Tengo un poco de apuro al escribir sobre Antonio Arco en LA VERDAD, su periódico, apuro que se explica porque seguramente a él no le va a gustar. Pero a estas alturas y toda vez que prologué un libro suyo de entrevistas hace ya varios ... años, no voy a pararme en disimular que me parece el ejemplo de lo que debe ser un periodista que entrevista a alguien. Varias veces lo ha hecho conmigo (más de la cuenta, todo hay que decirlo), pero quizá ese exceso se deba a que nos encontramos bien conversando juntos. Es más, cuando he tenido que acudir a él en algún asunto comprometido, como fue entrevistar a Nélida Piñón, Premio Príncipe de Asturias, invitada para la Feria del Libro (cuando efímeramente la dirigí, carácter efímero debido en parte a la iniciativa de aquella entrevista), acudí a él, pues sea Nélida Piñón, sea Emilio Lledó o sea José María Merino, uno puede recomendar o desear que Antonio Arceo converse con ellos, porque va a dejar que en esa conversación sean ellos mismos.
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Porque Antonio Arco tiene algo de la mayéutica socrática (de la mujer de Sócrates habría que decir): le interesa la persona a la que entrevista y le deja que hable, que se exprese, que diga cuanto quiera. Jamás me he sentido tan libre en contestar, lo que es peligroso para alguien tan locuaz. Y de eso quiero también hablar. En una reciente entrevista, como estábamos en el jardín de mi casa, y en primavera huertana y nos encontrábamos tan a gusto, hubo algún momento en que yo largué (dicho coloquialmente) más de la cuenta. Y Antonio Arco, sabiendo que estaba grabando, ante alguna afirmación mía políticamente comprometida para quien la hacía, me preguntó: «¿Esto lo saco?». «Por supuesto», le dije, pero me gustó sentir que en ese momento, contra las leyes de ese periodismo que busca lo impactante o el titular, el periodista hubiese puesto por encima a la persona con quien hablaba, y respetara que esa persona estaba hablando con la sinceridad que el periodista asimismo merecía.
Qué gran lección de periodismo obtuve. De repente descubrí, sin necesidad de grandes teorías de la Comunicación, dónde se hallaba el secreto del buen hacer de Antonio Arco en sus entrevistas periodísticas. Establece una complicidad con quien habla, de manera que no le moleste al entrevistado mostrarse como es. Estamos acostumbrados a máscaras, es más, la comunicación se ha convertido en una serie de disfraces, muchas veces vehiculados por los perfiles que la gente adopta en la Red, edificados sobre la idea de simulación y algunas veces engaño. Pero quedan periodistas de antes de la Red, quienes, como ocurrirá con Antonio Arco, serán periodistas también después de la Red o por encima de ella. Antonio Arco, que da en sus críticas teatrales otra faceta importante, en sus entrevistas, precisamente por ser el género más difícil, da una lección que ojalá aprendan quienes ahora estudian ese oficio más que nunca necesario.
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