Un señor en un barco pierde momentáneamente la visibilidad, debido a un poco de arena en el viento, en el Canal de Suez, y se paraliza la economía mundial. Otro señor en Wuhan no se lava las manos tras el trabajo o se deja una ... probeta a medio cerrar y se paraliza la economía mundial y el mundo entero. El planeta dejará de girar un día de estos y saldrá de su órbita porque se extinga una rara especie de hormiga en el extremo suroriental de Borneo. Qué bien poca cosa es, no nuestra vida, sino la Creación en general. La luz de una lejanísima estrella se extingue pero su último rayo basta para cegar una milésima de segundo a quien maneja los hilos y nos quedamos sin nada. «Un albañil cae de un techo/ muere y ya no almuerza», que decía el poema de César Vallejo. Estamos viendo señales que nos dicen «es inútil» y aún hay quien cree en sus fuerzas y no se postra formando una cruz en el suelo. Antes del fin siempre llegan las vísperas que lo anuncian. Y aún hay quien se cree importante por poder invitar a su churri al mejor champán y que ella lo cuente a sus amigas. Hay gente –la mayoría de la gente– que se cree inmortal, invulnerable por eso.
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Hay quien actúa y se afana como si el éxito fuera a llevarles a alguna parte distinta que al resto. Como si te salvaras o tuvieses partida extra porque un gorilón con pinganillo te deje entrar a los sitios exclusivos. Hay quien dice buscar la «seguridad» en la vida. Subir, lograr. La seguridad que se puede esperar en la vida, en todo momento, ya la estamos viendo en el Canal de Suez. Un vulgar carguero que se pone horizontal, cosa tan tonta, y se carga todo en absoluto. Cuando crees tenerlo todo, la vida te lo arrebata. ¿Qué se regala a alguien que lo tiene todo? Quitárselo todo. La vida es juguetona y no negocia. No hace falta que escondas tu felicidad, para que el destino pase de largo, no hace falta que te vistas de pobre (como hacen tantos millonarios). Y, al contrario, no desafíes a lo que está por venir tratando de controlarlo y manteniendo tu actitud superdivina. Para, cavila, arrepiéntete. Cuando llegues a la cumbre, no habrás llegado a sitio alguno. Ya lo vino a decir el conde de Floridablanca, que sería afortunado aquel que supiera siempre el momento justo en que todo aún sube pero está a punto de iniciar su descenso, pero eso no lo sabe nadie. Al descender te haces humano. De qué le sirve a Bill Gates querer imponer el consumo de carne artificial en el mundo y hacerlo un poco más desgraciado si cabe si él siempre va a tener un insufrible aspecto de recogebandejas de hamburguesería (ya se lo dijo Steve Jobs: «nosotros no vendemos mierda»).
Me dan mucha piedad los que creen que, con ambición, llegarán a algún lugar que los otros no. Conforme se acerquen al que creen ese lugar se irá apoderando de ellos un terror que no podrán confesar a nadie, porque los tendrían como unos inseguros, acabaría su magnetismo. Ellos son la hostia y tienen que mantener la sonrisa profidén. Una probeta mal cerrada, un poco de arena, la extinción de una hormiga o cualquier otro detalle aparentemente azaroso lo cambiará todo, y ya no habrá suelo bajo los pies. Tienen infinitamente más miedo que quien no tiene ni quiere nada. Quien nada es, nada espera, ni nada pierde, ni siquiera la vida.
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