Cuando desaparece una persona, cualquier persona, desaparece todo un universo. Claro, hay personas y personas. Algunas, las más formidables, dejan sin voz todo un mundo rico en lenguajes, en saberes, en inteligencia, en bondades. Un universo entero queda mudo, el vacío que dejan es atroz. ... Muchas veces, quizás piadosamente, se habla de los recuerdos, y es verdad que los recuerdos de lo que has vivido con esas personas es una prueba de que has tenido el privilegio de compartir unos años, una vida coetánea, con ellas, pero también el dolor o la ausencia se hacen más insoportables al saber que no volverán.

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Sabes, porque es inevitable, que la vida es finita. Nuestra propia muerte está asumida desde el principio, más difícil resulta ver cómo va desapareciendo a tu alrededor todo lo que amabas. Cuando no se es creyente sabes –o eso crees– que la pérdida es para siempre, el dolor no tiene consuelo posible, aunque, una vez pasado el duelo inmediato, la vida, como suele decirse, sigue, es imparable. Los griegos antiguos distinguían entre la Zoé, que es la vida interminable, continua, y la Bíos, que es la vida de una persona, finita y breve, aunque viva muchos años.

Mi madre, que murió hace unos días, ha tenido una vida larga, 94 años, y aunque sufrió en sus últimos meses, murió en paz, supongo que en su mente anidarían las dudas durante algún segundo, pero murió con fe, como cristiana, y como tal fue enterrada, con una cruz presidiendo su féretro. El ser humano siempre ha necesitado creer en algo eterno. Esa fue una de las razones decisivas por la que triunfó el Cristianismo a partir del siglo segundo de nuestra era, como bien subrayó E. R. Dods en su gran libro 'Paganos y cristianos en una época de angustia'.

El mundo, en aquella época, se desmoronaba, los hombres necesitaban certezas y eternidad tras la muerte, salvación para siempre, y el cristianismo ofrecía todo eso, frente a la idea de los llamados paganos del eterno retorno de lo mismo dentro de un tiempo circular. Quizás hoy también estemos viviendo un tiempo de angustia, la sensación de que todo se desmorona a nuestro alrededor. Es solo una sensación, pero ante ella acuden los dioses de toda calaña a ofrecer su mercancía, que a veces es una mercancía deteriorada, baratija de escasa calidad.

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