Hablemos de lo que nos interesa antes de que el vértigo político nos secuestre de nuevo. Cuando pasa un cometa, hay que tener la cortesía de subir al tejado a verlo cruzar el firmamento. Los cometas no abundan y con talento menos.
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Una conversación fugaz, ... tras una conferencia en el Aula de LA VERDAD, llevó a que Manuel Madrid me recomendara unos llamados 'Talleres Islados' que organizan dos promotores culturales simpáticos y competentes llamados Mariona Fernández y Josep María Fontseré, habitualmente en la isla de Menorca. En concreto, el seminario de literatura que iba a impartir el célebre escritor cubano Leonardo Padura Fuentes, premio Princesa de Asturias de las letras. De modo que, siguiendo la teoría del cometa, me fui para Menorca a verlo pasar.
Padura tiene la doble nacionalidad cubana y española. Es célebre a muchos niveles, pero literariamente el que, probablemente, más le interese está afirmado en libros como 'El hombre que amaba a los perros', dos asombrosos relatos en uno de dos vidas que transcurren hasta converger en una habitación de una casa en la calle Viena de Coyoacán en México. Lugar en que León Trotsky es asesinado por Ramón Mercader. Pero, quizá, es la serie de novelas sobre 'el conde' Mario Conde la que le ha permitido consolidar y popularizar su sólida reputación literaria. Conde es un policía de extrañas y eficaces intuiciones, incómodo para sus superiores e incomodado por serlo, enamoradizo, escritor fracasado, amigo de sus amigos, nostálgico y tierno que, en su perfección como personaje, le permitió a su autor proponerse de salida una tetralogía sobre el crimen en Cuba, el de personas como metáfora del crimen sobre el pueblo. Es, quizá, el único personaje literario que, con más claridad, he sentido que me hubiera gustado tener por amigo.
Padura es un escritor al que el talento le rezuma de forma serena y natural porque ha sabido construirse un método concienzudamente delineado para que brote desde su profundo estudio y conocimiento de la historia de la novela negra, como quedó de manifiesto en el seminario. Allí, en un salón de piedra arenisca y suelo rústico, rodeado de los 'seminaristas', grupo compacto de lectores inteligentes, fue exponiendo en sucesivas sesiones magistrales su método, cuyo desarrollo comienza con lo que considera la piedra miliar desde la que empieza a construir cada una de sus obras: el para qué de aquello que se emprende sobre la hoja en blanco.
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Su primera novela de la serie policíaca se llama 'Pasado perfecto'. Por mi cuenta, y llevado por la atmósfera inspiradora de esos cuatro días escuchando a Padura en las sesiones formales, me atrevo a sugerir la siguiente teoría sobre ese título: es un homenaje a su admirado Raymon Chandler, cuyo primer libro, 'The Big Sleep', fue traducido al español como 'El sueño eterno'. Mi argumento es que el pasado vive en nosotros como un sueño y que la perfección supone la eternidad como, en el argumento de San Anselmo, supone la existencia de Dios. Esta teoría será falsa, pero está bien probada, aunque sea nada más que como muestra de que he sido un oyente aplicado.
Pero, quizá, en los cuatro días de convivencia hemos tenido los asistentes un plus intangible: estar ante un explorador de la verdad que lo hace desde una realidad éticamente comprobable: la de seguir viviendo en medio de ese su pueblo que sufre y no encuentra, aún, el modo de desprenderse de la costra de una política huera, intelectualmente castrante, además de física y moralmente cruel. Un pueblo, el cubano, que malvive preguntándose por qué ha sido víctima tanto del experimento del más brutal capitalismo, como del más ciego comunismo, tras siglos de colonización explotadora, que, sin embargo, dejó, también y sobre todo, una lengua que nos hermana y permite secretas conexiones.
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Es Leonardo Padura un ser humano bueno, simpático, de magníficos silencios, que se mueve entre la admiración con una naturalidad que elimina cualquier posibilidad de molestos ditirambos, pero, eso sí, amagando en misterio como diría Gracián. Sus charlas durante el seminario han sido cultas, pero cercanas; las conversaciones en los encuentros casuales por el precioso lugar precedían las de las cenas causales y los paseos entre tamarindos que han permitido sentir la presencia de una bonhomía e inteligencia que son capaces, unidas, de comunicar eternidad desde el vórtice de los encuentros banales o trágicos de los seres humanos. La cumbre de su pericia humana es su esposa, Lucía López Coll, filóloga como él; una mujer de la que emana discreción, serenidad y amor por su compañero y que tiene el privilegio de ser la primera lectora de sus obras y socia como coguionista en las aventuras cinematográficas basadas en las obras de Leonardo.
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