La tarde del Jueves Santo, frente a la privativa iglesia de Nuestro Padre Jesús y cumpliendo una ancestral tradición, los Auroros honraron un año más ... a Cristo y la Virgen en las advocaciones del Rosario y del Carmen, cantando sus mejores salves de Pasión. 'Jueves en la noche fue cuando Cristo enamorado con todo el pecho abrasado quiso darnos a comer su cuerpo sacramentado', reza la letra de 'La Correlativa', la salve más antigua que volvió a escucharse en la murciana plaza de las Agustinas; las de las otras salves, con su copla y estribillo, recuerdan la pasión y muerte del Redentor y los dolores de su angustiada Madre. Hermosas tradiciones mantenidas con enorme esfuerzo, seguidas y apoyadas sin reserva por miles de personas.

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Procesiones, traslados, vía crucis, representaciones todas que nos recuerdan la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios, inundan calles, plazas e iglesias de cientos de ciudades y pueblos de España y son seguidas y participadas por gente de toda clase y condición. Estas son nuestras benditas tradiciones, esta es nuestra historia, la fe de nuestros mayores, y si en algún momento pudieron estas representaciones estar en horas bajas, hoy las vemos en pleno apogeo, tal vez porque necesitamos de algo bello, misterioso, antiguo, veraz, que supere tanta suciedad, tanta miseria moral, tanta insolidaridad, tanta podredumbre que nos está asfixiando.

Cuando escribo estas líneas, varias de nuestras queridas procesiones se han suspendido por causa de la lluvia. Raro es el año en que el agua, tan deseada en esta nuestra irredenta región, no da al traste con la ilusión de penitentes, estantes, mayordomos, caballeros portapasos, capirotes y público en general. Cuánta tristeza, cuánta frustración. «Saca una túnica a la calle y el cielo se abrirá como un quijero», suelen decir los murcianos, pero sostengo que no son las túnicas sino la luna la culpable de este traspiés.

Nuestra Santa Madre Iglesia, siguiendo una antigua costumbre judía, insiste en celebrar la memoria de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Salvador haciendo coincidir el Domingo de Resurrección con el que sigue a la primera luna llena de primavera. La primavera entró este año el día 20 de marzo, el plenilunio fue el 25 y por tanto el domingo 31 es el de Resurrección. Dice nuestro refranero: «Marzo marceador por las noches llueve y por el día sol», y muchos sabemos, además, que un cambio de luna primaveral casi siempre trae agua. ¿Decidirá el Santo Padre dejar de una vez esa antigua costumbre judía y poner fecha fija a tan gran acontecimiento? Si el Nacimiento la tiene, ¿por qué no el Fallecimiento? Muchos lo agradeceríamos, pero dudo que las cosas vayan a cambiar porque si las de palacio van despacio, las de la Iglesia pueden imaginar.

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Retomemos la meditación a la que nos ha invitado esta Semana Santa. Jesucristo, el Hijo de Dios, se abajó para hacerse como nosotros, nació en un pesebre y murió en una cruz, dejando muy claro que ninguno puede ser más poderoso que todos, ni siquiera Sánchez, el peor sayón. Eso lo saben los ningunos y han tratado desde varias centurias, para mantenerse en el poder, que todo esté desunido, enfrentado, patas arriba, por eso nos quieren ver inermes, desmoralizados, desvertebrados, atentos a deslumbrantes señuelos, adormecidos por el opio que desde algunos medios de comunicación alquilados nos dan sin mesura ni regomeyo alguno. Levantemos nuestros corazones, bebamos del antídoto que nos va a proporcionar esperanza, buena dosis de moral y confianza en nosotros mismos, Ilusionémonos con algún proyecto de vida en común. No hay mal que cien años dure y ya va siendo hora de que llegue el fin de esta sinrazón por la única vía posible en una democracia, la de las urnas. Aprovechemos estas Fiestas de Primavera para cargar pilas, disfrutar del amor, la amistad y la agradable convivencia, compartamos mesa y mantel con el mismo ánimo con que lo glosaba en La Unión, su querido pueblo, Rojo el Alpargatero: «Ahora sí que estoy a gusto, estoy comiendo y bebiendo con personal de mi gusto». Y cuando llegue el momento y nos citen a las urnas seamos conscientes de que nuestro futuro, también el de nuestros hijos y nietos, depende de lo que pongamos en la papeleta. Ojalá lo hagamos más con la cabeza que con las vísceras.

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