Hay algunos mantras básicos entre los politólogos a nivel internacional. Uno de ellos es que los partidos políticos son esenciales en la construcción de los ... regímenes democráticos. Algunos de los padres (en esos años era una cosa de hombres básicamente) de la Ciencia Política moderna escribieron sus obras más relevantes sobre esta cuestión. Sin esas organizaciones, a las que llamamos partidos políticos, no es posible construir democracias ni asegurar la institucionalización y perdurabilidad de estas. Evidentemente no es la única variable que influye, pero sí una de las más relevantes.
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Estos días pasados, al menos dos de los periódicos de tirada nacional han realizado entrevistas a dos politólogos de la Universidad de Harvard: Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Su interés es intentar conocer mejor cómo se produce la muerte de las democracias. Incluso de aquellas que son consideradas como las más antiguas y estables. En esto siguen al politólogo español más influyente a nivel internacional, Juan Linz, que fue profesor de la Universidad de Yale. 'Cómo quiebran las democracias' es el título de uno de sus libros más destacados. Y una cuestión que intentaba responder, quizás influido por su conocimiento de la república de Weimar y de la II república española.
Levitsky y Ziblatt hacen, en uno de sus textos, una afirmación absolutamente categórica: «Los partidos políticos son los guardianes de la democracia». No sólo son sus constructores. Son también los responsables de su existencia. Y, siguiendo a Juan Linz, afirman también que las élites políticas son el otro factor determinante. Los partidos son estructuras sin vida. Son sus líderes –sus decisiones, sus valores, sus intereses– los responsables de sus acciones u omisiones.
Pero los partidos entran, en muchas ocasiones y por distintas razones, en crisis. Y cuando eso acontece el escenario siguiente es muy variado, aunque todos implican, en mayor o menor medida, efectos sobre la democracia. Pongamos ejemplos. La crisis de los partidos en Perú provocó la llegada de Fujimori que, recordaremos, se convirtió en dictador. La misma razón provocó la llegada de Evo Morales a Bolivia, de Noboa en Ecuador, de Milei en Argentina, de Bukele en El Salvador e incluso de Ortega en Nicaragua. Y son solo unos pocos casos. Ciertamente no todos estos supuestos son iguales, pero sí tienen en común que las crisis de los partidos tradicionales, su ineficacia, la corrupción, les ha ayudado a auparse al poder. Y algunos de estos líderes no están muy preocupados sobre los posibles efectos que sus políticas tienen sobre la democracia en su país.
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También hay casos en los que el resultado es diferente. Es la crisis de los partidos tradicionales la que explicó el triunfo de López Obrador en México y la reciente elección de Claudia Sheinbaum para la presidencia de la república. Pero esa misma crisis es la que explica coaliciones políticas antinatura como la que ha sostenido a la oponente Xóchitl Gálvez. Esa crisis se ha acompañado de la incapacidad de asegurar, por parte de las instituciones, y de aceptar, por todos los contendientes en las distintas elecciones, la confianza en que nadie hace fraude electoral. Precisamente, por enésima vez, se ha vuelto a cuestionar el resultado que ha permitido a una mujer llegar a la presidencia del país. Y los sucesivos cuestionamientos a la limpieza de los comicios tienen un impacto muy negativo para la democracia en construcción de México.
Hay otros supuestos, como el español, en el que la crisis de los partidos se acompaña de formaciones radicales que, al cuestionar las bases institucionales y de valores, buscan exclusivamente su éxito electoral. Si eso provoca confrontación o agudizar la intolerancia no es algo que parezca preocuparles en exceso.
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¿Y qué sucede con los líderes? ¿Se dejan llevar por las masas enfurecidas, o frustradas, o agotadas por su supervivencia diaria o tienen una gran responsabilidad en la crisis de los partidos y de la democracia? Hay muchos ejemplos de cómo los líderes políticos contribuyeron a la muerte de las democracias de sus países. Algunos de la primera mitad del siglo XX en Europa. En Venezuela, Hugo Chávez dio un golpe de Estado, que fracasó, contra Carlos Andrés Pérez, socialdemócrata y, entre otras cosas, vicepresidente de la Internacional Socialista. Rafael Caldera, presidente del país procedente de la Democracia Cristina, blanqueó la candidatura de Chávez a las elecciones y, con sus acciones, fue esencial para la crisis democrática en Venezuela y el ascenso del caudillismo autoritario al país. Los casos de Polonia, de Hungría y Eslovaquia, entre otros, evidencian también la transformación que algunos líderes políticos manifiestan cuando acceden al poder. Decía Maquiavelo que los príncipes debían estar dispuestos a cualquier cosa para permanecer en el poder. Parece que el precio que los países pagan en términos de sus democracias, de los valores que ese régimen político permite, no es una cuestión relevante para estos pequeños y ególatras principitos.
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