Caminando hacia el sur, por una empinada calle que nace de la hermosa pedanía de Santo Ángel, se llega al cenobio de la Luz, lugar ... de recogida y meditación de los hermanicos del mismo nombre, ya desaparecidos, que vivían frugalmente de su huerta, la venta de escobas y de un delicioso chocolate de labor propia muy apreciado por los murcianos.
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La historia del monasterio, que encontré muy bien documentada gracias al empeño de mi buen amigo Ángel Matas, cuenta que esta comunidad religiosa tuvo su origen hace unos 1.200 años, cuando el asceta Higinio, llegado de Cartagena procedente de Portugal, y tras un periodo de vida penitente en el monasterio de San Ginés de la Jara, se trasladó hasta las estribaciones de la sierra de Carrascoy para instalarse en el paraje conocido como el Valle del Hondillo. La abundancia de fuentes de agua y cuevas naturales, así como su ejemplo de vida, fueron semilla para que otros ermitaños eligieran el lugar para vida de meditación y sacrificio. Es en 1691 cuando tres hombres en busca de recogimiento y silencio ocupan las cuevas abandonadas durante siglos. El lugar se convierte en centro de peregrinación; muchos quieren conocer cómo viven los eremitas y es entonces cuando el obispo de la Diócesis dona a aquellos un terreno y financia un eremitorio en el que vivir y abandonar sus cuevas. Así comienza la historia de los Hermanos de la Luz con su primer hermano mayor, Miguel Valdivia, militar destinado en Cartagena quien, tras abandonar todo y pasar una temporada en el convento de San Ginés de la Jara, con el nombre de Miguel de la Soledad se retira al agreste paraje acompañado de sus escobas, las que aprendió a confeccionar en San Ginés y que durante muchos años fueron sustento de los monjes.
En los albores del nuevo año no procede ejercer la crítica de ese personaje ególatra, mendaz y autócrata que nos está llevando a la ruina, seguimos en tregua navideña y no debo conculcarla, así que mejor preguntarnos cómo celebrarían la Navidad los citados hermanicos de la Luz en ese entrañable cenobio. Seguro que en su colación, o en su parvedad, harían excepción y algún ave de corral bien cebada y guisada adornaría la cena de Nochebuena y a los postres, al rico chocolate le acompañaría algún chupito de buen licor y poco más, ninguna extravagancia ni exceso y por encima de todo la alegría de poder conmemorar ese gran suceso que cambió el mundo cuando aquel Niño hecho hombre nos dio un ejemplo vivo de vida: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado», cuán hermoso mandamiento.
Creyentes y no creyentes acabamos de celebrar el Nacimiento del Hijo de Dios que decidió abajarse y hacerse mortal para redimir nuestros pecados y darnos ejemplo de vida y de muerte. Es triste pensar en qué se ha convertido para muchos esta trascendental efeméride. Felices fiestas nos han deseado algunos falsos progres en un torpe y perverso intento de restarle importancia al verdadero motivo de la celebración. No permitamos que intenten dinamitar nuestras raíces cristianas, no toleremos sus ridículas burlas, permanezcamos fieles en la fe de nuestros mayores seguros y confiados de que en ese ejercicio, hoy difícil por culpa de este mundo tan materialista, encontraremos la paz y alegría tan deseadas. Despidamos este año, que para muchos ha sido 'horribilis', en la seguridad de que a la noche más oscura siempre sucede una mañana luminosa, que no hay mal que cien años dure y por aquello de a Dios rogando y con el mazo dando, sigamos batallando para que el espíritu de concordia, respeto y empeño por el bien común, inspirador de nuestra ejemplar Transición, no quede en almoneda. No consintamos que esos descreídos, intolerantes, totalitarios y llenos de odio y rencor sigan abusando de los medios que una democracia pone al servicio del poder, usándolos torticeramente en su beneficio, para su enriquecimiento y para derribar lo que con tanto trabajo, esfuerzo y generosidad construimos hace ya muchos años, con el único propósito de que en una España arruinada, pobre, controlada y subvencionada puedan perpetuarse en su autócrata poder.
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Con la copa en la mano y la última de las doce uvas en la boca, acordándome de los valencianos que tanto han sufrido, hice votos, que ahora renuevo, para que 2025 nos sorprenda con un deseado cambio que nos libre de tanta pesadilla. ¡Feliz Año Nuevo!, queridos lectores.
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