Con Antonio Sánchez Carrillo, patiñero hijo del Rojo, a quien no le gustaba que le llamara de don y desaparecido esta semana de un fulminante tumor cerebral, se acaba uno de los últimos restos de aquella Murcia auténtica que echaré siempre de menos cuando me ... vaya a otra parte para no regresar. Cada vez que quedaba a comer con don Antonio, muchas, me venía mi infancia, poblada por gentes de campos y huertas, hechas de madera reseca y frente profundamente arada; gentes que no necesitaban firmar un papel para un acuerdo sagrado, que se sellaba escupiendo en la mano y estrechándola. Gentes sabias y leales que conocían todo de la vida, y de las que bebí ávidamente desde niño. Siempre le quise y, como a casi todas aquellas personas a las que he querido, jamás se lo dije.
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Estuve cerca de hacerlo tras nuestro penúltimo encuentro. Habíamos hablado de mi padre, de la química instantánea que se había establecido entre ellos. «Llegúe a conocerlo poco, y ya tarde», me dijo, poniendo esa voz caediza que parecía caer rebotando como una piedrecilla dentro de un hondo aljibe. Ya en casa, le escribí un largo pergamino en whattsap que revelaba la admiración que siempre le había profesado una familia poco dada a admiraciones, incluyendo la mía propia. Creí haberle dado a la tecla de enviar mensaje. La última vez que lo llamé, hace pocos días, me di cuenta de que quedó sin mandar, y lo que me respondió cuando cogió el teléfono con un esfuerzo sobrehumano me hizo ver que ya no tenía sentido hacerlo. «Tumor, cerebro, Arrixaca», balbució desde una distancia sideral. Le respondí, con ese absurdo tono que ponemos todos cuando sabemos que alguien tiene los dos pies en la muerte, que «ahora a recuperarse» y que ya hablaríamos de lo del PP entonces. No corría prisa. Nada corre prisa cuando uno está ya muerto y deja tres palabras como miguitas de pan al recorrer el último sendero.
Aquí no cabe nada de todo lo que podría decir sobre mi querido Antonio. Un quejido apenas. Es, ya, un espectro principal en mi vida, de los recurrentes que nunca me abandonan. De los que nos siguen hablando por muchos años que pasen, hasta que nosotros mismos –si tenemos quien nos ame de verdad aunque no nos lo haya dicho nunca– aconsejemos sin tener existencia material a esos que nos mantendrán vivos en su mente. Sánchez Carrillo desempeñó un papel esencial en el fracaso de la moción de censura que le montaron al presidente murciano López Miras, pues estos niños del PP se quedaron como pajarillos deslumbrados por las luces del camión. La gente no sabe lo a punto que estuvo de triunfar aquello. Por aquella herradura el partido Ciudadanos perdió el caballo, por un caballo perdió a un caballero, por aquel caballero perdió la batalla y por aquella batalla el PSOE perdió no un Reino, sino varios. Como vas a empezar a hablar en mi cabeza hasta el último día de mi existencia, Antonio, ya departiremos sobre lo de Teodoro y Casado, ahora que ves las cosas desde muy arriba.
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