Cada 12 de octubre, Día del Pilar, mi corazón vuelve a latir de una manera especial con el corazón que forma el Cuerpo de la Guardia Civil. Sé que para muchos de nosotros que sentimos una conexión íntima y personal con este cuerpo, la celebración ... de esta fecha está teñida de orgullo, de un profundo respeto y de un dolor silencioso por cuantos dieron su vida en acto de servicio. La Guardia Civil no solo es una institución que garantiza la seguridad de nuestro país, sino una familia que ha visto cómo muchos de sus miembros han sido arrebatados. Entre ellos, recuerdo con especial dolor los guardias civiles asesinados en Barbate (Cádiz), víctimas de una violencia que no solo afecta a los que caen, sino también a los que sobreviven.

Publicidad

Crecí escuchando las historias del hermano de mi padre, un guardia civil comprometido con su deber, pero también consciente del peligro que le acechaba cada vez que salía de casa para cumplir con su servicio. Ese temor constante nunca lo abandonaba, pero lo enfrentaba con una valentía que jamás dejó de impresionarme. Él, como tantos números, sabía que el riesgo de ser herido o incluso perder la vida formaba parte de su labor y, a pesar de ello, no dudaba en ponerse su uniforme cada día.

Nuestros guardias civiles se topan, en cada nuevo caso, con una realidad que va más allá de lo que los ciudadanos vemos y, a veces, imaginamos. La lucha desigual contra el narcotráfico, el terrorismo, la delincuencia organizada y tantos otros peligros es una batalla que no da tregua, y son ellos quienes ponen el cuerpo y el alma para protegernos a todos. Y los recientes asesinatos ocurridos en Barbate no son sino la trágica representación de un drama que la Guardia Civil y sus familias conocen demasiado bien. Resultado de un enfrentamiento con delincuentes que no dudan en disparar a matar, mientras ellos están atados de manos por unas leyes que parecen más preocupadas por proteger a los malhechores que por garantizar la justicia para quienes velan por nuestra seguridad.

Es absolutamente demencial pensar que, en un país que ha avanzado tanto en derechos y libertades, aquellos que están encargados de protegernos aún se enfrentan a un sistema que, en ocasiones, les da la espalda. Y, para colmo, muchas veces los delincuentes, una vez detenidos, logran evadir el castigo o recibir penas mínimas. Los guardias civiles no se quejan ―en realidad, no pueden quejarse, pero sí lo hacen sus mujeres, sus madres, sus hijas, sus esposas, etc., de la desventaja con la que afrontan a los criminales.

Publicidad

El dolor que sienten las familias de los guardias civiles caídos es algo indescriptible. He visto de cerca ese sufrimiento. Tengo familia y amigos profundamente queridos en la Guardia Civil y les he escuchado hablar de algunos compañeros que no han tenido la misma suerte que ellos, que no habían vuelto a casa después de un servicio. Les veo cómo se les apaga la mirada cuando mencionan sus nombres, sabiendo que en cualquier momento ellos pueden ser quienes aparezcan en esa lista macabra. Esa es la realidad para cada uno de los hombres y mujeres que forman parte de la Guardia Civil: una vida de servicio y sacrificio, muchas veces incomprendido. Y poco valorada o, al menos, reconocida.

Hoy, en este Día del Pilar, me parece una oportunidad magnífica poder rendir homenaje a la Virgen, pilar que cuida de ellos, y a todos los que, como mi tío, han dedicado su vida a este noble Cuerpo, a esos otros pilares que, día tras día, se levantan con la esperanza de que su trabajo valga la pena, de que su sacrificio sea reconocido y de que las leyes de nuestro país estén, algún día, verdaderamente de su lado. Para que su sacrificio nunca sea en vano.

Publicidad

(Ah, hace años, en España este día se celebraba el Día de la Hispanidad. Eran, corrían otros tiempos).

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad