En estos tiempos de cambios, pocas cosas tienen garantizada la permanencia. Ni siquiera una institución como la Universidad que se ha mantenido como un pilar ... fundamental de la sociedad durante siglos. Aunque, más allá de algunas formalidades, la universidad actual tiene poco que ver con la medieval. El cambio más significativo fue la adopción de la investigación y la generación de nuevo conocimiento como pilar definitorio universitario. Las mejores universidades del mundo han sido consistentemente aquellas que han cultivado estos ámbitos.
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El mundo académico se ha regido por unas normas que han garantizado un funcionamiento eficiente en la élite y en aquellas instituciones que han querido parecerse al ideal de universidad investigadora. Un aspecto del que ya les he hablado en esta página anteriormente tiene que ver con la libertad de expresión y de cátedra. Se había creído conveniente que los estudiantes se vieran expuestos a opiniones diversas aun cuando estas no fueran de su agrado para ayudarles a forjarse una opinión. A la universidad ya se llegaba más o menos llorado y se iba formando un callo que debía servir para enfrentarse a la vida adulta. La tendencia ahora es tratar a los estudiantes, y ciertamente a toda la comunidad universitaria, como a niños y evitarles la exposición a todo lo que no sea políticamente correcto.
Pero es otro asunto el que, en mi opinión, va a degradar de tal modo la vida académica que sus consecuencias pueden ser devastadoras. Y en este caso el impacto será mayor en las universidades peor clasificadas, como son las españolas. El mecanismo fundamental sobre el que se ha basado el prestigio académico han sido las publicaciones. El proceso era simple y bastante similar para muchos ámbitos del conocimiento. Tras un trabajo de investigación se procede a publicar los resultados obtenidos. En cada área había un número no muy grande de revistas, que tras un proceso de revisión y de edición decidían, o no, publicar el trabajo. Las revistas se encontraban en las bibliotecas donde otros académicos las consultaban, e idealmente les servían para realizar otros trabajos en un entramado que permitía el avance del conocimiento. Este sistema, bastante bien autorregulado, funcionó hasta el final del siglo pasado. Cada especialidad tenía sus revistas respetadas y las bibliotecas pagaban a las editoriales. Pero la presión por publicar fue en aumento haciendo una verdad universal el dicho de 'publicar o morir'. Los nuevos puestos y las promociones durante la carrera académica se basaron en el número de publicaciones que se acumulaban. Aparecieron decenas de nuevas revistas, algunas como versiones de las tradicionales, otras promovidas por relativamente oscuras editoriales para dar respuesta a la creciente demanda. En paralelo se fue extendiendo el acceso gratuito a los contenidos de las revistas desplazando los costes a los propios académicos, que deben pagar, en algunos casos, sumas enormes, por cada artículo que publican. Aunque hay revistas que siguen manteniendo los estándares de calidad en sus publicaciones, otras simplemente hacen negocio publicando cualquier cosa que les llega.
En un par de décadas, estas nuevas revistas, que inicialmente eran consideradas 'piratas' o 'depredadoras', se han ido convirtiendo en deseadas para publicar en ellas. Se han blanqueado e incluso alcanzan altos factores de impacto, ofreciendo la garantía de que la aceptación del trabajo será rápida y segura. Las universidades españolas son uno de los mejores clientes de estas revistas, engordando los currículos de los aspirantes a futuros académicos. La tormenta es perfecta al usarse criterios puramente numéricos en la asignación de puestos sin discriminar contenidos, ni calidades.
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En el mercado del conocimiento, si lo comparamos con una joyería nos encontramos con que no es fácil distinguir entre los diamantes y las piezas de bisutería. Y a menudo las instituciones estarán comprando productos de baja calidad pagándolos como si fueran buenos. Con esta dinámica, en otros 20 años, la mayoría de las universidades intermedias estarán arrambladas. Es muy probable que las actuales islas de excelencia se hayan perdido y los estudiantes no puedan tener cerca a quienes generan el nuevo conocimiento.
La solución es complicada pues el estado de la enfermedad es tan avanzado que requiere una intervención invasiva. Mi recomendación sería cambiar radicalmente todos los procesos de contratación eliminando el contaje de méritos a bulto y los actuales baremos e instaurando entrevistas de selección donde se valore a la persona. Para que esto funcione, los tribunales deben ser honestos y querer el bien de la institución por encima de intereses particulares. Yo creo que todavía quedan en nuestros campus suficientes ejemplares de estos especímenes, aunque ciertamente puede que estén en peligro de extinción.
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