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GINÉS S. FORTE
Martes, 19 de mayo 2020
Ya llevamos tres lustros de una de las plagas más famosas, y dañinas, de las que han afectado a nuestro patrimonio vegetal en las últimas décadas. El picudo rojo ('Rhynchophorus ferrugineus') llegó de Egipto unos años después de estrenar el nuevo siglo, entre las miles de plantas ornamentales a bajo precio que se demandaban para engalanar los nuevos desarrollos urbanísticos que proliferaron en la Región, en gran parte al calor del golf. Aunque el caldo de cultivo que favoreció la rápida expansión de este curculiónido de hasta cinco centímetros comenzó a preparase unos 150 años antes. A mediados del siglo XIX se extendió desde las Islas Canarias hacia los jardines de Europa la principal especie hospedante del picudo rojo en nuestra geografía: la palmera canaria ('Phoenix canariensis'). En esa época era «una de las plantas de moda que estaba presente en centenares de catálogos de jardinería de todo el mundo», relata el ingeniero agrónomo Manuel Martínez Rico, doctorado en junio de 2017 con una tesis de la Universidad Miguel Hernández sobre esta especie.
El movimiento libre de palmeras, compradas y vendidas de un lugar a otro, propagó un mal que ha acabado con rapidez con decenas de miles de árboles muy reconocidos entre la población regional. El picudo rojo lleva ahora camino de enquistarse en nuestro entorno, donde cada vez resultará menos dañino, «pero nunca desaparecerá», según augura el jefe del servicio de Sanidad Vegetal de la Comunidad Autónoma, Francisco José González Zapater.
Este alto funcionario de la Consejería de Agricultura compara su rápida evolución inicial y la previsible estabilización atenuada en el futuro con «lo que estamos viendo en esta pandemia que estamos atravesando», en referencia a la Covid-19. «Vivimos en un contexto mundial de globalización donde la circulación legal e ilegal de material vegetal es impresionante», añade. Esta facilidad de movimientos de productos vegetales «tiene un riesgo» para la expansión de las plagas, similar a lo que ocurre con el movimiento de las personas en el caso de la pandemia. De este modo, se facilita «la entrada de organismos nocivos no presentes en nuestras zonas», que en el caso de especies como el picudo rojo «pone en peligro los sistemas de producción, nuestro patrimonio natural y nuestra economía. Pero este es el modelo que mundialmente se ha elegido», concluye González Zapater, antes de advertir de que en numerosas ocasiones «solo miramos el peligro que conllevan las importaciones de otros continentes, sin detenernos a pensar que somos un país exportador».
La irrupción del voraz coleóptero hace 15 años en la Región de Murcia «tuvo un impacto social muy grande», relata González Zapater. La enorme preocupación que alcanzó la extensión del picuro rojo entre la población en general, en comparación con otras plagas que han casi aniquilado distintas especies vegetales, deriva de «que la palmera ha sido y es un elemento patrimonial de muchos pueblos y familias», apunta el responsable de Sanidad Vegetal, quien recuerda que «cuando se procedió a la eliminación de muchos ejemplares singulares» de palmeras para tratar de frenar al insecto, se vivieron «verdaderas historias muy entrañables».
Martínez coincide en que en esta plaga «se han perdido muchos ejemplares de palmeras singulares, a veces centenarias». Si bien abre un resquicio a cierto optimismo al afirmar que «aún queda mucho de este patrimonio vegetal en la región por conservar». El ingeniero agrónomo alienta a «no bajar la guardia» y «seguir luchando contra la plaga» de una especie de la que afirma: «Creo que ha venido para quedarse».
La llegada y expansión del picudo rojo es una historia que difícilmente no va a repetirse, según se desprende de las palabras del experto de la Consejería de Agricultura y Medio Ambiente, que en sus treinta años de experiencia en sanidad vegetal dice no haber conocido «ninguna plaga o enfermedad que se haya erradicado». Por eso, González Zapater lo compara «con esta pandemia que estamos atravesando».
