La atleta ugandesa Rebecca Cheptegei, que participó en la maratón de los pasados Juegos Olímpicos de París, ha fallecido recientemente a causa de las quemaduras que el HDLGP (si eres español no tendrás problema en 'traducirlo') de su pareja, Dickson Ndiema Marangach, le produjo al ... rociarla de gasolina y prenderle fuego. No puedo imaginar una muerte peor que morir abrasada.

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Rebecca Cheptegei no solo fue una atleta destacada que representó a su país en uno de los eventos deportivos más importantes del mundo, sino también una mujer que, como tantas otras, soñaba con alcanzar el éxito y vivir una vida plena. Sin embargo, su vida ha sido cercenada por una violencia tan brutal como inexplicable. La violencia de género sigue siendo un problema global que afecta a millones de mujeres, sin distinción de nacionalidad, raza, estatus social o éxito. Hace unos días, este mismo periódico publicaba que los delitos sexuales han aumentado en la Región un 21,3% y alcanzan ya una media de dos denuncias al día.

El caso de Rebecca se suma a una lista interminable de mujeres que han sido asesinadas o brutalmente atacadas por personas cercanas, a menudo por sus parejas. La atleta murió en un hospital en Kenia, donde niñas y mujeres sufren violencia física. Especialmente, las mujeres casadas.

Estos actos de violencia no solo destruyen vidas individuales, sino también a sus familiares (Rebecca era el sustento de toda su familia y deja huérfanas a dos niñas). La violencia de género es una epidemia mundial que sigue sin recibir la atención y respuesta adecuadas por parte de muchas sociedades y Gobiernos. Aunque se han hecho avances en algunos lugares, en muchos otros la violencia doméstica y el abuso hacia las mujeres continúan siendo una realidad silenciada y minimizada.

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En el caso específico de Uganda y de muchos otros países africanos, las mujeres siguen enfrentando enormes desafíos. A pesar de los avances en igualdad sexual, las normas patriarcales profundamente arraigadas, la falta de educación y la desigualdad económica perpetúan una cultura de violencia y discriminación contra las mujeres. Esto no es exclusivo de África, por supuesto, pero las barreras institucionales y sociales en estos contextos a menudo hacen que las mujeres tengan menos recursos para escapar de relaciones abusivas o denunciar estos actos. Y hay muchas formas de manifestar la violencia: desde el maltrato físico y psicológico hasta el matrimonio infantil, la mutilación genital femenina y el abuso sexual. Las cifras son desoladoras. Y las estadísticas solo reflejan una parte de la realidad, ya que muchas mujeres no denuncian estos abusos por miedo a represalias o debido a la falta de recursos y apoyo.

Lo más triste de esta noticia es que la muerte de la atleta no servirá para llamar a la acción en términos de protección y justicia para tantas mujeres en el mundo. Por mucho que existan leyes o por la falta de ellas, no hay voluntad para perseguir con el máximo rigor a sus verdugos. Cómo echo de menos aquí la ley del talión: mismos litros de gasolina y mismo mechero pal payo.

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A lo largo de la historia, las mujeres han sido víctimas de violencia estructural y cultural, pero en el siglo XXI no debería haber excusas para que esta lacra continúe en vigor. La violencia de género no es un problema de mujeres; es un problema social que afecta a todos.

Es imperativo que se implementen políticas más firmes, que los Gobiernos tomen en serio la protección de las mujeres y que las comunidades de todo el mundo rechacen con firmeza la violencia de género. La educación, la sensibilización y la prevención son esenciales para cambiar la mentalidad de aquellos que perpetúan la violencia.

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El legado de Rebecca Cheptegei debe ser recordado no solo por su destreza como atleta, sino también como un toque de atención a la lucha por la justicia y la dignidad de todas las mujeres. No podemos permitir que más vidas sean arrancadas por la violencia, y es nuestra responsabilidad como sociedad garantizar que el precio de ser mujer no sea más la violencia, el miedo o la muerte.

(Nota: El acusado de asesinar a Rebecca ha fallecido a los pocos días, víctima ―él también― de las graves quemaduras que se produjo al rociarla y prenderla con combustible. ¿Justicia divina?).

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