Más de 200 muertes por una DANA es una cifra espeluznante que resulta indigerible. Todo el foco ahora debe estar en la recuperación física, mental y económica de las víctimas. Pero pronto habrá que ponerse a trabajar en muchos frentes porque la recurrencia y gravedad de lluvias extremas será alta en el Levante
En los últimos años, todos los modelos climáticos venían pronosticando un incremento en intensidad y frecuencia de los episodios de lluvias torrenciales en el Levante por efecto del calentamiento global. Sin embargo, hasta hace una década no era posible dilucidar si una DANA concreta, como la que ha causado más de 200 muertos en Valencia y Albacete, podría estar vinculada directamente con este aumento de la temperatura del planeta o forma parte del patrón habitual de episodios de gota fría que durante siglos hemos conocido en la costa mediterránea.
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Con una nueva disciplina llamada 'ciencia de la atribución' es posible ahora determinar hasta qué punto ese calentamiento acelerado por la actividad humana influye en la probabilidad o intensidad de un evento extremo concreto. Aunque tardará tiempo en hacerse y publicarse un estudio específico de atribución, el consorcio internacional de investigadores que lidera esta disciplina avanza que la intensidad de esta letal DANA del Levante habría sido un 12% inferior si la temperatura media global se hubiera mantenido con un 1,3 grados menos de lo que tiene hoy el planeta. Un fenómeno termodinámico, formulado hace casi 200 años en una ecuación llamada de Clausius Clapeyron en honor a sus postuladores, está ayudando a entender el por qué de la mayor intensidad de las tormentas torrenciales en este contexto de cambio climático. En síntesis, esta ecuación muestra que cuanto más cálido es el aire, mayor es su capacidad para retener humedad. Esa relación es lineal: cada subida de un grado centígrado implica un 7% más de capacidad de retención de vapor de agua, sobre todo sobre el mar. Esa absorción de humedad, y por tanto el volumen de vapor que puede condensarse en estado líquido y caer torrencialmente si se forma una DANA, aumenta cada vez más en el Mediterráneo, que alcanzó este verano dos grados por encima de su media histórica.
Queda mucha ciencia por hacer para mejorar la comprensión de este fenómeno y la predicción meteorológica a corto y largo plazo, pero cinco días antes de producirse los expertos de la Aemet ya avisaron con acierto del peligroso episodio que se avecinaba. El embolsamiento de aire frío que dio origen a la DANA era muy extenso y probablemente por eso, lejos de desplazarse con rapidez, se estabilizó durante horas sobre las zonas más castigadas de Valencia. Por motivos que habrá que analizar, el aviso rojo de riesgo extremo en Valencia lanzado en la mañana del martes no caló en la población y el presidente Mazón avanzó a la 13.00 que sobre las 18.00 horas la gota fría se habría desplazado hacia Cuenca, un error que cuando fue rectificado por la Generalitat a las 20 horas con un aviso de emergencia ya era tarde. La lluvia caída en algunos puntos fue además muy superior a la predicha a primera hora por la Aemet.
Todos los análisis sobre los aciertos y errores cometidos son pertinentes, pero no deberían distraernos ahora de la asistencia a las víctimas. Esta catástrofe nos interpela a todos, empezando por las Administraciones, que se están viendo desbordadas por la magnitud de la tragedia. Tan impresionante como la ola de solidaridad de la sociedad civil, con miles de voluntarios acercándose a las zonas más devastadas, es la descoordinación y la lentitud de las administraciones. Desgraciadamente, la cifra de fallecidos puede crecer en los próximos días porque los servicios de rescate aún no han llegado a todos los rincones de esta catástrofe. Su factura económica también será muy elevada. La recuperación material y humana llevará muchos años. Esta misma semana, la revista 'Nature' abordaba el impacto en la salud mental de las dos millones de personas afectadas por las devastadoras inundaciones que azotaron Rio Grande do Sul, el estado más al sur de Brasil, entre abril y mayo pasado. El desastre desplazó a más de 500.000 personas y causó 183 muertes. En una encuesta 'on line' a los residentes de este Estado, el 45% de los entrevistados reportaron ansiedad moderada a severa en el primer mes después de las inundaciones. Desastres naturales como los de Brasil y Valencia pueden desencadenar problemas de salud mental que durarán años.
Debemos prepararnos mejor de cara al futuro. Históricamente, las gotas frías del Levante más dañinas se repetían cada treinta años aproximadamente, pero la anterior fue en 2019, hace tan solo cinco. En la Región, donde se actuó acertadamente entonces aplicando el principio de precaución, igual que se hizo esta semana, el Ministerio debe sacar adelante, a través de la Confederación Hidrográfica del Segura, todas las infraestructuras hidráulicas de contención prometidas hace años, así como la actualización definitiva de los mapas de zonas inundables, con la colaboración leal de los municipios. Si la Comunidad creía necesario en 2020 un plan de prevención de inundaciones que lleva tres años aparcado, con más motivo debería ponerse a trabajar ahora. Las tres administraciones deberían conjurarse para mejorar infraestructuras y activar sistemas para alertar directamente a la población de posibles avenidas relámpago, de igual manera que se hace con las alertas por lluvias torrenciales. No hay duda de que nos hacen falta protocolos más exigentes que prioricen la preservación de vidas humanas.
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