Una broma antigua, cuando todos los inventos venían de Estados Unidos, decía: «Astrónomos norteamericanos han descubierto vida inteligente en... la Tierra». En esas estamos. Yo, con franqueza, compadezco a los políticos. Cuando los oigo hablar tengo la misma impresión que con esos vídeos de rehenes ... secuestrados hablando bien de sus secuestradores y sus peticiones delirantes apuntados por un arma.

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Pero lo nuestro, lo de la ciudadanía, no es menos tragicómico, porque reproducimos sus discursos en nuestras propias discusiones políticas como si los secuestrados fuéramos nosotros. ¿Y quiénes son los respectivos secuestradores? Pues de los políticos los votantes y de los votantes los políticos. ¿Cabe más circularidad viciada? Es lo característico de la democracia que, sin duda, es el mejor régimen político posible. Esta condición de imagen y espejo que cada uno es para el otro provoca un fenómeno como el que todos hemos contemplado divertidos en un ascensor con dos espejos enfrentados: una multiplicación de la imagen hasta un fondo infinito e insondable. Y en ese fondo estamos.

Sorprendentemente, en una estadística de Epdata, elaborada a partir de la información del Congreso, se dice que, aproximadamente, el 78% de nuestros representantes son licenciados o graduados; de los cuales el 28% tiene el título de máster y el 17% de doctorado. Además, hay un 6% con títulos tecnológicos y un 16% que no acredita estudios. La encuesta precisa que el grueso de los diputados son abogados o economistas.

Ellos saben que confunden o mienten y nosotros sabemos que mienten

Como es improbable que los insultos, bulos y falacias solamente los enuncien los no titulados, cabe pensar que la formación universitaria no garantiza la buena educación, al menos en esta tribu especial que constituye el Congreso de los Diputados. Viven ellos unas vidas públicas impostadas. Y es de esperar que conserven su salud mental siendo más naturales en privado.

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Es improbable que una persona ante cualquier acontecimiento tenga siempre la misma opinión que sus correligionarios. Es improbable que un portavoz se crea determinadas falsedades que salen de su boca mientras sus ojos se vidrian. Las comisuras de sus labios no pasarían las duras pruebas a las que se sometió la boca de Bill Clinton diciendo: «No hubo sexo con la becaria». Conclusión: mienten e insultan contra sus propios reflejos musculares. Aceptan que deben considerar como premisa la estupidez de la población y la eficacia de la repetición de lo falso o lo deslegitimador del contrario para que el eco de sus palabras se grabe en nuestras mentes. Recuérdese aquellos mantras de «¡Váyase, señor González!» de Aznar; «La banda de Sánchez» de Rivera; el «Debe gobernar la lista más votada» o que la investidura de su rival «nace de un fraude» de Feijóo, o el último grito en raca-raca: «La máquina del fango» de Sánchez. No digamos la vergonzosa falta de delicadeza de estos últimos con sus respectivos cónyuges.

El problema con estos juegos es que se vuelven peligrosos. Ellos saben que confunden o mienten, nosotros sabemos que mienten y, en pirueta final, ellos saben que nosotros sabemos que ellos mienten. Un peligroso deslizamiento por la pendiente resbaladiza, no ya de la ilegitimidad de un gobierno, sino de la democracia misma. Y los ciudadanos, como buenos secuestrados, aceptamos las mentiras de parte porque son «nuestros mentirosos».

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Decir que tenemos políticos narcisistas es como decir que los tenemos con dos piernas. Narcisismo y liderazgo van juntos con escasas excepciones. Así se oyó decir a Aznar que «el milagro español soy yo» o a Sánchez que advirtamos «cuánto sufre». Si «hay inteligencia en la Tierra», no es en el ego del político donde hay que mirar, sino en la gestión económica o en la capacidad de respetar a las instituciones. Se suele decir que la ciencia natural avanza y la ciencia social está estancada. Es falso. La ciencia natural muestra su poder en la tecnología y la ciencia social en las instituciones, que son sus artefactos y el sostén de la civilidad.

La actual atmósfera ineducada y sectaria provocada, en mi opinión, por la irritación que produce que la izquierda doble a la derecha en años de gobierno hace crujir frívolamente las cuadernas de un sistema en equilibrio estable. Unos, inventando una nueva terapia contra la depresión que cura en cinco días; poniendo bajo sospecha la libertad de expresión (al libelo lo esperan los tribunales); usando el CIS como una fregona o debilitando al estado con leyes instrumentales. Otros, traspasando el umbral de la desvergüenza con la dilación irresponsable para renovar el CGPJ o con el paradójico olvido de la memoria y eludiendo la reparación de nuestras propias infamias históricas. Y por ambas partes, forzando groseramente a los jueces a la parcialidad política y soltando sin bozal portavoces deslenguados, sean o no ministros.

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