Lérida ha promocionado el Día de la Mujer, que hoy celebramos, con un cartel que muestra a mujeres de edades y aspectos diversos. Sin embargo, ... entre ellas hay una ataviada con un chador, una prenda que no solo cubre la cabeza, como el hiyab, sino también parte del rostro. Y aquí es donde se nos viene encima la madre de todos los dilemas (no a mí, que lo tengo claro, pero sí a la dividida opinión pública): ¿es esto una muestra de diversidad cultural o la normalización de un símbolo de sumisión?
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Si tenemos en cuenta que hace apenas nada la joven Mahsa Amini, de veintidós años, murió misteriosamente en una cárcel de Teherán tras ser detenida por no llevar 'bien puesto' el hiyab (que no el chador), incluir esta figura en un cartel conmemorativo no es, de ninguna manera, un gesto de inclusión. Es, más bien, una aceptación implícita de un código que relega a las mujeres a un papel ¿secundario? O 'ultimario', y que las despoja de sus derechos básicos.
La columnista Najat El Hachmi lo ha expresado con claridad meridiana: más allá de cualquier filtro cultural o religioso que se le quiera aplicar, estas prendas constituyen «el símbolo de todo un sistema de discriminación y opresión del que son la punta del iceberg». Lo es cualquier tipo de vestimenta que no sea una elección libre de la mujer, sino una imposición de una cultura patriarcal. Cuando su incumplimiento conlleva castigos, reclusión y hasta, incluso, la muerte, nos enfrentamos a algo mucho más grave que una simple cuestión de tradiciones.
Recuerdo los años setenta, cuando mi madre compraba la revista 'Blanco y Negro'. Me fascinaban las fotografías de las fiestas fastuosas en Persia, donde las mujeres llevaban minifaldas y peinados cardados. En aquellos años, Irán era un país en el que las mujeres podían estudiar en la universidad, aspirar a cualquier profesión, vivir con una libertad que hoy nos resulta impensable a nosotras al hablar de aquel mismo territorio e inimaginable a las mujeres que (mal)viven allí. Todo cambió –para mal– con la Revolución islámica. En cuestión de pocos años, pasaron de esa época luminosa a un oscurantismo brutal de ayatolás fanáticos, donde las mujeres quedaron relegadas a la invisibilidad, sin derecho a decidir sobre sus propios cuerpos ni sobre sus propias vidas.
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Hoy, en pleno siglo XXI, en muchos países islámicos las mujeres están silenciadas hasta tal extremo que no pueden ni cantar; que no pueden mostrar, ni accidentalmente, un fragmento de tobillo si no quieren ser apaleadas en plena calle por cualquier hombre que se cruce con ellas. Cualquiera podría hacerlo en nombre de la moral. Están encarceladas bajo sus propias ropas, y siguen sin poder caminar libres. Y mientras tanto, en Occidente, algunos sectores progresistas han abrazado una paradoja peligrosa: en nombre del respeto a la diversidad cultural, terminan justificando lo injustificable. Que ya les daría yo a estas 'progres' de salón un año, solo un año, de convivir in situ con esas normas tan 'aceptables' que defienden.
El mismo feminismo que ha luchado por la igualdad durante décadas, que ha reivindicado el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, se enfrenta ahora a una manipulación incomprensiblemente interesada. Se nos dice que aceptar el hiyab, el chador o incluso el burka representa una muestra de inclusión. Pero ¿qué estamos incluyendo realmente? No estamos abrazando la diversidad, estamos permitiendo que símbolos de represión se normalicen en nuestras sociedades occidentales.
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Y que nadie me diga que exagero. Porque también era imposible imaginar que, en el siglo XXI, un virus paralizaría el mundo entero. Y ocurrió. La historia está llena de retrocesos inesperados, de libertades conquistadas que luego se pierden sin apenas darnos cuenta. No podemos permitirnos bajar la guardia.
Respetar otras culturas no significa aceptar sin crítica todo lo que proviene de ellas. No significa mirar hacia otro lado cuando las mujeres son obligadas a cubrirse, a desaparecer, a callar. El verdadero respeto es aquel que se traduce en la defensa de la igualdad, en la protección de los derechos humanos sin concesiones ni relativismos. Y en esto no podemos dar ni un solo paso atrás.
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