Hace unos años, cuando el cómico Chiquito de la Calzada se dedicaba, más que a contar chistes, a destrozarlos, solía narrar uno en el que un individuo aseguraba haber sido testigo de una relación sexual inapropiada. A la pregunta del juez de «¿Pero usted vio ... cómo el chico le introducía el órgano a la chica?», el pobre hombre respondía: «Señor juez, el órgano, no; pero un pedazo de clarinete como mi brazo, sí». Y puede que ustedes se hayan sonreído con el chiste, pero lo que no es motivo de risa es que el juez Adolfo Carretero, en la demanda de Elisa Mouliaá contra Íñigo Errejón, realizara a la denunciante una serie de preguntas que no sé si calificar de indecentes o de zafias, aunque no entro en si eran o no necesarias, pero, sobre todo, utilizando un tono que ciertamente invita a reflexionar sobre por qué tantas mujeres sienten que no vale la pena denunciar.

Publicidad

La indefensión que enfrentan las mujeres en casos de agresión sexual no es un fenómeno aislado ni casual. Es una consecuencia de estructuras judiciales, sociales y culturales que, de manera consciente o inconsciente, colocan a las víctimas en el banquillo de los acusados. No es extraño que muchas mujeres decidan guardar silencio ante una agresión, sabiendo que sus testimonios serán minuciosamente desmenuzados y cuestionados en busca de cualquier grieta que permita invalidar su relato. La humillación adicional que esto implica se convierte, en muchos casos, en una segunda agresión, esta vez perpetrada por el sistema.

Las mujeres hemos sido, durante siglos, botín de guerra y objetivo de destrucción de una sociedad a través de violarnos hasta destruir el alma. Recientemente, las chicas judías secuestradas en el concierto en la Franja de Gaza en octubre del 23, y que acaban de ser liberadas, van a ser sometidas a todas las pruebas pertinentes de enfermedades de transmisión sexual, porque 'supuestamente' han sido violadas impunemente, mientras que los terroristas de Hamás que han sido puestos en libertad no han sido capados.

Esta desprotección histórica sigue, de alguna manera, en la actualidad. Casos de violaciones colectivas, agresiones en ámbitos laborales o familiares y abusos cometidos por 'figuras de poder' muestran un patrón constante: la carga de probar el crimen recae de manera desproporcionada en las víctimas, mientras que los agresores frecuentemente encuentran amparo en tecnicismos legales, prejuicios culturales o simplemente la incredulidad de quienes deberían impartir justicia. Esto no solo perpetúa la impunidad, sino que envía un mensaje devastador a las mujeres: «Denunciar te expondrá a más dolor».

Publicidad

Lo peor del caso, lo más hiriente, lo más incomprensible es que haya sido precisamente Errejón, un político que defendía a capa (embozado, claro) y espada (arma que vendría genial para cortarle los huevos) a la mujer ante cualquier denuncia de ella sin el menor atisbo de duda razonable. Un total absurdo, por otra parte. Y bastante injusto porque mentes retorcidas las hay en cuerpos masculinos y femeninos. Uno de mis amigos fue brutalmente destruido por una denuncia falsa de una alumna a la que había suspendido.

Vale que ella lo hizo mal, o muy mal, casi desde el principio, nunca debió permitirle la menor humillación y jamás debería haberse subido con él a un coche después de haberse sentido violentada por el mequetrefe, pero lo hizo. Y si, en un primer momento, calló y después logró las fuerzas suficientes para denunciarlo, ningún juez tiene derecho a hacer, con su forma de preguntar, que vuelva a sentirse violentada nuevamente.

Publicidad

Esto incluye un compromiso firme de las instituciones para erradicar el machismo en todas sus formas, y un sistema judicial que cuide el bienestar de las víctimas sobre los prejuicios y estigmas que perpetúan su indefensión.

Hasta que esto ocurra, cada pregunta innecesaria, cada mirada de sospecha y cada caso de impunidad no hace más que reforzar la sensación de que denunciar no vale la pena. Vaya que la vale. Y mientras haya una mujer que denuncie, las demás mujeres que hayan sido violadas y se mantengan en silencio, sabe Dios por qué razones, encontrarán, si no justicia, al menos la fuerza, el arrojo de la valentía de quien sí lo hace.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad