Muchos autores han insistido, a lo largo de cientos de años, en que la Verdad, con mayúscula, no existe. La incertidumbre, la inseguridad, la búsqueda ... de un cierto sentido a la existencia es lo que provoca que inventemos historias, valores, un sistema de creencias que nos permita enfrentar el vacío. Una gran cantidad de investigaciones han evidenciado que si un individuo, o un grupo, piensa que es dueño de la auténtica Verdad hay mayor posibilidad de que desprecie, como mínimo, a los que no piensan como él. La esencia de la democracia es justo la contraria. No hay una única manera de pensar, ni de ser, ni de estar y el funcionamiento democrático debe asegurar que todas deben poder expresarse a través de los mecanismos legalmente establecidos.
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Una de las grandes teóricas de la política, Hannah Arendt, analizó, en un gran número de textos, cómo los regímenes autoritarios y/o totalitarios se construyeron sobre el uso indiscriminado de la mentira, falsificando datos, falseando la realidad e impidiendo la libre expresión de ideas y creencias. Para ella, la mentira moderna en política busca cambiar la historia, la realidad conocida por todos, los hechos que son de común conocimiento.
Sin duda cada uno de nosotros podría hacer una lista muy amplia sobre todas las mentiras modernas en la política que conocemos sin necesidad de recurrir a la historia. La situación del Mar Menor no es responsabilidad de la agricultura intensiva y sí de los deficientes sistemas de drenaje de los municipios costeros. Leonardo da Vinci, Santa Teresa de Jesús, William Shakespeare eran catalanes de pura cepa que se vieron obligados a ocultar sus orígenes. Nunca existió en este país una banda de asesinos que se dedicaba a matar en nombre del pueblo vasco sometido. Los mayores casos de corrupción, nacional, autonómico y local, son responsabilidad de los partidos políticos, en especial del PP y del PSOE.
A veces se insiste en la idea de que muchas mentiras no son tales. Se trata, simplemente, de destacar algunos elementos de la historia, de ocultar otros, de relatarlos de la forma más idónea para los intereses de nuestra organización, o nuestro líder, o nuestra ideología. En los últimos tiempos, con el desarrollo de las redes sociales e internet, hemos asistido a la potenciación de la mentira en la política. Ahora las llamamos 'fake news', o noticias falsas, y persiguen influir en las decisiones políticas de los ciudadanos. A veces con mucho éxito. El origen de cualquiera de estas noticias falsas es incontrolable. Pueden ser creadas por cualquier individuo. No hay nada más democrático que este proceso comunicativo. También pueden ser responsabilidad de políticos en activo. ¿Quién puede olvidar la mentira reiterada de Trump de que le habían robado las elecciones? También pueden ser creadas por países. Un informe reciente de la Seguridad Nacional insiste en la creciente presencia en las redes de Rusia y China que buscan generar desconfianza en cuestiones que afectan a la democracia, la defensa y en las instituciones internacionales de las que España forma parte.
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Pero también hay otras cuestiones que, sin llegar a ser 'fake news', buscan generar un estado de opinión determinado. Es evidente que en estos últimos tiempos la guerra está presente en nuestro día a día. Pese a ello, y no deja de ser lógico, la última encuesta europea muestra que a los españoles, a diferencia de nuestros socios del norte de Europa, no nos preocupa tanto los conflictos bélicos como el estado de la sanidad pública. El presidente del comité militar de la OTAN, Rob Bauer, señaló hace unas semanas que «no puede darse la paz por sentado». A sus declaraciones han seguido las del presidente francés y las del presidente checo. Incluso la presidenta de la Comisión Europea insistió en la idea de que hay que prepararse para los riesgos de la guerra. Y suma y sigue. Todo esto recuerda a uno de los grandes libros escritos sobre la Primera Guerra Mundial. La historiadora Margaret Macmillan, en su libro '1914: de la paz a la guerra', insiste en que dicho conflicto bélico pudo evitarse hasta el último momento. Las debilidades humanas, la machacona idea, en los medios y en el discurso de los políticos, de que la guerra era inevitable, condujo finalmente a un conflicto que asoló Europa y dejó 10 millones de muertos, 20 millones de heridos, y fue la preparación de la segunda guerra mundial. Sin duda la tesis de Macmillan sigue teniendo total validez.
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