47 segundos. Nuestra capacidad de atención para realizar una tarea frente a una pantalla de ordenador, teléfono o televisión, dura una media de 47 segundos. Lo afirma en la publicación de la Asociación Americana de Psicología un equipo de la Universidad de California, que lleva constatando desde 2012 cómo la capacidad de concentración de las personas se ha ido reduciendo a gran ritmo. No es un problema nuevo. Quién no ha oído lamentarse a los maestros de que los alumnos no prestan atención en clase. Lo que sucede ahora es que con el uso (abusivo) de internet y los dispositivos digitales nuestra falta de concentración alcanza cotas preocupantes, interfiriendo en la capacidad de aprendizaje, la productividad en el trabajo y en la calidad de las relaciones personales. Desde los 70, cuando se empieza a hablar de la economía de la atención, se evidencia con más fuerza que a más sobreabundancia de información, más déficit hay de atención. La distracción está literalmente a un solo clic de distancia, justo ahora que lo más necesario para nuestras democracias es una ciudadanía atenta, focalizada en lo importante y capaz de distinguir entre lo verdadero y lo falso.
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La política se ha convertido en una pugna entre partidos y candidatos por captar la atención del votante. No es nada fácil. Con las noticias que llegan a los teléfonos móviles casi en tiempo real y las reacciones en las redes sociales que se propagan por el mundo en cuestión de segundos, los asuntos públicos tienen periodos de atención colectiva mucho más cortos que esos ciclos de 24 horas a los que nos habituamos con los medios de comunicación antes de su digitalización.
Eso sí, todo puede cambiar de un día para otro o en cuestión de horas. Observemos EE UU desde que el domingo pasado Biden renunció y señaló como candidata demócrata a Kamala Harris. Desde entonces ella acapara toda la atención. Cada día de la semana fue la vencedora de lo que los estadounidenses llaman el ciclo de las noticias, expulsando a Trump de los titulares tras monopolizarlos durante doce meses. A toda prisa Trump ha debid o reorientar su discurso porque ahora tiene enfrente a una mujer joven y enérgica, que movilizó a los demócratas. Decía esta semana The New York Times: «Trump sigue probando apodos para Harris, una señal de que aún no ha descubierto cómo pretende retratarla. Su campaña se refirió inicialmente a ella como la 'copiloto cacareante' de Biden, en referencia a su risa inusual. Trump intentó una variación, llamándola 'Kamala Harris la que ríe'. Pero en los últimos días ha reciclado viejos insultos de otros oponentes, llamándola 'mentirosa' y 'tonta como una piedra'». Nada que nos sorprenda en Trump, aunque preocupa a su equipo porque en la pelea por la atención sus descalificaciones sexistas pueden volverse en su contra.
Esta batalla por la atención también existe en la política regional. Como en el resto del mundo, quien detenta el poder lo tiene mucho más fácil que la oposición. Básicamente porque lo que dice y hace el Gobierno regional, o el de cualquier ayuntamiento, tiene potencialmente consecuencias. Parafraseando a Di Caprio en la película 'Django desencadenado', la oposición suscita curiosidad, pero quien gestiona atesora la atención ciudadana por la cuenta que le trae. Cuanto más pequeño es el partido más debe esforzarse. A muchos les sorprende el tono y algunas 'performances' de los diputados regionales de Podemos, María Marín y Víctor Egío, pero en la pugna por la atención se han doctorado. Si a ello se suma en ambos una capacidad argumental que ha mejorado con el tiempo (con independencia del contenido), bastante están logrando para visibilizar una opción política sin representación municipal. El problema es que cuando se va al límite también llegan los tropiezos, algunos sonrojantes. Aun así, en términos de coste-eficacia, en ese ámbito le dan sopas con honda al PSRM, que en la pelea por la atención solo brilla con Ginés Ruiz Maciá, que comunica bien y es eficaz en el aprovechamiento de las pequeñas ventanas que tiene la oposición.
A una situación similar, por decisión propia, volvió Vox hace unos días tras salir del Gobierno al que quiso entrar a toda costa hace diez meses. Ahora está de nuevo en la casilla de salida: 'canutazos' declarativos a la puerta del centro de menores de Santa Cruz y en municipios. Ya no habrá gestión que exhibir o capacidad para decidir, salvo en los ayuntamientos, donde las coaliciones con el PP no se romperán porque la desbandada de concejales sería demoledora. Sin el poder que confiere estar en el Gobierno, Vox tendrá que afinar su relato en la Asamblea y sacar provecho de su posibilidad para condicionar la aprobación de los Presupuestos, sin pedir imposibles que luego les dejen señalados, como un plan de repatriación de inmigrantes que solo puede hacer el Gobierno central. Al PP regional se le ha puesto el viento de cola, en solitario y con la economía al alza, lo que está sabiendo aprovechar para captar inversiones y crear empleo. Su 'talón de Aquiles' son el relato cansino que culpa de todos los males al Gobierno central, lo que da rédito cero a la Región, y un par de Consejerías, que por omisión o por acción, no están a la altura del resto del gabinete de López Miras cuando asumen protagonismo.
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