Acaba 2021. Un año extraño en el que seguimos bajo la zozobra de la pandemia. Pero no quiero ser hoy pesimista y no lo voy a ser. Quiero poner –en estas fechas navideñas– el acento en el reconocimiento a una trayectoria personal, a una persona ... en concreto...
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La UCAM, bajo la presidencia de José Luis Mendoza, es hoy un proyecto colectivo que va más allá de la Región de Murcia. Un proyecto de educación universitaria y también de investigación e innovación a nivel nacional e internacional, así como la segunda universidad del mundo con más deportistas olímpicos. La UCAM ha cumplido este 2021 sus primeros 25 años de vida; sigue siendo una institución joven, pero ya adulta, emprendiendo la mejor etapa de la vida: la de la madurez.
Más allá de los logros en el ámbito universitario, quiero detenerme en algo para mí muy importante. Se trata de un proyecto en el que participamos personas muy diversas en ideología, creencias, trayectoria vital, situación familiar, gustos culturales y necesidades vitales..., y esta diversidad de la universidad hay que ponerla en valor. José Luis –y aquí sí quiero personalizar– ha unido en torno a su obra a personas de distintos orígenes, profesionales diversos y con competencias sinérgicas para un mundo diverso y cambiante. Unir diversidad y UCAM es un valor en sí mismo, y este valor lo aportan personas comprometidas, que se suman al proyecto para construir, aportar y, en definitiva, participar de esta aventura que tanto ha aportado a nuestra Región y al país.
¿Cuál es la esencia de este proyecto colectivo? Construir un mundo mejor que el que teníamos al nacer gracias a la educación, la investigación y la creación de redes de personas comprometidas, desde su individualidad, diversidad y diferentes convicciones. Y todo ello, en un marco. Porque los grandes proyectos necesitan tener detrás un marco que los defina, un marco que es el ideal cristiano y la aspiración católica (o sea, universal).
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Nada se construye en el mundo si no se tiene fe. Sin fe, sin esperanza, solo sobrevivimos, pero no vivimos. El problema es cuando no se tiene, y caemos en la anomia, la desesperanza cuando no hay nada que gobierne y dé sentido a nuestras vidas. Para bien vivir, hay que tener una fe y una misión en esta vida, y esa misión puede ser la del servicio a los demás.
El verdadero liderazgo –como bien enfatiza también el Papa Francisco– es el liderazgo del servicio a los demás. Servir sin esperar. Servir y amar incondicionalmente. El mundo que tenemos hoy no lo hemos construido sobre el egoísmo, la competencia, el desprecio a los derechos de las personas, el consumismo o la ignorancia. No. Lo hemos construido gracias a los sacrificios personales, el esfuerzo y trabajo diario, la creación de equipos y empresas..., lo hemos construido gracias a que muchas personas –unas anónimas, otras no– se levantan todos los días dando gracias por vivir, por poder un día más cumplir su misión en esta vida. Para unos esa misión es crear una familia, para otros crear una empresa y para otros simplemente poder, al finalizar el día, mirarse al espejo y sentirse orgullosos de que –gracias a su trabajo, a su hacer– hoy han contribuido un poquito más al avance y dignidad de la gran familia humana.
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Creo que hay personas que consiguen todo eso a la vez porque conectan su vida al gran valor de la familia: la familia que creamos y que vemos crecer con hijos y nietos año tras año; la familia universitaria de profesores, alumnos, personal administración y servicios...; la familia de los vinculados por una fe religiosa universal, y la gran familia de los hombres y mujeres que pasamos por este mundo cuando nos toca. Servir, familia, misión: todo en uno.
Estamos en Navidad y al releer las anteriores líneas me pregunto si lo he escrito por las fechas. No. Creo que lo hubiera podido escribir en cualquier momento del año, solo que en estas fechas es más propicio escribir así, cuando termina el año y recordamos lo verdaderamente importante de la vida: el valor de la amistad, por ejemplo, la que me une a José Luís Mendoza.
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Porque hay personas que nos hacen mejores solo por el hecho de estar ahí. Un amigo dice que en este mundo hay amistades improbables, relaciones insospechadas que nacen cuando menos se las espera, con personas que nunca hubiéramos creído compartir nada.
Estas relaciones son las mejores porque siempre nacen sin buscarlas, surgen cuando dos personas diferentes se encuentran y se dan cuenta por el mero roce de que –insospechadamente– tienen más en común de lo que parece.
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Feliz año 2022.
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