ante una figura humana.
Evoco 'Garota de Ipanema' ('La chica de Ipanema' para nosotros). Yo he estado allí, en ese bar de Río desde el que Vinicius de Moraes veía pasar cada día a la chica camino de la playa. Sin todo ello nos hubiésemos perdido lo mejor de la bossa nova. No pude evitarlo: al volver a casa forjé mi propia garota en este bar de Murcia. Y escribí un poema.
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