Algunas personas, cuando dicen que tienen las ideas claras, en realidad lo que tienen es claras las ideas, es decir, aguadas. Solo así se puede entender que haya ideas que propicien el daño a las personas. Pero está ocurriendo, aquí, ahora, en España. Un país ... que inventó el liberalismo, pero en el que muchos de los que profesan su versión económica consideran que el liberalismo social es una llaga que cerrar. Le llaman guerra cultural.
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Enigma se llamaba la máquina que descifró Alan Turing para el ejército aliado durante la II Guerra Mundial salvando miles de vidas. Lo que no lo libró de ser encarcelado por homosexual pocos años después provocando su castración química y su suicidio mordiendo una manzana con cianuro. Se dice que el emblema de Apple es un homenaje a este extraordinario talento.
Creo que ni Turing podría descifrar el enigma de por qué los votos de un país se dividen entre los que defienden lo público y los que proponen la privatización de servicios tan esenciales como la sanidad, la educación y las pensiones lanzando los capitales empleados actualmente por el Estado a la arena de la voracidad privada. Nadie duda de que haya clases de luchas, pero, a estas alturas, ya debería considerarse falso que exista la lucha de clases, encontrándonos, así, ante el enigma incomprensible de que millones de personas de rentas medias o bajas apoyen a quienes consideran que «es mejor que el dinero esté en sus bolsillos». No advirtiendo que esta opción de los bolsillos es prestidigitación para bajadas de impuestos que hagan imposibles los servicios públicos al generar un «Estado mínimo», propuesto ya por Nietzsche, y tematizado por el anarcocapitalista Nozick. De esta forma, se impide que se mutualice la enfermedad, la educación y la decrepitud; servicios que se pueden considerar virtualmente un sobresueldo para cada ciudadano. Un sobresueldo que de «estar en sus bolsillos», lo que es bastante improbable, se gastaría en cervezas y vacacioncillas y «a vivir que son dos días». Alegría que dura hasta que una enfermedad grave o la decrepitud hagan necesario hipotecarse⎯el que pueda⎯para hacer frente a los gastos de una inmisericorde sanidad privada.
Pero Turing lo tendría todavía más difícil para entender por qué hay ciudadanos que odian lo que no entra en sus esquemas de cómo debe ser vivida la vida. O para explicar por qué no se ha cumplido la esperanza de que la mujer trajera otra ética a la política. Es desolador el caso de Guardiola, la candidata a la Junta de Extremadura. Con el añadido abracadabrante de que, simultáneamente, Feijóo proclamase que «sin palabra, no hay política». Es también un enigma que, con todas las conquistas para la mujer que el feminismo ha propiciado, haya mujeres que jaleen a los señoritos que las han de tratar, de nuevo, como mujeres-mujeres a la grupa de sus caballos, al tiempo que Vox clava sus espuelas en los flancos del PP hasta destruirlo moral y políticamente.
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No voy a caer en la tentación de reprochar a la derecha moderada sus intentos de disimular la triste caída en la misma impureza de alianzas que detestaba en el 'sanchismo': es tan obvio que estamos ya ante otro grotesco ismo: el 'feijoismo'. No voy tampoco a mencionar cómo los síntomas se han ido convirtiendo en enfermedad que acabará deslizándonos a la sociedad intolerante, esencialista, lunática y peligrosa en sus propósitos que se perfila en los conocidos cien puntos programáticos de Vox: conquistar Gibraltar, suprimir el concierto vasco y convenio navarro, suspender la autonomía catalana, erigir muros infranqueables para emigrantes, nuevo concepto de legítima defensa (¿uso de armas?), eliminación generalizada de impuestos y cotizaciones, control moral, estímulo de tradiciones (¿volverá el toro de la Vega?), fuerzas armadas autónomas, sin vínculos internacionales (¡uf!), supresión del Tribunal Constitucional, indiferencia ante la violencia contra la mujer... En fin, para qué reprochar lo obvio.
Algo falla cuando en unas elecciones autonómicas regresan, cuarenta años después, los intolerantes, los que quieren volver a relaciones amo-siervo. Recientemente contemplé una escena en la que se mezclaba la aporofobia, literalmente el asco al mendigo, con la soberbia del señorito. Algo falla, sí, cuando ya están en las instituciones los ignorantes que desprecian la ciencia y los intolerantes que quieren acabar con la felicidad ajena mientras ocultan a la vista los vicios que practican en privado.
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Queda solamente por descifrar,⎯señor Turing, el enigma de por qué hay ciudadanos de izquierdas que se quedan en el sofá en cuanto no pueden disfrutar del entusiasmo por la llegada de «un mundo nuevo». Irresponsabilidad que hace posible que lleguen los que hacen del planeta una falla y del individuo, en su libertad, una liebre para los nuevos galgos.
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