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Alguien, según relata José Luis Sánchez, presidente de la asociación conservacionista ARBA Cartagena-La Unión, trasteaba un día por la página de cartografía de la Región de Murcia, Cartomur, y se topó con unas ortofotos de hace cuatro décadas, en blanco y negro, en las que aparecen unos enormes tajos en el suelo robados a los terrenos que hay al norte del barrio de La Loma, en Cartagena.
De aquello ya no hay vestigio en la actualidad. La construcción de las urbanizaciones aledañas, y la demolición de distintos edificios de la ciudad, casi logran borrar para siempre con sus inmensos vertidos de escombros unos frentes de canteras de época romana que replican los que se encuentran, estos sí perfectamente visibles gracias a la lucha de los vecinos, a apenas 500 metros más al oeste, y de donde desde el siglo III antes de Cristo se extrajo buena parte del material con la que se construyó Carthago Nova. El mal cuerpo que deja constatar cómo la voracidad urbanística, si no se le pone orden, se lo acaba tragando todo, acabó impulsando una iniciativa que navega justo en sentido contrario.
El proyecto Bosque Romano busca ahora la recuperación de aquellos espacios, no solo de su historia, sino también del singular valor medioambiental y cultural que atesoran, al tiempo que servirá de muro de contención contra nuevos excesos constructivos. La iniciativa, que supone una actuación estimada en cuatro millones de euros sobre 15 hectáreas para crear un corredor verde de vegetación mediterránea de dos kilómetros junto a la ciudad (entre la Barriada de San José Obrero y la localidad de Canteras, pasando por la Vaguada y la Loma de Canteras), ensaya una fórmula de renaturalización que apunta a ser cada vez más frecuente.
«No sabría decir en nuestra Región de un proyecto similar al del Bosque Romano, que incluya expresamente la desclasificación de suelo urbano para su restauración fuera de espacios naturales protegidos y en zonas periurbanas», explica Pedro García, director de la Asociación de Naturalistas del Sureste (Anse), que es, junto al Ayuntamiento de Cartagena, la entidad que lleva el grueso del proyecto.
Como ejemplo próximo, detalla García, «resulta muy interesante lo que se hizo en Torrevieja con la eliminación de una carretera costera en el denominado Parque del Molino del Agua, en La Mata, donde estamos colaborando también en la restauración de la vegetación autóctona y la eliminación de especies exóticas invasoras». Es el mismo papel asignado a Anse en el proyecto cartagenero, donde además cuenta con el apoyo de la Asociación de Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA) Cartagena-La Unión.
Actualmente, precisa García, se están desarrollando más de una docena de proyectos de renaturalización de ciudades como el Bosque Romano, «todos ellos muy interesantes», y «a través de las ayudas de la Fundación Biodiversidad». Este organismo del Ministerio para la Transición Ecológica se encarga del 90% de la financiación total del proyecto, a través de los fondos 'Next Generation', creados por la Unión Europea para tratar de reactivar la economía con criterios más sostenibles tras el embate de la epidemia.
El Ayuntamiento de Cartagena, junto a Anse, ha visto la oportunidad de aprovechar el dinero que el Gobierno central ha obtenido de Europa en este plan, de «restauración y puesta en valor de un espacio periurbano olvidado y degradado que en otros lugares cuenta con reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad, como ocurre con las canteras romanas de Tarragona». «El proyecto promueve, por primera vez en Cartagena –continúa el conservacionista–, la desclasificación de suelos urbanos para proteger y restaurar el paisaje y los elementos culturales». El área de actuación, que pasa por La Vaguada y la Loma de Canteras, es un espacio «con una gran presión urbanística y propuestas de nuevos desarrollos residenciales». En el nuevo plan, además, «se introduce la naturaleza de aquí en parques y jardines para beneficio también de las personas», al reducir los costes de mantenimiento públicos y privados a medio y largo plazo, añade.
Los trabajos del proyecto, que se ha presentado este mes y deberá concluirse en 2025, implican cambiar la calificación de fincas previstas para servicios generales e incluso urbanizables para dedicarlas a zonas verdes. Es una recalificación urbanística inversa, en la que en vez de destinar al hormigón un terreno natural, como tantas veces ha ocurrido, se arrebata para renaturalizarlo un suelo reservado a la construcción. «La zona está ahora muy degradada», se lamenta José Luis Sánchez, «pero tiene mucho valor ambiental». El presidente de ARBA Cartagena-La Unión, precisa que se trata de «un corredor ecológico bastante importante de flora y fauna». Conecta, continúa, con «el espacio protegido de la sierra de la Muela, cabo Tiñoso y Roldán con la ciudad de Cartagena a través del cauce de la rambla de Benipila».
Es «una forma de introducir los espacios naturales en la cercanía de la ciudad», al tiempo que se logra «recuperar unas canteras que quedaron sepultadas por las urbanizaciones de dúplex», resume Sánchez. Además de encargarse de la calificación urbanística correspondiente de los suelos y de la obra civil aparejada a la actuación, incluido el desescombro de las canteras, la excavación arqueológica y el acondicionamiento de caminos y senderos, el Ayuntamiento se ocupa de la adquisición de distintos terrenos afectados, explica. Entre tanto, Anse, con ayuda de ARBA, se centra en la recuperación medioambiental del corredor, lo que incluye la retirada de especies invasoras y la plantación de autóctonas.
Una tercera pata de la iniciativa la pone el Centro Tecnológico de la Energía y del Medio Ambiente (Cetenma), con sede en Cartagena. Su misión aquí es la de dar apoyo técnico, a través de mediciones topográficas y el estudio de indicadores ambientales, por ejemplo. En todo caso, Sánchez aclara que la mayor parte del proyecto va a hombros del Ayuntamiento y Anse, mientras que ARBA y Cetenma se ocupan de «un 2% o 3% cada uno, algo así».
El del Bosque de Cartagena es una actuación abierta a la participación de asociaciones vecinales y de todo tipo que quieran ayudar a transformar también los jardines de los barrios y las urbanizaciones que rodean la zona, para hacerlos más sostenibles y darles más valor. «Urge limitar la expansión de los núcleos urbanos y recuperar naturaleza y paisajes», concluye García. «Degradar y ensuciar el patio de nuestra casa para viajar en vacaciones a paraísos lejanos empeora nuestra calidad de vida, nos hace más dependientes y va contra el sentido común y la inteligencia».
El Bosque Romano tiene un precedente directo en el Proyecto Atabaire que el Ayuntamiento de Cartagena y Anse promovieron a finales del pasado siglo. La organización conservacionista logró entonces hacerse con 2,3 hectáreas que ahora conforman «el área mejor conservada y más espectacular del conjunto histórico ambiental» de las canteras romanas de Cartagena, en palabras de su director, Pedro García. El siguiente paso era promover un ambicioso proyecto de actuaciones de recuperación ambiental, histórica y cultural en un área mayor. Los trabajos se iniciaron, pero la falta de fondos y del apoyo necesario por parte de las distintas administraciones acabó parándolos. El proyecto Bosque Romano recupera ahora aquella propuesta y la supera, tanto en objetivos como en superficie de actuación, explica García. El director de ANSE responde que ahora percibe una buena coordinación entre las distintas administraciones y organizaciones que colaboran en el proyecto. «El contacto es permanente a diferentes niveles. Aunque los inconvenientes y dificultades están presentes desde el primer día», añade, y cita «entre ellos la compra de terrenos o la llegada de los fondos de la Unión Europea, que requieren de avales bancarios y trámites interminables».
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