Me pregunto yo, recién aterrizada a la bendita rutina que nos organiza, que a qué desocupada mente se le habrá ocurrido la idea de ligar en los supermercados, a una hora determinada (porque ha de ser ―perentoriamente, sin posibilidad de discusión, entre las siete y ... las ocho de la tarde), y llevando una piña al revés, es decir, con las hojitas desmochándose entre las rejas del carrito de la compra o pinchando los plásticos de las bandejas de las otras frutas. Imagino que debe de ser algún comerciante de piña, algo así como lo de comer uvas en Nochevieja, que todo empezó por una superproducción de uva que tiraba los precios por los suelos, y que ha logrado que en las actuales Navidades se pongan los precios por las nubes. Pero, oigan, que ahora no necesita de años para consolidarse la cosa, con las nuevas tecnologías la idea ha corrido como el reguero de la pólvora.

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Y, hete aquí que, si te ves en la necesidad de comprar una piña porque te apetece disfrutar de su dulce sabor, te conviene armarte de paciencia y astucia. Como decía, con la cosa del ligoteo en los supermercados, sumado a la evidente demanda que ha generado esta peculiar moda, te verás obligado a reorganizar por completo tu hábito diario. Para empezar, tendrás que madrugar más de lo habitual, llegando temprano al trabajo para poder salir un poco antes de lo normal y así tener la posibilidad de llegar a tiempo a pillar piña. Porque ―aquí reside la clave del asunto: si no logras adelantarte a la marea de solteros que acuden en masa, armados con sus carritos y ansias de encontrar pareja, es probable que no consigas una piña ni por error. La competencia es feroz, y las piñas desaparecen de las estanterías a una velocidad sorprendente, dejando a los rezagados con las manos vacías y una sensación de derrota frutal. Así que, si de verdad quieres asegurar tu piña, más vale que te tomes en serio esta nueva y extraña carrera contra el tiempo.

Lo que me resulta más curioso de todo este asunto es cómo algo tan trivial como una fruta ha sido capaz de convertirse en un símbolo de deseo, en una especie de señal secreta para los solteros en busca de pillar cacho. Imagino que este fenómeno está relacionado con la creciente desesperación por conectar de manera directa con otro ser humano en un mundo cada vez más digitalizado. Los supermercados, esos templos de lo cotidiano, se han convertido en los nuevos puntos de encuentro, puesto que ya no se liga en bares o discotecas.

Sin embargo, no puedo dejar de pensar en lo absurda que resulta esta situación: un ejército de borregos, perdón, de solteros recorriendo los pasillos del supermercado, todos con sus piñas invertidas, más perdón, intentando parecer casuales mientras lanzan miradas furtivas a otros carros. Es casi como una comedia romántica de bajo presupuesto.

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Y, como si esto no fuera suficiente, me pregunto cuánto tiempo pasará antes de que surjan aplicaciones de citas basadas en la piña. «Encuentra a tu media piña», podría ser el lema. Las citas en línea ya están saturadas con perfiles que muestran fotos más falsas que los besos de Judas; ahora podríamos tener perfiles que destacan la habilidad de llevar la piña con estilo en el supermercado adecuado.

Al final de todo, este curioso fenómeno dice mucho sobre nuestra sociedad. Nos encontramos en una época en la que las conexiones reales son cada vez más difíciles de establecer, y por eso buscamos cualquier excusa para romper el hielo, incluso si eso significa alzar una piña como bandera en un concurrido pasillo del supermercado. Es casi poético o patético, según se vea, en su propia y ridícula manera, que algo tan simple como una piña haya adquirido un significado tan complejo y cargado de intenciones.

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Y mientras tanto, las piñas, claro está, según la propuesta de oferta y demanda, subirán ―inocentes ellas― de precio, los supermercados se llenarán de solteros ansiosos y, en algún lugar remoto, incluso, un comerciante de frutas se reirá a carcajadas. Pero, al final, tal vez no sea tan descabellado. Después de todo, en un mundo donde lo cotidiano y lo extraordinario se mezclan tan fácilmente, ¿quién puede culparnos por intentar encontrar el amor en el lugar más improbable, con una piña boca abajo, pobrecilla, como único testigo?

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