En ambos casos «nos encontramos con una fase de expansión rápida, dependiendo de las condiciones existentes para el desarrollo del patógeno, después aparece una fase de estabilización», y, finalmente, «una vez que las condiciones no son tan favorables para el desarrollo de la plaga, en nuestro caso por la desaparición de las palmeras canarias, se produce un descenso poblacional importante». El augurio para ambos males es que nunca desaparecerán definitivamente. En el caso del picudo rojo «debido a que los insectos se aclimatan a las nuevas condiciones y necesidades para subsistir, por ejemplo alargando sus ciclos biológicos en el interior de la palmera. Por lo tanto, han venido para quedarse», coincide con el ingeniero agrónomo Manuel Martínez.
El biólogo Jorge Sánchez, de la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE), admite que al menos «parece que va a permanecer bastante tiempo» entre nosotros, aunque abre la puerta a una cierta esperanza por la posible «introducción, accidental o premeditada, de otro ser vivo que acabe con la plaga», como ha ocurrido en otros casos, y cita a las chumberas y las piteras, unas especies exóticas invasoras que «ahora están prácticamente desaparecidas por la introducción de otras especies exóticas invasoras». Curiosamente, en el caso del picudo rojo, como su voracidad afecta principalmente a las palmeras canarias introducidas 150 años antes, está devolviendo, aunque dolorosamente, el protagonismo a las especies más locales, que aguantan mejor su ataque.
Para acabar con el insecto, Sánchez apuesta «por el uso de métodos de control biológico y/o poco lesivos para el medio ambiente», y recuerda que las fumigaciones con pesticidas como el Imidacloprid y el Clorpirifós, muy empleados al principio, «están en proceso de desaparición porque conocemos los efectos sobre el medio ambiente y la salud humana».
En la actualidad, lamenta el jefe de Sanidad Vegetal de la Región, «acabar con el picudo rojo es imposible, y para mantener las poblaciones necesitamos de nuevas herramientas. La solución hubiera estado en evitar su introducción», explica tras relatar la experiencia acumulada por la Consejería, que en un primer momento, «desde su aparición en el año 2006, apostó decididamente por la erradicación del insecto».
González Zapater recuerda «que fue introducido a través de importaciones legales de palmeras de Egipto, donde esta plaga es endémica, por el 'boom' de turismo, urbanizaciones y resorts que apostaron por un modelo basado en la ornamentación tropical y que propició un mercado enorme de palmeras datileras que, aparentemente sin ningún síntoma, circularon por todo el litoral mediterráneo». Posteriormente, para tratar de aminorar sus consecuencias, «los técnicos de la administración regional se formaron tanto en los aspectos biológicos de la plaga, como en los sistemas de control y detección, con estancias en Egipto e Israel».
Hasta el año 2008 se acometieron campañas de erradicación aplicando fitosanitarios y eliminando todas las palmeras afectadas, en una iniciativa cofinanciada por el Ministerio de Agricultura. «Pero el avance de la plaga fue por delante de las acciones del ser humano, debido a que en nuestra zona encontró unas condiciones climáticas inmejorables y la presencia de un hospedante óptimo para su rápida expansión: la palmera canaria».
Ese fue el momento más doloroso para la población en general, que veía cómo muchos árboles de su entorno (más de 5.000) eran destruidos para tratar de contener la plaga. Entre 2006 y 2009 se destinaron más de siete millones de euros en esta lucha (pagados principalmente a medias por la administración regional y la central), rememora el responsable de Sanidad Vegetal. Esta actuación «ralentizó la expansión de la plaga y quizás salvó las poblaciones de palmeras datileras», cree.
Sánchez, por su parte, recuerda cómo al principio, «desgraciadamente, las autoridades desoyeron las recomendaciones e incluso restaron importancia a los primeros focos diciendo que se trataba de casos aislados. Ahora casi 20 años después podemos comprobar que traer a bajo coste palmeras de Egipto fue un buen negocio solo para unos pocos y unas pérdidas irreparables para el paisaje del Sureste ibérico».
González Zapater destaca «el ejemplo de las Islas Canarias, donde se prohibió la entrada y circulación de palmeras desde la detección de los primeros insectos». Muchos años después, «y tras un fuerte programa de destrucción de palmeras afectadas y sospechosas, similar al establecido en las comunidades autónomas peninsulares, se ha logrado la erradicación» del picudo rojo en ese archipiélago.
