Todo el tiempo dedicado a mirar hacia atrás no es baldío si es para ver de dónde se viene y hacia dónde se quiere ir. Ayuda a entender el presente y a encarar el futuro. La historia tiende a repetirse. Hegel dijo que de alguna forma todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces. Pero olvidó agregar que la primera vez como una tragedia y la segunda como una farsa. Con esas palabras arrancaba Karl Marx un libro en el que comparaba el autogolpe de Estado de Luis Bonaparte con el de su tío, Napoleón Bonaparte. El primero era presidente de la Segunda República francesa cuando disolvió la Asamblea y se concedió un poder supremo para proclamarse, al cabo de seis meses, emperador. Medio siglo antes lo hizo Napoleón, revisitado por enésima vez en el cine por Ridley Scott y Joaquin Phoenix, con un golpe de Estado que puso fin en 1799 al Directorio, la última forma de gobierno de la Revolución Francesa. Sucedió el 18 de brumario (9 de noviembre), mes del calendario que creó la Revolución y que desapareció con ella, a diferencia de los ideales de libertad e igualdad que inspiran desde entonces las democracias occidentales.
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La línea entre la tragedia y la farsa es fina y se traspasa hoy con facilidad. Tachar a Pedro Sánchez de «Napoleón con ínfulas», como hizo Santiago Abascal hace un par de años, es una hipérbole inveraz, por mucho que al presidente le guste el poder, pues lo ha alcanzado democráticamente tras pasar por las urnas y en virtud de acuerdos con otras fuerzas políticas del Parlamento. Hablar de golpe de Estado es un sinsentido con trayectoria de bumerán. Un exceso de la derecha más radical y nostálgica del franquismo que a quien más beneficia es al propio Pedro Sánchez, pese a que con su pacto de investidura a cambio de impunidad para los independentista pone en cuestión el Estado de derecho y la igualdad entre españoles, en opinión de muchas voces, a izquierda y derecha, con profundas convicciones democráticas. La gran responsabilidad de Sánchez es haber reescrito la historia del 'procés' por pura necesidad personal. El relato de hechos recogidos en las sentencias condenatorias por el órdago inconstitucional separatista es una tragedia reconvertida ahora en toda una farsa a lo largo del preámbulo de la ley de amnistía. El texto de la norma asume el relato independentista del 'procés', atribuyendo responsabilidades al Constitucional que no admitió el Estatut en su totalidad y adjudicando al poder judicial un papel relevante en una supuesta persecución política a los separatistas catalanes. Las consecuencias de este pacto entre Sánchez, Puigdemont y Junqueras fueron expresadas esta semana con gran lucidez en el Parlamento Europeo por la diputada Maite Pagazaurtundúa, de Ciudadanos y hermana del jefe de la Policía Local de Andoian asesinado por ETA en 2003. Lo grave, dijo la eurodiputada vasca, es que cuando se les compra el relato histórico a los independentistas se les acaba dando la razón y no la tienen. No existía en España un problema de déficit democrático, como los separatistas venían sosteniendo todos estos años dentro y fuera de nuestro país, sino un «problema de identitarismo excluyente y populismo rancio», explicó. Y al darles ahora la razón, el PSOE corre el riesgo de acabar siendo rehén de sus reclamaciones. Primero fueron los indultos, sin que hubiera arrepentimiento, luego la modificación del Código Penal para debilitar la malversación y eliminar la sedición y «ahora una impunidad a gran escala», señaló Maite Pagazaurtundúa. Si lo que viene es una mutación constitucional encubierta, tarde o temprano se sabrá, pero ya es suficientemente preocupante constatar que el déficit democrático que no existía en nuestro Estado de derecho, en los términos expresados por los independentistas, ahora asoma al cuestionarse la independencia de los jueces y plantearse una amnistía que no responden al interés general, borrando delitos de malversación o terrorismo.
En 2022, el Grupo de Estados contra la Corrupción del Consejo de Europa (Greco) afirmó que España no había cumplido totalmente ninguna de las 19 recomendaciones que le sugirió al Gobierno en 2019. Solo se atendieron parcialmente siete de estas reformas casi tres años después. La próxima semana, el Consejo de Europa volverá a hacer pública una nueva evaluación. Me temo lo peor. En este otoño políticamente caliente no asistimos a ningún golpe napoleónico, pero gobernar asumiendo la falsa narrativa del 'procés' es una aventura arriesgada pues lleva a nuestra democracia por un camino entre brumas. Como subraya la historiadora Heather Cox en su reciente libro, 'El despertar de la democracia', el auge del autoritarismo siempre comienza con el falseamiento del lenguaje y la historia.
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