La tortuga boba 'Cristina', marcada con el número 2 y un microchip, camina hacia su vida en libertad sobre la arena de la playa de Las Palmeras (Pulpí).

El cambio climático atrae al Levante a las tortugas bobas

«Es un fenómeno de dispersión natural que da respuesta al problema ambiental. Si fracasa, la especie está en peligro»

Pepa García

Martes, 4 de octubre 2016, 22:20

La tortuga boba ('Caretta caretta') necesita colonizar zonas más frescas para sobrevivir». Lo afirma Adolfo Marco, investigador de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) y uno de los mayores especialistas en la especie, además de responsable del proyecto 'Tortuga a bordo'. Acaba de llegar de Cabo Verde, donde ha estado observando a la especie allí. Asegura que a esas costas van a llegar las tortuga tropicales, la verde y la carey, porque tanto allí como en el Mediterráneo oriental (Grecia, Turquía, Egipto y Libia), donde están las principales colonias de bobas, las temperaturas se han incrementado mucho. «A partir de los 30º de temperatura las tortugas nacen hembras. Todas son genéticamente iguales, pero durante el segundo tercio de incubación la temperatura superior a 30º activa el gen de las hormonas sexuales femeninas», aclara antes de comentar que creen que el aumento del número de puestas en el Mediterráneo occidental, concretamente en el Levante, se debe a un fenómeno de dispersión natural que está dando respuesta al problema ambiental generado por el cambio climático. «Por eso es muy importante proteger las puestas aquí, para que se repitan y consoliden», aclara. «Si la dispersión fracasa, la especie está en peligro».

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El pasado miércoles liberaron en la playa de Las Palmeras de Pulpí (Almería) 13 crías de tortuga boba de un año edad, fruto de una puesta de hace dos veranos. El objetivo es garantizar su supervivencia, ya que «cuando nacen, sobreviven dos de cada mil», detalla José Luis Crespo, veterinario del Oceanográfico de Valencia, donde se incuban parte de los nidos de las playas levantinas. «Hasta un chicharrín se las come», añade Marco, que, sin embargo, asegura que con un año «tienen una fuerza extraordinaria». Lo ha demostrado la información facilitada por las cuatro tortugas con radiotransmisor (de la otra mitad de la nidada de Pulpí), liberada en junio pasado, que también ha facilitado otra información muy valiosa y desconocida.

Además, el cuidado de las tortugas recién nacidas también está permitiendo avanzar mucho en el conocimiento de la especie. «Estamos aprendiendo mucho, descubriendo enfermedades que no conocíamos y aprendiendo a curarlas», comenta.

Dispersión activa

«Ahora están dejando de emitir, pero las cinco que ahora soltamos con radiotransmisores estarán dando datos hasta Navidad», asegura Marco. La teoría que manejaban los expertos sobre estas tortugas era que se dispersaban pasivamente, dejándose arrastrar por las corrientes. «Sin embargo, los datos que hemos recogido nos ha demostrado que toman decisiones, que cada una se desplazó hacia un sitio y a grandes velocidades», explica Adolfo Marco. Y Sara Abalo Morla, investigadora de Ciencia Animal de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV), que está realizando su tesis sobre el 'Estudio de la supervivencia y distribución de postneonatos de tortuga boba' y que analiza todos estos datos, lo confirma: «Llevan a cabo una dispersión activa, algunas nadan contra la corriente y grandes distancias, hasta 2.500 kilómetros en tres meses, a una velocidad media de 1,7 km/h», resume sobre el análisis de los primeros datos, contenta de lo bien que ha comenzado la investigación. «Hasta ahora tampoco conocíamos las zonas de confluencia de la especie para adoptar medidas de gestión que favorezcan su conservación. Los primeros resultados apuntan a que confluyen en el mar balear y el de Alborán -los datos coinciden también con los de la captura incidental durante las pesquerías-», comenta Sara Abalo.

Para que cada vez sea más sencillo recibir información de las tortugas, desde el Instituto de Investigaciones Costeras de la UPV, un equipo mixto (ingenieros electrónicos y de telecomunicaciones y biólogos de Ciencia Animal y Biología Marina) trabajan en un prototipo que permita incorporar un sistema de GPS en los dispositivos que se adosan a las tortugas, que estos pesen menos y tengan una vida más larga. «Estamos buscando que pese entre 10 y 15 gramos y que incluya métodos de alimentación alternativa a la solar, como energía cinética», aclara Eduardo Belda, uno de los integrantes del grupo de investigación.

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Fidelidad vital

La dispersión esporádica de la especie está rompiendo la regla de las tortugas bobas, la fidelidad al lugar de nacimiento. «Ahora estamos intentando descubrir cómo funciona, cuál es el órgano y el estímulo que las guía para navegar en el mar y encontrar su playa», adelanta Adolfo Marco, para quien esta ley escrita en el ADN de las tortugas es la única que explica el aislamiento genético de las distintas poblaciones.

Las tortugas bobas son animales muy solitarios, tanto las crías como los adultos. Por eso, aclara Marco, el instinto de regresar a su playa de origen les permite garantizar que, cuando regresen a aparearse, transcurridos al menos 15 años -tiempo que tardan en alcanzar la madurez sexual-, encontrarán pareja. «Suele ocurrir que hay más hembras que machos, porque las hembras desovan cada 2, 3 o 4 años y hacen hasta 6 puestas con un intervalo de dos semanas», cuenta Crespo. Mientras que los machos se aparean todos los años.

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Conductas dañinas

Ahora es más común encontrar ejemplares adultos en nuestro litoral. De hecho, explica Marco, se aparean en nuestras costas y activan ya aquí el ciclo biológico completo. No obstante, insiste Marco, «encontrar un nido en el Levante español es todavía algo excepcional y no se puede frustrar para hacer una foto». Lo dice con conocimiento de causa. De hecho, este verano se frustró en Ibiza, hasta tres veces, la puesta de una tortuga boba. «Le enfocaban con las luces y hasta le hicieron una foto con un peluche encima», una actitud inadecuada que obligó a la tortuga a regresar al mar sin hacer el nido. También ocurrió lo mismo el verano pasado, cuando una actitud similar dejó sin nido de tortuga una playa de Cuevas de Almanzora; y en Águilas, cuando la tortuga que triunfó, por fin, en Pulpí intentó desovar en una céntrica playa de la localidad murciana. «Alterar la anidación de un animal protegido es delito», advierte Anca, veterinaria y miembro de la asociación almeriense Equinac (autorizada por el Ministerio para el rescate de fauna marina en Almería), que destaca el triste récord de este año. «Solo en la costa de Almería han aparecido muertas casi 40, de ellas unas cinco eran laúd ('Dermochelys coriacea'), bastante escasa en el Mediterráneo. Ha sido el peor año de los 15 que llevo dedicándome a esto». Y aclara Anca que los daños provocados por artes de pesca (el 50%) o por los motores de embarcaciones son las causas más comunes de estas muertes. No obstante, las necropsias de los cadáveres arrojan otro dato preocupante: «Todas tienen microplásticos en el interior. Una de ellas tenía un tapón de refresco entero».

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