No hay nada positivo en la polarización. Destruye todos los puentes que facilitan los pactos de Estado y termina por justificar comportamientos de dudosa ética democrática si sirven para frenar al adversario. El PP prepara una dura oposición, pero los mayores problemas para Sánchez vendrán de sus propios socios
La legislatura aún no ha empezado y ya exhibe turbulencias abrasivas. Albergo pocas dudas tras el debate de investidura. Áspera, convulsa, volcánica dicen algunos. Me gustaría ser optimista. Pero quién puede serlo con el nivel de polarización mostrado por los dos bloques parlamentarios. Me temo que la fractura social y política no tiene visos de suturarse con rapidez. Como es habitual, la constitución del Gobierno aportará unos días de respiro. El foco estará en las nuevas caras del Consejo de Ministros. Se escribirán biografías, análisis, conjeturas sobre los equilibrios de poder, debates de las primeras decisiones ejecutivas... Supongo que la tensión en la calle se atenuará, pero la polarización partidista ha calado tanto en la sociedad que la tregua será pasajera. Personalmente me resulta difícil de entender cómo puede justificarse una amnistía que se negaba hasta pocos días antes de las elecciones y que solo responde a la necesidad de contar con siete votos precisos para la investidura.
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No creo que el argumento de frenar a la ultraderecha pueda justificar cesiones a un partido de derecha populista que es separatista y antieuropeísta, y que pidió abaratar los delitos de corrupción o directamente anularlos, erosionando el Estado de derecho. Tampoco comparto los asedios a las sedes del PSOE y me parece absolutamente condenable el señalamiento público de diputados socialistas.
En las democracias saludables existe una competencia ideológica de objetivos y políticas, pero cuando se agudiza la polarización afectiva, más emocional que racional, lo importante no es el triunfo de las ideas propias sino la destrucción del rival. El debate se vicia con la ira y aparecen los discursos de odio. Se destruyen los puentes que facilitan los pactos de Estado y se termina por justificar comportamientos de dudosa ética democrática si sirven para frenar al adversario. En un contexto de polarización afectiva y partidismo negativo exacerbado, como el nuestro, empieza a resultar hasta una anomalía no entendible que se puedan criticar los pactos entre PP y Vox para eliminar la Oficina Anticorrupción de Baleares o reducir los presupuestos de la Oficina Valenciana Antifraude y a la vez cuestionar abiertamente la amnistía del PSOE de los delitos cometidos por los separatistas contra el orden constitucional, a fin de seguir en el poder. Lo grave es que la polarización se está incentivando a izquierda y derecha como estrategia política, propiciando una mayor tolerancia social hacia las conductas autocráticas, como por ejemplo el cuestionamiento de la independencia de los jueces. En todos los partidos hay personas conscientes de esta merma democrática, pero proteger la identidad de grupo es hoy más prioritario que abrazar la verdad. Y como oí decir en la calle, a propósito de las críticas de García-Page, cuando hay bocadillo nadie rompe la fila.
¿Cómo superar la polarización afectiva? Una propuesta optimista lanzada en EE UU consiste en centrar la atención pública en la similitud de los votantes de izquierda y derecha en su identidad compartida como estadounidenses. Pero con los separatistas en la ecuación eso es imposible en España. Lo paradójico es que los principales problemas para Sánchez no vendrán de sus adversarios, sino de sus aliados. Todas las formaciones que le apoyaron, como explicó Gabriel Rufián (ERC), tienen en común que no desean que gobiernen los populares con Vox. Pero a partir de ahí poseen sus intereses particulares, que se irán manifestando cuando se acerquen los procesos electorales en Cataluña y País Vasco. Entonces Puigdemont y Junqueras competirán por ver quién tensa más la cuerda. El PNV apoyó a Sánchez también porque sabe que necesitará a los socialistas para gobernar tras las elecciones vascas, donde los de Bildu, convenientemente blanqueados, sueñan con el 'sorpasso'. El pragmatismo de los nacionalistas vascos, más mesurados que sus homólogos catalanes, puede desbordarse. Urkullu ya dijo el viernes que todo lo que no está prohibido es posible, como un referéndum sobre el futuro del País Vasco.
Los populares no concederán un solo respiro a Sánchez. Con su mayoría en el Senado y el poder territorial que acumulan desde el 28-M, ejercerán presión desde los primeros compases. Gran parte de las promesas de Sánchez en su investidura pasan por la colaboración de las comunidades autónomas, que reclamarán para empezar el mismo trato fiscal que Cataluña. Se atisba una oposición dura a Sánchez en Madrid y provincias. El PP se equivocará si en esa legítima tarea de férreo control al Gobierno deslegitima a quien, guste o no, ganó la presidencia democráticamente en el Parlamento. Más polarización y más parálisis solo traerían más desafección y más retroceso económico. Veremos. Este incierto viaje solo acaba de empezar.
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