Por interés comercial, Musk y Zuckerberg se han puesto al servicio de Trump, eliminando la moderación de los contenidos en las redes, lo que nos traerá más desinformación, retroceso democrático y auge de la derecha más radical, una tendencia esta última en la que la izquierda también tiene su cuota de responsabilidad
Aún faltan ocho días para que Donald Trump tome posesión, pero las primeras declaraciones de intenciones de quien se convertirá en el primer presidente estadounidense condenado por un delito grave ya han puesto en alerta a medio mundo, especialmente en la Unión Europea. Sus apetencias anexionistas sobre Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá, sin excluir expresamente el uso de la fuerza militar, así como la amenaza de severos aranceles comerciales a quienes se opongan a sus intenciones políticas, anticipan una relación tormentosa entre la UE y el gigante estadounidense. Sobre todo ahora que se avecinan procesos electorales en Francia y Alemania, donde el valedor y asesor más relevante de Trump, Elon Musk, propietario de la red social X (antes Twitter), Tesla y SpaceX, está interfiriendo de manera compulsiva en favor de opciones políticas de ultraderecha. Tras financiar la campaña de Trump con 277 millones de dólares y convertirse en su principal asesor tecnológico y para la reforma de la administración federal, Musk irrumpió hace semanas en la política británica atacando al primer ministro laborista. Ahora lo hizo en la campaña alemana, entrevistando este jueves a la candidata ultra de Alternativa por Alemania en su plataforma social, que cuenta con 211 millones de seguidores.
No se sabe cuánto hay de convicción ideológica en los ataques de Musk y cuánto hay de interés económico. Como en Estados Unidos, el hombre más rico del mundo quiere influir políticamente en países europeos donde sus empresas están sometidas a una estricta regulación o en vías de expandir sus negocios. Musk quiere fabricar vehículos eléctricos de Tesla en Alemania y ser proveedor de comunicaciones por satélite para el Gobierno italiano de Meloni. Alertada por las intromisiones de Musk, la Comisión Europea escruta con detalle si incumple la ley de servicios digitales, que obliga a neutralizar el contenido ilegal en línea, combatir la desinformación y eludir la manipulación electoral.
Una de las cuestiones que más preocupa en la UE, y con motivos sobrados, son las consecuencias de la nueva política de la red X que sustituyó la verificación de contenidos por notas de la comunidad, con el argumento torticero de que se promovía la censura y se limitaba la libertad de expresión. Justo el mismo paso que acaba de anunciar Mark Zuckerberg, propietario de Meta (antes Facebook), Instagram y WhatsApp. Como Musk, Zuckerberg pasó de defender causas de izquierda hace una década a apoyar a Trump, quizá convencido de que a través de la influencia política, siempre desde la cercanía al poder, le irá mejor en sus negocios que innovando, según apuntan analistas estadounidenses. Zuckerberg ha invertido miles de millones de dólares en desarrollar el Metaverso, esa realidad paralela con cascos y avatares que ha sido un rotundo fracaso. Y no parece que su apuesta por la inteligencia artificial vaya a tener un resultado mejor. Con un nuevo discurso del gusto de Trump y el nombramiento de un directivo cercano al próximo presidente estadounidense, da ahora esta marcha atrás en la moderación de contenido, lo que aumentará la desinformación y los discursos de odio en sus plataformas, como está pasando en X desde la llegada de Musk. Algo que es posible en EE UU porque las plataformas tecnológicas de las redes sociales se benefician de un artículo de una ley de comunicación, la llamada sección 230, que las exime de responsabilidad legal por los contenidos que suben a ellas los usuarios. Una inmunidad penal y civil de la que carecen, afortunadamente, los medios de comunicación tradicionales, el enemigo a batir de los líderes autocráticos y sus aliados tecnológicos.
Lo visto en Alemania y Reino Unido no presagia nada positivo. Veremos cómo reacciona la UE al giro de las grandes tecnológicas. Mucho del retroceso democrático y el alza de los partidos más autocráticos tiene que ver con la desinformación que las formaciones populistas y radicales proyectan con facilidad a través de estas redes. Pero tras los resultados de las elecciones celebradas en todo el mundo en 2024 se cometería un serio error de análisis si de la ecuación del auge de la derecha más radical se elimina la crisis de la izquierda, incapaz para muchos votantes de dar respuesta eficiente a serios problemas de gobernanza, olvidando además algunos de sus valores tradicionales en beneficio de posicionamientos doctrinarios de nuevo cuño que se defienden con la polémica cultura de la cancelación. Hoy en pocos países de los 27 hay partidos de centroizquierda o de izquierda en los gobiernos, con el agravante de que en algunos casos no han sido inmunes al virus autocrático, provocando también retrocesos democráticos.
No vivimos tiempos de esplendor para las democracias liberales. A izquierda y derecha se están normalizando, también en España, actuaciones políticas discutibles que causan sonrojo en la medida que solo buscan impunidad para aferrarse al poder. Laminar la acusación popular en procesos judiciales en marcha que afectan al entorno de Pedro Sánchez es el último ejemplo. Lo que propuso el PP en similares circunstancias en 2017 ahora lo hace el PSOE. Si ya teníamos poco encima, ahora regresa Trump con sus millonarios amigos.
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