Volver atrás en el caso del picudo rojo ya es imposible, pero ¿se ha extraído alguna lección para que no vuelva a ocurrir? «La solución está en tener un fuerte sistema de protección fitosanitaria para detectar precozmente la entrada de nuevos organismos nocivos», explica el responsable de Sanidad Vegetal. El problema, en este punto, es que en la Unión Europea «tenemos muchas puertas de entrada», lo que incrementa el riesgo. En este contexto, «la Comisión Europea ha redactado recientemente una nueva legislación fitosanitaria que esperemos que sea más estricta».
De momento, «tras su expansión por todo el litoral mediterráneo, la acciones desde la administración se desarrollan en medidas de contención», explica González Zapater, «ya que la eliminación se ha demostrado a todas luces infructuosa a pesar de los millones de euros gastados desde la administración regional». El control fitosanitario ha resultado escasamente efectivo, debido a las pocas, y muy caras, herramientas, «tanto químicas como biológicas», con las que se ha contado.
Para defender a las palmeras se llegó a plantear la creación de un programa Life, que es un instrumento financiero de la Unión Europea para proyectos medioambientales. La iniciativa no cuajó, recuerda el profesor titular del Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de Murcia (UMU) Diego Rivera, toda una autoridad en palmeras de la Región. La Directiva de Hábitats [de la Unión Europea] no reconoce los palmerales como un hábitat de interés comunitario, por lo que no fue posible que prosperara un proyecto Life que hubiera procurado una estrategia y fondos adicionales.
Sánchez cita la creación de un grupo operativo suprautonómico (con participación de univesidades, empresas, ONG y organizaciones agrarias, entre otros agentes implicados) que se acometió esta lucha, con aportaciones de fondos europeos del programa Feader, «pero parece que las palmeras son una preocupación muy local», por lo que tampoco ha dado mucho de sí.
Berenice Güerri, gerente de la empresa Glen Biotech, fundada en 2010 a partir de un proyecto de la Universidad de Alicante, ha investigado al hongo 'Beauveria bassiana' «como elemento de control del picudo rojo». El doctor Martínez, que ha trabajado junto a Güerri, la define como una «excelente investigación», sin ir más allá. En este punto, el experto deja entrever una posible solución, si no para eliminarlo, al menos para mantener a raya al picudo rojo: «Espero que podamos llegar a controlarlo mejor gracias a la investigación y a los planes de los responsables políticos y técnicos de gestión de la plaga». El doctor alude directamente a una «mayor inversión y más apoyo a la investigación, además de un mayor esfuerzo por parte de todos». Y en este «todos» cita expresamente a «responsables, propietarios y profesionales». Como el resto de especialistas consultados, Martínez Rico coincide en la necesidad de incrementar los «controles de importaciones y exportaciones» de material vegetal, y apela a «la responsabilidad social a la hora de transportar vegetales sin control fitosanitario».
El picudo rojo «fue uno de esos avisos que nos ha ido dando la globalización», resume Sánchez. Aunque, pese a la experiencia, «me temo que episodios como la introducción del picudo van a seguir ocurriendo, acelerados por el comercio global». El experto acude también al ejemplo del coronavirus para explicar la situación con las especies vegetales: «Desgraciadamente, los mecanismos para evitar que estas situaciones se vuelvan a producir no funcionan adecuadamente: si ocurre con un virus que afecta a vidas humanas, imagina lo que puede pasar con la introducción de plagas de especies de una relevancia económica relativa como pueden ser las palmeras».
En vista de lo sucedido con el picudo rojo, concluye el ingeniero agrónomo Manuel Martínez, «debemos valorar las palmeras de la Región como monumentos naturales en peligro. Al igual que un edificio histórico necesita de restauración y cuidado, las palmeras también necesitan de cuidados y protección para poder seguir viéndolas crecer en nuestro paisaje, son parte de la historia natural de la Región».
Una derivada singular del ataque del picudo rojo es que, a la larga, puede acabar favoreciendo a las palmeras tradicionales que ya estaban aquí antes de la importación de la especie canaria. González Zapater apunta que el grado ahora de afección de esta plaga «podemos decir que se encuentra estabilizado», tras haber «esquilmado de nuestros paisajes a la palmera canaria, que fue introducida, y dejado únicamente los palmerales tradicionales e históricos de palmera datilera, que llega a convivir con las poblaciones de este insecto, sin manifestar apenas síntomas durante muchos años».
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