Es un tópico de las redes y de las columnas de opinión mediáticas la expresión 'sanchismo' refiriéndose no sé muy bien a qué. Desde luego, la intención del que la utiliza parece ser peyorativa: se trata de agrupar bajo esa etiqueta todos los rasgos malignos ... que los adversarios del actual presidente del gobierno creen que este señor atesora. Una vez asignada la etiqueta, se suspende el sentido crítico, pues ya solamente se ve a un político mentiroso, que está debilitando el Estado con el único objetivo de seguir en el poder. Aunque el reproche más divertido es el de que quiere colonizar las instituciones judiciales o el parlamento. Reconozco aquí un fino sentido del humor.
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Se llama 'utilizar el ventilador' a neutralizar los reproches a los propios mediante la búsqueda de los defectos del contrario, otra versión de la viga y la paja. Un ejemplo sería defender a Sánchez del defecto de la mentira diciendo que Aznar fue un pinocho con las armas de destrucción masiva en Irak. Recordarán aquello de «créanme ustedes...» y que alcanzó la categoría de 'mentiroso de leyenda' con la atribución de los atentados de Atocha a ETA, mientras las paredes de la Moncloa vibraban con la explosión de un piso con media docena de piadosos terroristas de Al Qaeda dentro.
Se puede continuar diciendo que Sánchez pacta con Bildu manchándose de sangre las manos, pero que Aznar bautizó a la sangrienta banda como «movimiento de liberación» cuando andaba negociando con ella. Y podemos rematar afirmando que Sánchez exhibe su patética soberbia diciendo que «una de las cosas por las que pasaré a la historia...», mientras que Aznar exhibió su no menos patética soberbia diciendo en 'The Wall Street Journal', que preguntaba por el «éxito» económico español de la época: «Yo soy el milagro...».
Como se ve, el ventilador reparte simétricamente reproches porque ambos aventureros de la política incurren en las mismas acciones con origen en las mismas o similares circunstancias: la necesidad de ocultar aquella verdad que creen inconveniente; la necesidad de conseguir mayorías aritméticas para legislar y, desde luego, la necesidad de expresar su vanidad superlativa.
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Pero, si miramos hacia el resto de los presidentes democráticos, vemos que su gestión es cuestionada igualmente con parcialidad partidista a pesar de que el granizo cae para todos. Así, podemos comprobar que, mientras gobernaba Suárez, una cisterna de propileno mató a 243 personas en los Alfaques; se produjo el 23-F y la intoxicación del aceite de colza desnaturalizado. Con González, ETA mataba sin tregua; gobernando Aznar se rompió la presa de Aznalcóllar, se hundió el 'Prestige', se estrelló el Yak-42 y los terroristas reventaron los trenes de Atocha. A Zapatero le tocó la muerte de 11 socorristas en un incendio y la caída de Lehman Brothers. La intentona separatista catalana se la merendó Rajoy y la pandemia, el volcán de La Palma y la guerra de Putin, Sánchez. Y ya veremos con el nuevo ejemplo de grosería del sistema financiero, que niega los subsidios y las pensiones mientras reclama tapones multimillonarios para sus hemorragias.
Al azar exterior lo complementa el azar personal. Veamos estos errores de juicio: el GAL, Filesa, la guerra de Irak, crear la burbuja inmobiliaria, no pincharla, enterrar militares de forma chapucera y deshonrosa. Pregúntense quién resolvió la crisis financiera con dinero de los españoles que nunca ha vuelto a sus famosos 'bolsillos'; quién creó una sediciosa policía patriótica; a quién le salieron canas con los ERE o quién está legislando precipitadamente.
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Estos sobresaltos explican que las energías se consuman en tratar de evitar el azar trampeando con la realidad, como hacen, 'mutatis mutandis', los apostadores que corrompen deportistas o los clubes deportivos que corrompen árbitros.
Nuestras tribulaciones proceden del azar y de las torpezas de las personas, pero las atribuimos siempre a la maldad del contrario y, en todo caso, a la mala suerte de 'nuestro' político. Y ello, porque es la cara perezosa de nuestras emociones, no nuestra razón, la que condiciona nuestras fobias y filias.
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En un partido de tenis no podemos mirar a los dos rivales al tiempo. Solamente si nos colocamos en los fondos comprenderemos el juego en toda su complejidad y belleza,⎯imagen metafórica del espíritu crítico. El espíritu crítico, ese complicado estado mental del que algunos esperan más de lo que puede dar, pues creen que una vez en posesión de él la gente va a pensar 'como nosotros'. Pues no, antes habría que apagar el ventilador para centrarnos en aliviar la tortícolis levógira o dextrógira que padecemos y comprender que se necesitan ambos puntos de vista. En las canchas hay dos fondos⎯ para, precisamente, abordar racionalmente las catástrofes del azar y de la imperfección humana.
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