En las guerras comerciales, todas las partes implicadas siempre pierden. La UE lo tiene especialmente complicado. Negociar con Donald Trump una nueva relación será como intentar jugar al ajedrez con una paloma: tirará todas las piezas, colmatará de porquería el tablero y luego se irá volando jactándose de que ganó la partida. De hecho, en pocas semanas ya ha propinado varias patadas al tablero geopolítico internacional, la última iniciando una negociación bilateral con Rusia para acabar con la guerra en Ucrania sin contar ni con la UE ni con los propios ucranianos. Mientras este nuevo desorden mundial progresa hacia no se sabe dónde, me estupefacta cómo en España, y en especial en nuestra Región, algunos minimizan los efectos de la avasalladora política diplomática y arancelaria de Trump mientras intentan socavar al Ejecutivo de la Unión Europea por el discutido flanco de las políticas 'verdes'.
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Es cierto que muchos sectores económicos están atenazados por el laberinto burocrático y la sobrerregulación normativa europea. Y que a diferencia de lo ocurrido en EE UU, la transición hacia un modelo más sostenible se ha hecho en Europa sin garantizar la sostenibilidad financiera de sectores tan importantes para la Región de Murcia como el agroalimentario. Pero de ahí a plantear una enmienda a la totalidad a lo que ha representado y supone la UE para la agricultura española solo puede responder al interés de debilitar el proyecto europeo, bien por ceguera política o por una interesada alianza con alguno de sus adversarios y competidores. Todavía hay quien en esas formaciones obsesionadas con dinamitar la UE, como el holandés Wilders, propone suprimir la PAC, que representa una cuarta parte del presupuesto comunitario. ¡Ojo con los estúpidos! Son más dañinos que los malvados pues, como bien dice el periodista David Brooks, pueden llegar a proponer la decapitación como mejor remedio contra el acné. Ejemplos cercanos hay no pocos de lo que podría llamarse derecha de remate, porque además de extrema, flirtea muchas veces con la estupidez.
No son muy inteligentes algunas de las primeras decisiones adoptadas por Trump, como la amenaza de aranceles a México y Canadá sin valorar el impacto en la inflación interna, o la congelación del gasto federal en programas de asistencia sin tener en cuenta el caos generado. No es de extrañar que uno de los colectivos más inquietos hoy por la incontinencia irreflexiva de la Casa Blanca sean los propios agricultores estadounidenses. Ya vivieron las consecuencias de los aranceles que en su anterior etapa presidencial impuso Trump a las importaciones chinas. Ahora temen también los efectos colaterales de otras medidas de su atropellada agenda, como el impacto de los planes de deportación masiva en la mano de obra disponible para este sector estadounidense. La suspensión indiscriminada de la financiación de programas federales, incluidas las ayudas del Departamento de Agricultura para la transición ecológica, desencadenó también preocupación en las zonas rurales de Estados Unidos. Los beneficiarios de esos programas congelados pagaron por adelantado la implantación de energía renovable y nuevos cultivos con la garantías de que el gobierno federal otorgaría subvenciones para cubrir parte del coste. Por si fuera poco lo anterior, la congelación del programa de ayuda alimentaria de la Agencia para Desarrollo Internacional (Usaid), que combate la hambruna de los más pobres del mundo pero que está en el punto de mira de los recortes de Musk (uno de los más ricos del planeta, ha puesto en aprietos a empresas estadounidenses que ingresan 2.100 millones por el trigo, arroz y soja que producen para la Usaid. La guerra arancelaria, más la guerra cultural interna emprendida por Trump, es una fuente de caos disruptivo que volverá a incrementar, a corto plazo, los precios para los agricultores y los consumidores de EE UU.
España compra a las empresas estadounidenses más bienes de los que ellos importan de nuestro país, la segunda nación de la UE con mayor déficit comercial con EE UU. No deberíamos entonces temer la imposición de un arancel recíproco, aunque cómo fiarse de quien ha señalado ya a toda la alimentación de la UE y confunde el IVA, un impuesto que grava todos los productos, sean foráneos o nacionales, con una medida proteccionista. La UE debe reaccionar de manera rápida y unitaria. Necesitamos más Europa, no menos. Deberíamos tenerlo claro en una región que tanto se benefició de la UE y aún tiene muchas rémoras en infraestructuras y financiación. Es momento de apoyar a la UE para que se haga respetar sin entrar en el juego de una guerra arancelaria en la que llevaría las de perder. EE UU, como Rusia, quiere debilitar a la UE. Y no solo comercialmente. Cómo explicar si no las palabras del 'número 2' de Trump este viernes en Múnich, dudando de los valores democráticos de la UE, minimizando el riesgo ruso y posicionándose con el partido radical Alternativa para Alemania a solo una semana de las elecciones germanas. Ya empiezan a tirar las piezas y a ensuciar el tablero. Pero no son palomas, son halcones.
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