Sí, el cielo tendrá que esperar. Quizás eternamente, porque nunca llega. Y si alguna vez el cielo llega, como en la revolución soviética de 1917, mejor que nunca hubiese llegado, fíjense en qué ha quedado aquel asalto a los cielos: tras una terrible dictadura psicópata ... el asunto concluye por ahora en los reinos igualmente dictatoriales de Putin. Que se lo pregunten a los pobres ucranios.
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Pues sí, el cielo –quizás afortunadamente– tendrá que esperar. El declive del partido Podemos –ahora ya nada unidas ni unidos– es evidente. No quiero tirarme un farol, pero como el asunto está escrito puedo presumir sin hacerlo con faroles: hace ya muchos años predije cómo sería el final de Podemos. Lo hice ¡en 2014! en este mismo periódico, cuando Pablo Iglesias y su partido reinaban, cuando no había circunstancia que le inmutaba, cuando muchos aseguraban que esa formación acabaría superando en votos nada menos que al PSOE.
Ya por entonces, al menos así lo veía yo, el partido nacido de los movimientos y sentadas del 15-M que quería derribar la casta, se había convertido en clase pudiente, en vulgar comité central con mano de hierro, aunque aún no se notara mucho en aquel momento.
Podemos tenía dos tristes precedentes, aunque muy alejados en lo ideológico: UPyD y Ciudadanos. El primero, desaparecido, aunque por el camino habrá quedado un lastre de deudas; el segundo, en la práctica, también desaparecido, aunque todavía persista algún lastimoso núcleo y algún excepcional cargo público. UPyD se fue al desastre por la soberbia resentida y salpicada de mohínes de la señora Rosa Díez; el segundo estaba capitaneado por Albert Rivera, menos soberbio, en principio, que Díez y, desde luego, bastante más dotado intelectualmente que ésta. Pero al final se equivocó garrafalmente. Como Podemos con el PSOE, llegó a creer que lideraría la derecha política por delante del PP. Otro pecado de soberbia que llevó al desastre.
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En fin. Y ahora Unidas Podemos, e Iglesias en su casa, o casi, y quizás ese casi es lo peor. No soy tampoco un fan de Yolanda Díaz, pero ella supo darse cuenta de las bondades de una socialdemocracia avanzada, vio claro que era mejor dejar el cielo para las iglesias y lograr, poco a poco, victorias reales y posibles, como la subida del salario mínimo o la reforma laboral, entre otras cuestiones no baladíes. Por parafrasear una vez más a Clèment Rosset: la alegría profunda surge cuando uno entiende la realidad y se conforma con ella. Eso sí, mejorándola en lo posible.
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