Ya saben, mis queridos lectores, que la propiedad conmutativa, esa que en matemáticas asegura que tres por dos es lo mismo que dos por tres, no tiene aplicación fuera del ámbito de los números. En la vida cotidiana, las reglas no siempre son reversibles, y ... mucho menos en lo que respecta a las percepciones humanas. El viejo dicho de 'ver para creer' o la moderna corriente de 'creer para ver' han sido lanzados al abismo por las nuevas tecnologías. Vivimos en un tiempo donde las imágenes y los mensajes han perdido su anclaje en la verdad y la confusión reina con una sonrisa digital.
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¿Por qué les hablo de esto? Pues porque a más de uno de los periodistas que admiro y que, para mí, son creíbles sus noticias, han sido denostados, ridiculizados y vapuleados por hacerse eco de informaciones de la tragedia ocurrida en Valencia que, al parecer, eran bulos.
Lo inquietante no es solo la abundancia de estos bulos, sino lo fácil que resulta creer en ellos. Un simple clic, un momento de distracción, y la mentira se propaga como un virus. Hemos llegado al punto en que nada es completamente fiable. El milagro de las nuevas tecnologías, que nos prometía un acceso más rápido a la información, también nos ha regalado un universo paralelo donde lo falso parece más real que lo real.
El miedo ante la rapidez con que se propagan los bulos radica en su capacidad de causar estragos inmediatos. En cuestión de minutos, una mentira puede viralizarse, afectando a la reputación de personas, empresas o instituciones. Esto genera una confusión masiva, y, por supuesto, polarización social. Los afectados pueden ser víctimas de acoso, perder oportunidades laborales o enfrentarse a daños irreparables. La velocidad de las redes sociales amplifica su alcance, superando los esfuerzos por desmentirlas, dejando tras de sí un impacto devastador.
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Hace tiempo que vengo alucinando con maravillas del 'software' de edición de imágenes. Ya no es necesario ser un artista del pincel ni pasar horas retocando negativos en un laboratorio. Con unos pocos ajustes, se eliminan arrugas, se quitan michelines y se añaden cabelleras donde antes solo había piel reluciente.
¿Quién no ha visto esas fotos de antes y después que prometen resultados milagrosos con un producto para adelgazar, rejuvenecer o cambiar el color del cabello? La trampa, obviamente, radica en que el cambio no viene del producto, sino del programita de marras. Las nuevas tecnologías obran milagros donde los cosméticos y suplementos no pueden. ¿Y cuál es el resultado? Pues un desfile de ilusiones que alimentan falsas esperanzas, expectativas inalcanzables y 'muuucha' frustración.
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En este contexto, el escepticismo se convierte en una necesidad. Ya no basta con 'ver para creer'. Ahora necesitamos investigar, contrastar y, en muchos casos, dudar de lo que nuestros propios ojos ven. Esto no solo se aplica a las imágenes, sino también a las historias, que se viralizan en cuestión de minutos. Desde teorías conspiranoicas hasta noticias falsas, el bulo moderno se presenta envuelto en un barniz de credibilidad, apoyado por cifras inventadas, testimonios dudosos y un diseño visual atractivo.
La paradoja es que estas mentiras tecnológicas no solo nos engañan, sino que también afectan a nuestra percepción de lo auténtico. Cuando todo puede ser falso, empezamos a desconfiar incluso de aquello que es genuino. Las imágenes familiares pierden su valor; los vídeos de momentos íntimos se ven con sospecha. Nos encontramos en una especie de limbo, donde el avance tecnológico que debería acercarnos a la verdad nos ha hecho cuestionarla aún más.
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Y entonces, ¿qué nos queda? Convertirnos en rebeldes de la verdad. En un mundo saturado de artificios, la búsqueda de lo real se convierte en un acto revolucionario. Esto no significa rechazar la tecnología, sino educarnos para distinguir entre lo auténtico y lo manipulado, entre el mensaje bienintencionado y la trampa del bulo.
Así que, mis queridos lectores, si algo les parece demasiado perfecto para ser cierto, probablemente lo sea. La vida real, con sus imperfecciones, sigue siendo más hermosa y valiosa que cualquier mentira digital. Por cierto, ¿cómo se llama ese programa que te adelgaza, te quita arrugas y maquilla, aunque lleves la cara como un orco recién despierto?
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