26 de septiembre de 1931. Se debate en el Congreso el proyecto de Constitución, interviene el diputado Ortega y Gasset, quien, alarmado porque sobrevuele el ... hemiciclo un viento de dispersión federalista, explica, con su brillantez característica, cómo autonomismo y federalismo son términos antagónicos: el primero es una fórmula de reparto de las competencias de un Estado integral que no cuestiona la soberanía, la da por supuesta, mientras que el federalismo aspira a crear un Estado nuevo y su meollo es la soberanía. Sigue el filósofo: «Un Estado unitario que se federaliza es un organismo de pueblos que se retrograda y camina hacia su destrucción. Autonomía y federación son dos conceptos diferentes, en el primero hay una sola soberanía, la de todo el pueblo español, en el segundo se aceptan varias soberanías que aspiran a confederarse».
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Qué interesante sería poder contar con el maestro Ortega para tratar de ilustrar tanta mente confusa. Por desgracia, somos un pueblo atado a una noria, y, como el burro, condenado a dar vueltas sin movernos del mismo lugar. Monarquía versus república; Estado unitario versus Estado federal; orgullo nacional versus leyenda negra; catolicismo versus anticlericarismo; apertura económica versus intervencionismo y clientelismo... Y así, siglo tras siglo, repitiendo el mismo enfrentamiento sin apearnos del burro.
Mala cama tiene el perro, pero no le veo yo punta a este estéril debate entre sanchistas y el resto de españoles, los que en su día nos dimos un abrazo, pasamos página y miramos con confianza a un futuro en democracia, libertad, bienestar, solidaridad y respeto por personas e ideas, donde la división de poderes fuera el sustrato de la democracia, la razón se impusiera a las vísceras, la soberanía fuera la de la totalidad del pueblo español y los políticos estuvieran al servicio del pueblo soberano que los elegía teniendo que rendir cuentas permanentemente, y en el que la alternancia en el poder fuera garantía de progreso y eficacia.
Poco a poco hemos ido perdiendo el norte a la par que la soberanía de la que emanan todos los poderes del Estado, y lo peor no es esto sino que un pernicioso manto de conformidad se extiende imparable. Caña y marinera, mariscos a pala, fútbol y toros, vodeviles televisivos... Y de lo demás, ¿quién se ocupa? Como decía Franco a aquel quejoso ministro: «Haga como yo, no se meta en política». Craso error porque si decidimos no participar en lo que es de todos y a todos nos afecta, otros más avispados sin escrúpulo alguno lo harán para garantizar su futuro a cambio de arruinar el nuestro y el de nuestros descendientes.
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Me preguntan amigos alarmados por el giro autócrata y comunista del dictador Pinocho Sánchez, qué se puede hacer, cuándo terminará este tormento. Parto de un supuesto que puede no ser compartido: muchos votantes carecen de la formación suficiente para analizar, sin sectarismo, lo que les conviene o no, y los tiranos, conociendo el grado de nula instrucción de parte de su pueblo, los anestesian con mantras tan falsos como perniciosos y así consiguen llevarlos al redil de su podredumbre y malicia. ¡Que viene la derecha abrazada a la ultraderecha y quieren destruir todo lo que nosotros, los buenos, los demócratas, los amantes de la libertad, hemos construido y aspiramos a construir! Y ante ese ataque, la derecha acomplejada, aún no sé por qué, se bate a la defensiva sin dar la batalla para desmontar tanta falacia y presentar unidos un programa ilusionante que enganche a los electores. Jugar a las cartas, con melindres de limpieza y nobleza, contra alguien que las tiene marcadas y que hace de la trampa su leitmotiv es anuncio de pérdida segura.
Feijóo tiene alma de funcionario, con todos mis respetos por ese noble empleo, y no de luchador, y no puede seguir esperando que un fallo muy gordo, porque los menores le son perdonados, dé en la lona con el tramposo púgil. O se atreve a ir a la yugular o debe dejar paso a alguien que no tenga tanto absurdo escrúpulo y que no dude en dar donde más duele a este peligroso individuo.
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Ortega convenció a sus señorías y el fantasma de la federalización se quedó sin sábana, pero las huestes socialistas, comandadas por el comunista estalinista Largo Caballero, no pararon hasta provocar el mayor desastre que ha sufrido nuestra querida España: la Guerra Civil. Hay que comprometerse y participar porque nos jugamos mucho.
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