Ser político supone vivir en un continuo estrés casi insoportable. Bueno, o eso me parece a mí. Jamás he ocupado cargo político alguno. Por no ser, no he sido nunca ni jefe de escalera (que también conlleva su estrés) aunque mis oportunidades he tenido y ... astutamente las he bordeado a la torera. Pero a pesar de no haber sentido nunca el frenesí político en mis propias carnes, es fácil hacerse una idea viéndolos actuar a ellos, los políticos.

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Pensemos, por ejemplo, en nuestros más elevados líderes: Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Pues bien, dejemos ahora el asunto de cómo es cada uno o si lo están haciendo bien, mal o regular, cada cual que piense lo que quiera. Olvidemos por un momento al doctor Sánchez, tal como lo llaman desde la derecha irónica o peyorativamente; olvidemos también al señor que se fotografía en barco con contrabandistas, tal como le recuerdan a Feijóo desde la izquierda cada vez que hay un debate en el Congreso, venga o no a cuento.

Centrémonos pues en cómo son emocionalmente sus ajetreadas vidas. Sánchez, ya ven: que si su esposa, que si el hermano, que si Koldo... No ya cada día, cada minuto tiene su afán, ni cinco días de retiro espiritual le sirven para nada, su dosis de estrés es infinita. Es el presidente del Gobierno, y desde su propio Consejo de Ministros le hacen la cama, empezando por la parte gubernamental de Sumar. Imagino que tomará tila a puñados.

Lo de Feijóo, en principio, parecería más suave y, desde luego, se ahorra viajes, recibimientos de gobernantes extranjeros, duras negociaciones para ver si saca los presupuestos, jugarretas del rey de Marruecos cada dos por tres... En fin, él, Feijóo, no gobierna, a él le basta con decir no a todo. Pero en realidad no es así: sólo con pensar en intrigas internas, en quién colocar aquí o allá, en mociones de censura en Jaén, en cuándo va a echar a un impresentable como Mazón, en los disgustos que le da Vox, en barones revoltosos que ahora mandan mucho en las comunidades autónomas. Y no digamos el estrés que debe producir tener como vecina y compañera, no de piso sino de ciudad, a la señora Ayuso, que le va limando el suelo día a día, que le lleva la contraria en casi todo.

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En fin, que por nadie pase. Yo le pido a 2025 que nunca me nombren nada, ni siquiera directivo del equipo de mi barrio, ya sufro mucho con el Madrid.

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