La naturalista Cristina Sobrado, junto a las impresionantes paredes de las Cuevas de Zaén. GUILLERMO CARRIÓN / AGM

Cristina Sobrado: «Yo con mi dinero voy donde quiero, ese es el poder»

«Para ser sinceros, no somos tan respetuosos como pensamos», opina la profesora especialista de FP, naturalista, ciclista y presidenta de Descubriendo Moratalla

Martes, 27 de noviembre 2018, 22:15

Cristina Sobrado (Madrid, 1967) es un alma inquieta y curiosa por naturaleza que lo mismo dedica las horas muertas a observar a las aves que recorre al trote las indómitas tierras moratalleras a lomos de su bicicleta de montaña o camina sin descanso en busca de nuevos tesoros geológicos y arqueológicos que mostrar a quienes se acercan hasta su adorada tierra adoptiva: Moratalla.

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-¿Qué es para usted la naturaleza?

-Para mí es lo que me sustenta, me mantiene viva y me hace feliz. Además, no podría vivir alejada de la naturaleza. Y, por otro lado, por las vivencias infantiles, la naturaleza es el lugar donde me siento libre y en comunión con lo que pienso que tengo que ser como persona.

«Ni una farola, ni los billetes ni el asfalto te los vas a poder comer. Protegerla es respetar los ciclos de la vida»

-¿Qué implica respetarla?

-Para mí es el respeto que le debemos al entorno que nos sostiene, deberíamos verlo como nuestra supervivencia. Ni una farola, ni los billetes ni el asfalto te los vas a poder comer. Proteger la naturaleza es protegernos a nosotros mismos y respetar los ciclos naturales de la vida.

-Entonces, ¿no es casualidad que viva en Moratalla?

-En absoluto, de hecho yo tenía la vida hecha en Madrid. Empecé a trabajar muy joven y con 19 años decidí que no quería seguir viviendo allí. Si tengo que volver a una ciudad grande, me destrozaría psicológicamente; prefiero vivir en una cueva. Pensaba irme de España, pero me vine una temporada con mi familia, que ya vivía aquí. Y, cuando descubrí Murcia, me quedé maravillada: descubrí una ciudad todavía pequeña, en la que la gente te conocía; una ciudad humana donde se podía ir a trabajar andando... y los espacios... Tenemos la suerte de vivir en una comunidad que, aunque maltratada ecológicamente, es un crisol de ecosistemas. Me empecé a enamorar del sitio y me quedé.

«Rodríguez de la Fuente era en mi casa como el Papa en casa de un cristiano»

-Habla del maltrato medioambiental, ¿qué debería hacerse para conservar lo que todavía tenemos?

-Pues es muy complicado. Vivimos en una sociedad que no está dispuesta a cambiar el modelo de vida. El cambio económico tendría que ser tan drástico que no creo que esta sociedad sea capaz de hacerlo. La inercia es tan brutal que, aunque ahora mismo frenáramos en seco, no se podría revertir. Además, aunque gran parte de la sociedad entendemos que hay que hacerlo, es más de boquilla que de corazón. No creo que la autodestrucción a la que nos abocamos. Entiendo que a la sociedad le importa, pero se deja llevar porque vivimos muy cómodos. Y luego están otros continentes donde han vivido hasta hoy en condiciones precarias y quieren llegar a tener nuestro desarrollo. ¿Cómo a esa gente le vas a negar ese logro, si nosotros nos hemos fundido en 40 o 50 años la mitad del planeta?

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-Y, ¿ciñéndonos al ámbito regional?

-Básicamente, evitar que las zonas que no han sido fagotizadas por el desarrollo humano lo sean. Y, los espacios naturales más o menos bien conservados (porque natural, natural no hay nada ya), como los de Moratalla y el Noroeste, habría que dejarlos como están. Habrá que regular las actividades en los espacios naturales, que ahora son el gimnasio de la población. La gente se lo pasa muy bien y es una actividad bonita, pero hay que ver las repercusiones que tiene. Y, para ser sinceros, no somos tan respetuosos como pensamos.

-¿Cuál es la mayor agresión?

-Un daño muy importante es a los acuíferos. Se están esquilmando de tal manera... Bueno, están produciendo cereales, lechugas o brócoli, que al final exportamos o nos comemos. Pero lo cierto es que en pos del desarrollo se están cargando las zonas húmedas. Y esto no tiene freno, porque ahora estamos viviendo una época de explotación de acuíferos en el Noroeste que va en esta línea. Habrá quien piense, otra zumbada que va en contra del desarrollo. Yo lo que voy es en contra de desaparecer yo, y mis sobrinos, y los hijos de mis amigos, que no puedan vivir en un mundo como el que hemos vivido nosotros.

