Sabemos por San Mateo Apóstol que unos magos de Oriente llegaron a Jerusalén preguntando dónde estaba el rey de los judíos recién nacido porque habían ... visto su estrella en el Oriente y venían a adorarlo. Nada dice el evangelista de su número ni de su aspecto, al citarlos como magos se refiere a su condición de sabios y astrólogos. Ya en el siglo II, Quinto Séptimo Tertuliano, padre de la Iglesia, basándose en el salmo 72 del Antiguo Testamento que dice «Los reyes de Saba ofrecerán dones», concluye que los magos eran reyes. Llegado el siglo V, el papa León I proclama que los Reyes Magos son tres, cerrando así el debate sobre su número. Tres fueron los regalos, oro, incienso y mirra, y tres son los componentes de la Trinidad o de la Sagrada Familia. En el siglo IX aparecen definitivamente nombrados como Bithisarea, Melichior y Gathaspa y por fin en el siglo XII, con la intención de simbolizar la universalidad del cristianismo, cada Rey Mago representa un continente, Europa, Asia y África, de ahí la presencia del más típico, Baltasar, el rey negro. Qué hermosa tradición que, después de tantos siglos y modificaciones, sigue llenando de ilusión y alegría a niños, padres y abuelos, a pesar de la competencia de ese histrión obeso llamado Papá Noel.
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Al hilo de las llamadas para felicitarnos Navidad y Año Nuevo, muchos de mis amigos, desanimados por los acontecimientos políticos y económicos que estamos padeciendo y otorgándome la condición de arúspice de la que carezco, me preguntan si creo que esta deriva perniciosa seguirá enfrentándonos, dividiéndonos y arruinándonos moral y materialmente. Y yo que hasta ahora me tenía por reputado optimista, constato que mi condición de tal flaquea y que cada vez me cuesta más insuflar ánimos a los decaídos. Recuerdo un precioso cuento de Reyes Magos, los protagonistas, dos tiernos gemelos revoltosos desobedientes y respondones que sólo se diferenciaban en que el uno era tan optimista como el otro pesimista. El día 5 de enero los padres, debido a su mal comportamiento, deciden privarles de los regalos pedidos y dejan junto a la chimenea un capazo lleno de boñigas. Aún no había clareado cuando los 'merguizos' saltan de la cama y corriendo llegan al salón. Desagradable sorpresa, nada hay de lo pedido en las cartas, sólo esa inmunda capaza. El pesimista rompe en llantos mientras el optimista repite alborozado: «Un caballo, nos han traído un caballo, se ha escapado, vamos a encontrarlo». Lo que yo daría por parecerme a ese infante, pero por más que me empeño en el escaparate político sólo veo cagarrutas y ni, por asomo, pienso en el caballo.
«¿No hay ningún votante socialista que se dé cuenta del desastre al que nos lleva Sánchez I el Pacificador?», me interpelan muchos con un punto de desesperación. Alguno habrá, pero la mayoría parecen abducidos por las consignas que desde Ferraz, y a través de los medios adictos, les llegan: Bildu es un partido demócrata; la ETA depuso las armas, ya no asesinan y Suárez también pactó con ellos; la subida de impuestos no es comparable a los hachazos que nos daba Montoro a las órdenes de Rajoy; el problema catalán solo se soluciona con generosidad, diálogo y sacrificios; Aznar marcó el camino en el pacto del Mayestic... y así intentan desmontar las críticas de los «retrógrados conservadores» a los que cuando critican les sale la patita fascista.
Para remate del pastel, la guinda de Vox: esos sí que son peligrosos, quieren a la mujer con la pata quebrada y en casa; a los inmigrantes, de vuelta a sus países o limpiando botas; se ríen del cambio climático y les importa una higa la destrucción medioambiental del planeta mientras se fuman un puro en los toros. Si no se vota a don Sánchez, aunque sea con mascarilla por aquello del tufillo a dictadorzuelo, viene la derecha demoniaca y entonces os vais a enterar.
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El centroderecha ganó las elecciones y a punto estuvo de gobernar si no hubiera sido porque Feijóo hizo una mala campaña en la que equivocó el adversario creyendo que la imagen sanchista de los de Abascal podía contaminar su figura centrista. Hay margen para la esperanza, estrecho pero posible. PP y Vox, además de las merecidas críticas al sanchismo, tienen que presentarnos un programa ilusionante y posible, es el regalo que he pedido a Sus Majestades Melchor, Gaspar y Baltasar.
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