Son días de consumismo cultural –semanas literarias, festivales de todo tipo, arranque de programaciones teatrales, renovación de exposiciones en museos–, de encuentros y desencuentros en ... torno a la literatura, a las artes, de bienvenidas universitarias con barra libre y fiestas con vocinglería. Hay ilusión, claro. Porque, es verdad que la cultura todavía puede ser mejor tratada presupuestariamente, y porque es necesario que los creadores disientan, y debatan, y hagan públicas sus perplejidades, y corten violentamente el aire con sus melancolías. Ahora bien, hay una cosa que se puede percibir. Los programadores han tirado la casa por la ventana –a veces las administraciones no saben dosificarse y se acepta cualquier ocurrencia–, y eso hace que haya congestión en el panorama cultural, con una oferta abundantísima pero imposible de abarcar, con desequilibrios geográficos, nuevas modas y una duda-pregunta: ¿qué sobrevivirá a corto y a medio plazo? Esta salida de la pandemia no compensa, sin embargo, que este sector fuera jamaqueado hacia la marginación institucional.
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La llegada del otoño nos pone un poco más firmes, nos obliga a taparnos ya un poco, a cobijarnos bajo los paraguas, a aferrarnos a la vida, ya que otros no podrán. El primero que se me viene a la mente es Antonio, el jubilado que se llevó la corriente esta semana en la calle San Nicolás de Javalí Viejo (Murcia), transformada de golpe en el vestíbulo del infierno por una endiablada tromba de agua. Como vemos, los dramas no cesan, pese a los pequeños momentos de respiro que podemos permitirnos. De pronto, abres la puerta a tu peor pesadilla. Unas veces la ruina se presenta sin avisar. Otras, uno esquiva el mal sino.
Esta semana, en que hemos celebrado en 'ExLibris' la publicación del nuevo libro de Marisa López Soria, 'El hijo de la amazona' (Iglú Editorial), un álbum ilustrado fantásticamente por Alejandro Galindo –'Álex', dibujante de las caricaturas de los domingos de LA VERDAD–, pensé en tantas personas sin nombre, de las que únicamente sabemos de su valentía para afrontar una enfermedad grave, cualquiera que sea, que tienen que lidiar inesperadamente con cualquier alteración de la salud. En este caso, es una historia importante para López Soria, que le cuesta casi 20 años darla a imprenta, sobre la importancia de las familias en los procesos oncológicos, de lo que echamos de menos las rutinas cuando un imprevisto las rompe, de cómo sobrellevar lo desprevenido. Una propuesta que, leída en el monasterio de Las Claras, nos enseñó que la literatura siempre ayuda a comprender y a sanar heridas.
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