Existen las fruslerías intelectuales, la bisutería o, más bien, la chuchería intelectual. Todos pensamos en esas cosas, pero referidas a otros ámbitos, a otros ambientes sociales, incluso, en el caso de la infancia. Pero no, la chuchería y también la fruslería intelectual existen. Y, si ... cabe, de manera más vergonzante.

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Que personas sin gran cultura, nada intelectuales ni interesadas más allá de cosas elementales, caigan en estas fruslerías es natural, y además no tiene la mayor importancia ni podemos considerarlas pecaminosas. Ese es su mundo y a nadie de ciertos ambientes sociales se le puede exigir que se mueva entre lo profundo y lo sublime. Es más, a mí, si no se parte de pretensiones ni de expectativas mayores, me divierten esos ambientes, que muchas veces suelen ser risueños y alegres, divertidos.

Sin embargo, esa actitud como de programas televisivos del corazón, hablando más del anecdotario personal de un escritor o de un pintor, por ejemplo, sorprende más en alguien de amplia formación, cultural, académica o intelectual. No es que abunden mucho este tipo de personas, pero las hay. Pueden ser igualmente divertidas –a veces–, pero también irritantes si en sus exposiciones en público o durante una clase, o en una tertulia de amigos, da igual, no se sabe bien a dónde van a parar o qué han dicho o contado realmente al final de su intervención.

Son picoteos aquí y allá, a veces trufados de citas, de algún latinajo o de otros idiomas. Eso, en sus conferencias, lo hacía magistralmente el ya fallecido Gustavo Bueno, el filósofo, a quien leí y conocí mucho. Gustavo, que también se hizo muy popular a raíz de la primera edición del programa 'Gran Hermano', hablaba siempre de pie, micrófono en mano, pero él, con recia formación escolástica y partiendo de su árida teoría del cierre categorial, siempre, tras su brillante o atropellado merodeo en esto y lo otro, acababa recogiendo velas y venía a concluir algo finalmente, con un sentido de la lógica expositiva realmente apabullante. Podríamos decir que hasta con sentido de la cortesía filosófica: claridad y finalidad. Y no digamos nada de su célebre sentido de la polémica intelectual.

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En conclusión: sorprende ver que la estructura mental –quizás vanidad de vanidades– coincide algunas veces en la baratija verbal, tanto si es en un terreno de baja espuma cultural como si es en el otro extremo. Pero, hay que reconocerlo, en ambos casos puede ser divertida. Si es así no hay problema. Amén.

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