Tengo el exquisito honor de tener entre mis lectores (pocos, pero auténticos) a eso que se denomina, no sé si con cierto desdén, 'clases populares'. Cuento orgullosamente entre mis seguidores a conserjes, camareros o cajeras de supermercados. Es la ventaja que tiene vivir en la ... calle, comer casi siempre fuera (ya saben: como fuera de casa no se está en ningún sitio) y ser amigo, sincero, sin demagogias, de conserjes y auxiliares de facultades y otros centros institucionales.

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Pienso en mi genial Juan Luis, histórico del restaurante El Churra, camarero- flamencólogo, archivero voluntario de mis cosas, que guarda hasta la última línea que escribo o cualquier noticia que aparece sobre mí en prensa y que a mí se me pasa. De mi último libro de ensayos ha comprado ya varios ejemplares para regalar, increíble pero cierto. Claro que en El Churra tengo como lector diario de esta columna al gran jefe, Mariano.

Por esa misma zona está Juan, el dueño de la cafetería Juan Mazón, donde se toma el mejor cortado de España. Si usted viene del Morales Meseguer de revisarse eso de la próstata o lo del pertinaz dolor de articulaciones, pare allí y pruebe el café. El otro día, estoy en la terraza de ese bar tomando café, llega Juan y me pone sobre la mesa mi libro 'De Ibn Arabí a Proust' para que se lo firme.

Son solo algunos ejemplos. Por no nombrar a Juan, de la Gavacha. Cada vez que tiene una amiga o novia nueva compra un libro mío y me lo hace firmar para la chica en cuestión. Es decir, conquista a las chicas con mis libros, ¿habrá mayor honor? Yo, claro, estoy siempre deseando que se eche nuevas novias. Allí mandan Alejandro y Alberto, pero reina la gran Ruth.

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Parar cerrar hoy este listado de vanidad de vanidades quiero referirme a La cocina popular, de la calle Vinadel, adonde acudo entre barra y barra: rica cocina para llevar (eso sí, si no vas pronto se agotan los mejores guisos). Allí ordena Víctor, simpático y amable, siempre con una broma inteligente a flor de piel, pero reina como un milagro Paqui, alegría de la huerta, moviéndose como si no hubiese un mañana, siempre con una sonrisa fresca y espontánea. Ilumina el día, y encima comemos requetebién a precios razonables. Y vendemos libros. ¿Qué más se puede pedir? ¡Vivan las clases populares!

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