Goles en propia puerta

Primera plana ·

El exceso con que celebramos los éxitos deportivos contrasta con el silencio casi generalizado cuando nos toca perder. Mutismo que llega casi a la indiferencia si quien se va del terreno de juego de la vida despuntó en la Región en el ámbito de la cultura, como el poeta cartagenero José María Álvarez

«Como todos los uruguayos, toditos, yo nací gritando gol», decía Eduardo Galeano. Pocos escritores abordaron con tanta profusión y pasión el mundo del fútbol, la «única religión que no tiene ateos», según este celebrado periodista y seguidor del Nacional de Montevideo. Uno de sus más recordados escritos futboleros versa sobre Albert Camus, maestro del existencialismo que atribuía al deporte del balón todo lo que sabía de moral. En su Argelia natal, Camus jugó de portero desde niño porque, como narraba Galeano, en esa posición gastaba menos la suela de los zapatos y evitaba así las reprimendas de su abuela cuando regresaba cada noche a su humilde casa. Ser arquero, confesó Camus, le permitió aprender que la pelota nunca viene por donde uno espera y saberlo le ayudó mucho.

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Cuando la selección entrenada por Luis de la Fuente ganó con brillantez la Eurocopa el pasado domingo, España entera vibró con un equipo que fue el mejor de la competición. Hasta los sismógrafos captaron los estallidos de alegría que se desataron con los dos goles a los ingleses. La más talentosa España estaba sobre el césped y a medida que avanzaba el campeonato más nos identificábamos con ese grupo de jóvenes, tan diverso como nuestro propio país. Vencer en la final ya fue apoteósico.

La pelota que yo no vi venir es la que, un día después de la hazaña que hermanó al país, empezó a rodar en nuestra polarizada sociedad, a cuenta de algunos gestos y comportamientos de varios jugadores que, sinceramente, carecían de la menor enjundia comparados con la gesta protagonizada. Parecía una mera excusa para volver a ese otro deporte que tanto nos gusta: el del garrotazo goyesco entre las dos Españas. Pronto se diluyó entre el fango de las redes sociales el dulce sabor de la victoria cosechada.

El exceso con que celebramos los éxitos deportivos nos lleva a esos desbarres y contrasta con el silencio casi generalizado cuando nos toca perder. Mutismo que llega casi a la indiferencia si quien se va del terreno de juego de la vida despuntó en el ámbito de la cultura, que no moviliza a las masas, pero tampoco a quienes tienen la responsabilidad pública de protegerla y mimarla. Ahora que estamos preocupados ante la posibilidad de que la inteligencia artificial conduzca a la desaparición de numerosas profesiones, no deberíamos olvidar que cuando un talento creativo se pierde no existe sustitución posible, aunque tenemos el consuelo y el deber de disfrutar y cuidar del legado que nos deja. Por eso sorprenden las sociedades que no honran a sus referentes culturales cuando desaparecen y les despiden sin ni siquiera un simple adiós.

A los 82 años falleció hace unas semanas el poeta José María Álvarez y solo he oído lamentarlo a la alcaldesa de Cartagena. Miembro de la generación de los Novísimos, Álvarez era una personalidad singular, irrepetible, que dejó una monumental obra poética reunida en 'Museo de Cera'. No le conocí personalmente, pero difícilmente podré olvidar las conversaciones que en su fascinante casa de Cartagena mantuvo a lo largo de los años con Antonio Arco, el gran maestro de la entrevista que tenemos el privilegio de disfrutar los lectores y sus compañeros de LA VERDAD. Supe que el poeta estaba hospitalizado un par de días antes de su muerte porque me lo dijo Aurelia González, hija del gran cocinero Raimundo González, a quien el periódico, junto al Ayuntamiento de Murcia, le dedicó una cena-homenaje en la que participaron personal de cocina y sala de los restaurantes Salzillo, Alborada, El Churra, La Pequeña Taberna y La bodega de Javi. Un homenaje de los muchos más que se merecería Raimundo, figura indiscutible de la gastronomía, cuya relevancia no ha sido suficientemente honrada por nuestras autoridades. Habrá quien lo explique porque murió el día del Bando de la Huerta, pero es difícil de entender que no haya sido merecedor de más recuerdo que esa cena.

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El silencio gubernamental con José María Álvarez no debería por tanto sorprenderme, pero pasma no ver ni un solo 'tweet' en su memoria ni un solo político en su funeral. Algo parecido ocurrió con el fallecimiento de la actriz Margarita Lozano, de quien solo se acordó el Consistorio de Lorca. Y recientemente hemos visto cómo nuestras autoridades regionales se pusieron de perfil con el menosprecio del Ayuntamiento de Alpedrete, cogobernado por PP y Vox, hacia Asunción Balaguer y Paco Rabal.

Acertadamente, con el impulso creciente del Gobierno regional, nos hemos posicionado en el mapa por la calidad de nuestros festivales (ahí está La Mar de Músicas del Ayuntamiento de Cartagena como uno de los mejores de España) y el protagonismo de bandas como Viva Suecia o Arde Bogotá. Pero a veces parece que no hay más cultura que aquella que puede disfrutarse con una cerveza en el mano en un ambiente de fiesta. No se cuida el mundo del libro como se debería desde el Ejecutivo autonómico, pese a la brillante plantilla regional de escritores y la gran labor de algunos ayuntamientos, como el de Cartagena con sus premios Hache y Mandarache. Hay situaciones difíciles de entender. La Universidad de Murcia trae a un Nobel de Literatura como J. M. Coetzee y casi lo hace de tapadillo a una ciudad que, por cierto, tiene una gran avenida dedicada a Indurain y tardó muchos años en ponerle una a Valverde. Si alguien sabe el porqué de estos goles en propia puerta, que al menos yo no veo venir, que por favor me lo explique.

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