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«Habrá quien piense, otra zumbada que va contra el desarrollo, yo lo que voy es en contra de desaparecer yo»

-Ha sido miembro activo de movimientos ecologistas, ¿por qué?

-Cada uno elegimos nuestras opciones en la vida y mi pasión es la naturaleza. Yo soy hija de Félix Rodríguez de la Fuente y de la pasión que transmitía, y mi meta era contribuir a aquel legado que él nos dejó y nos enseñó.

-¿Cuál es la mayor amenaza?

-La conversión de suelos de secano en regadío y, además, cultivos que son de secano se están regando. Me parece ilógico en una región que ya es predesértica y en la que teníamos unos cultivos que estaban acostumbrados a vivir sin riego. Esa conversión la vamos a pagar. Sin agua no es que no haya vida, es que la vida cambia.

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-¿De dónde viene su amor por los pájaros?

-El primer culpable de que sea como soy es Walt Disney, porque cuando era pequeña mi madre se empeñaba en llevarme a ver sus películas, supercrueles... Y yo ya tenía esta sensibilidad. Además, Félix Rodríguez de la Fuente era en mi casa como el Papa en casa de un cristiano. Recuerdo el mimo con el que explicaba la vida de las aves. Y yo salía al campo y solo veía gorriones. Cómo podía ver él tantas cosas y yo nada. Esa rabia me hizo interesarme por reconocer lo que él reconocía. Y, luego, las aves siempre me han impresionado, sobre todo las migradoras, las más pequeñas. Porque cuando indagas un poco en su vida descubres que una golondrina de unos gramitos hace un viaje bestial, cruza el Mediterráneo (una tragedia todavía para el hombre hoy) y construye un nido de barro con herramientas. Me di cuenta de que los animales eran algo más de lo que aprendía en el colegio y sus vidas empezaron a fascinarme tanto que, cuando me di cuenta, tenía 51 años. Y aquí estoy, persiguiendo pájaros por el campo y aprendiendo de ellos, y mucho.

-¿Cuál es su aportación para hacer un mundo mejor día a día?

-El granito de arena es muy importante. He estado en asociaciones grandes y pequeñas. Las grandes tienen un papel muy importante porque consiguen los cambios drásticos, como Anse, pero en tu día a día puedes hacer muchísimo. Busco el comercio de cercanía, no uso ningún detergente que deje rastro en el medio ambiente; limpio con agua, vinagre, productos ecológicos y punto. Y si no está más limpio, igual estoy yo más vacunada. Y, luego, a la hora de comprar, hay que leer: no quiero tomar aceite de palma porque no quiero acabar con los lugares donde se está produciendo. Me niego a hacer viajes en avión si no son necesarios. Hay que pararse a pensar y ser responsables con uno mismo. Aspiro a ser la más vieja del cementerio, y la más sana, si puede ser [bromea]. Si todas estas cosas las hiciéramos al unísono... Buff.

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-¿Crees en el poder del consumidor para cambiar estas cosas?

-Por supuestísimo. Cada día me provocan más rechazo las redes sociales. Estamos viviendo un mundo irreal. Es cierto que ahora me entero de cosas que ocurren en China, pero ¿me sirven de algo, soy más culta por eso? No, porque, de hecho, leo menos, reflexiono menos. Estamos construyendo una sociedad de clones. Nos crean unas necesidades que no son las reales para sobrevivir y, sobre todo, para ser feliz. De hecho, cuanto más necesitas más infeliz te sientes porque todos no podemos conseguirlo todo.

-Pero la demanda, ¿cambiará la mecánica de las empresas?

-Si se dejan de consumir ciertos productos, los quitarán o cambiarán. Yo con mi dinero voy donde quiero, ese es el poder. De hecho, se está viendo que ciertas marcas y tiendas se están anticipando a la decisión del ciudadano como comprador. Es una forma de rebelión. El poder está en el ciudadano siempre y en las decisiones responsables que tomemos.

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Un lugar mágico en el Campo de San Juan

Elegir su rincón favorito, por supuesto en Moratalla, «es como si a una madre le preguntas por su hijo favorito». Finalmente se decide por las Cuevas de Zaén, «sentimentalmente me hace trasladarme a otra época histórica, geológica. La fuerza del paisaje aquí es mucha y eso influye. Además, pienso en la ocupación humana que ha tenido estas cuevas, en que es el hogar de un búho real y un balcón sobre el campo de San Juan increíble. Por no hablar de su aspecto hierofánico, mi cerebro hace que lo vea como un espacio sagrado, que comunica con todos».

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