Nuestra lengua es rica, pero también caprichosa y traviesa. Y en más de una ocasión nos regala un divertido juego de palabras que nos ayuda ... a comprender mejor el mundo que habitamos. Ocurre con el verbo Actuar.
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El diccionario nos ofrece una acepción inicial y directa de Actuar. Actuar en mayúscula, podríamos decir, como sinónimo de acción, de ponerse en marcha. Actuar sería emprender el camino, entrar en la madriguera, despedir a Koeman, apuntarse al Juego del Calamar. Se Actúa en la vida y se Actúa en política al tomar decisiones, cuadrar un presupuesto, programar actividades, cancelar, gestionar, votar, dimitir. Actuar nos desnuda porque nos retrata, nos muestra cómo somos. Esa es la primera versión de Actuar. Pero hay otra.
Actuar, en minúscula, es sinónimo de interpretar, de representar un papel. Es hacer de otro, fingir, ponerse en la piel de un personaje inventado para disfrute de la platea. Actuamos en la vida y se actúa en la política cuando posamos, cuando repetimos consignas, cuando tiramos de frases hechas y nos golpeamos el pecho mostrando nuestra voluntad inquebrantable y absoluta por el bien común. Actuar es 'Agua para todos' y 'No dejaremos a nadie atrás'. Es luchar a favor de los más débiles desde un chalé millonario o inventarse una estancia en algún país anglosajón desde la Sierra de Madrid para redondear un currículo escuálido. Este actuar es lo contrario de Actuar. Es un no-hacer.
Estas dos manifestaciones disociadas de lo que significa Actuar encuentran acomodo constantemente en nuestra política, pero pocas veces de forma tan grosera como con el Mar Menor. De un lado, tenemos a un Gobierno autonómico que, después de 26 años, comienza a darse cuenta del destrozo de la laguna salada (por voluntad o por desidia, que casi da lo mismo) y trata desesperadamente de transferir las responsabilidades a otras administraciones, solicita medidas excepcionales (justo aquellas a las que no está autorizado) y hasta abre una convocatoria pública de ideas reconociendo, con ello, que no las tiene. «La clave es distráeles, desorientarles», decía Robert de Niro en 'Cortina de Humo'.
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Del otro lado, el Gobierno del país presenta unos presupuestos generales impecablemente verdes entre los que se incluye un plan de protección del Mar Menor. Pero un plan sin partida económica asociada. Papel mojado. No solo eso. Días después, el propio presidente del Gobierno firma la Iniciativa Legislativa Popular para que el Congreso de los Diputados debata la posibilidad de dotar de personalidad jurídica propia al Mar Menor, algo que podía haber propuesto hace meses el Grupo Parlamentario del PSOE, pero que nunca hizo. Decían Les Luthiers, «obrar mal y después arrepentirse es fácil; lo difícil es arrepentirse y después obrar mal».
El Mar Menor es la paradoja sangrante de unas administraciones que actúan sin Actuar, sustituyendo la gestión por el disimulo, la pancarta y la pose. Pura sobreactuación mientras la laguna muere entre nobles declaraciones de amor de unos y de otros, agoniza mientras crecen los relatos de héroes y villanos centrados en peleas de gallos y no en tomar medidas inteligentes. Gestores con carné más cercanos al método Stanilavsky que al científico, al aplauso que a la repercusión, al bien propio que al bien común, a la espuma que al poso. A los nutrientes que al oxígeno.
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No es algo puntual. No es una excepción. El Mar Menor es la norma. Somos testigos de una forma de gobernar que se parece, cada vez más, a una pieza de 'Pantomima Full' o a un sketch de 'La Hora Chanante'. Es la política como entretenimiento, como espectáculo, como un partido de fútbol, un número de circo o un 'reality'. Decía Begoña Villacís: «Ya no hay políticos, solo hay concursantes de Gran Hermano».
Merecemos una gestión pública que se desentienda de los focos, del vestuario, de la ambientación y del texto memorizado, que se aleje de la representación, de la actuación melodramática y se centre en los hechos. Necesitamos gestores y no actores. Políticos que se tatúen una máxima que no envejece, aquella según la cual 'lo que eres habla tan a las claras, que no se escucha lo que dices'.
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